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sábado, 4 de abril de 2020

Pandemias en Suelo Vasco

La actual crisis generada por la expansión a nivel global del SARS CoV-2 y la forma en la que ha trastocado el día a día en Euskal Herria nos obliga a mirar al pasado.

En tal virtud, les compartimos este artículo historico dado a conocer por Deia:


Las pandemias no son algo nuevo en la historia de la humanidad. Peste, viruela, tifus, cólera, tuberculosis, gripe... hasta llegar a las actuales de los coronavirus han marcado de forma dramática a la población mundial durante siglos

Anton Erkoreka | Director del Museo Vasco de Historia de la Medicina (UPV/EHU), especialista en historia de las enfermedades e investigador del proyecto Atlas Etnográfico de Vasconia

Las pandemias y epidemias han labrado la historia biológica de los pueblos del mundo. Cuando las poblaciones aisladas se enfrentan a un nuevo microorganismo deben acomodarse al mismo y una parte de esas poblaciones lo suele conseguir, creando defensas inmunitarias contra ese microorganismo. A lo largo de la historia hemos conocido grupos humanos que no resisten estas embestidas como ocurrió con algunos pueblos amerindios, como los caribe, que tras el desembarco de los europeos en las islas que llevan su nombre, a partir del siglo XV, desaparecieron en pocas décadas debido a los virus de la viruela y de la gripe que portaban los conquistadores.

Los vascos, contra lo que muchos creen, no hemos sido un pueblo que ha vivido aislado en nuestras montañas. Por aquí han pasado celtas, romanos, bárbaros y otros muchos pueblos y culturas, dejando su impronta desde el punto de vista cultural y, por supuesto, desde el punto de vista biológico, de forma que constituimos un grupo humano, como todos los del continente europeo, muy abierto al mundo, tanto biológica como culturalmente.

Tenemos información de las grandes pandemias medievales que asolaron Euskal Herria. La peste negra procedía de Asia y entró en Europa vehiculada por la flota veneciana y atacó primero a Italia, afectando a todo el continente, a lo largo de tres años, matando entre 25 y 33 millones de habitantes de los 75 que entonces tenía Europa. Entre nosotros, entró desde el sur de Francia, en la primavera de 1348, por el camino de Santiago, afectando a toda nuestra población que ya estaba muy debilitada por años de frío, lluvias y escasas cosechas. Berthe y, sobre todo, Monteano han estudiado muy bien el impacto de aquella epidemia. Estudiando las fogueras que se perdieron en Nafarroa antes y después de la peste, Monteano ha comprobado que algunos valles llegaron a perder hasta el 50% de su población, una de las cifras más altas de Europa –su Tasa de Mortalidad (TM) por lo tanto fue de 500 por 1.000 habitantes–. El reino de Nafarroa pasó de una población de 250.000 habitantes a 125.000. En los siglos siguientes decenas de epidemias locales de peste asolaron periódicamente el país, dejándonos el recuerdo de múltiples ermitas y altares dedicados a San Roque y a San Sebastián, así como aldeas vaciadas que todavía reciben el nombre de mortuorios en Araba y despoblados en Nafarroa.

La viruela

En el siglo XVIII, desaparecida la peste, la viruela tomó el relevo matando sobre todo a niños, mediante brotes que periódicamente afectaban a nuestros pueblos. Algunas de estas epidemias locales llegaron a una TM de 150 por 1.000 habitantes, recibiendo esta cruel enfermedad la denominación de el cuchillo de los niños. A raíz de las guerras napoleónicas, en el entorno de 1800, el tifus exantemático provocó graves episodios en todos nuestros pueblos siendo muy conocidos los de Vitoria-Gasteiz y Pasaia.

El cólera apareció en la tercera década del siglo XIX, procedente de la India, y es el gran problema sanitario de ese siglo, junto a la tuberculosis. Esta enfermedad bacteriana daba episodios de varios meses de evolución y con TM que las cifras oficiales suelen situar en alrededor del 15 por 1.000 pero que, en algunas de nuestras poblaciones llegaron a 60 e incluso a 80 muertos por 1.000 habitantes.

En los últimos 130 años, los grandes protagonistas han sido los virus respiratorios como la gripe y, en la actualidad, el coronavirus. Sus episodios suelen ser más cortos, el brote en una ciudad, desde el primer fallecido puede durar quince días hasta alcanzar el pico o cénit y otro tanto hasta que baja, manteniendo después, durante varias semanas, un goteo de muertes por la infección vírica y sus complicaciones. Tenemos que citar, en primer lugar, la gripe rusa que se presentó en París en noviembre-diciembre de 1889, extendiéndose también a las ciudades del País Vasco a principios del siguiente año. En Francia y, seguramente aquí, dio una TM de 2,1 por 1.000 habitantes.

Pero, sin lugar a dudas, la peor crisis sanitaria de la Edad Contemporánea ha sido la pandemia de gripe de 1918-1920, llamada gripe española porque la primera manifestación grave y contundente la dio en Madrid, en los meses de mayo y junio de 1918. Más de la mitad de los 600.000 habitantes de la ciudad enfermaron, muriendo el 1,7 por 1.000 de su población. No sabemos por dónde entró esa onda, pero sí que afectó gravemente a la capital y, en julio, pasó desde Extremadura a Portugal. Se extendió poco hacia el norte porque estábamos al comienzo del verano y hubo unos pocos casos en junio en Vitoria-Gasteiz, en el Bilbao metropolitano y en algunos pueblos pequeños, no llegando ni a Gipuzkoa ni a la Nafarroa media. El porcentaje de población afectada fue mínimo y, en muchos casos diagnosticada simplemente como una neumonía.

En verano, el virus influenza mutó y el H1N1, como se le ha denominado a esta subcepa por ser la primera de la serie, resultó ser extremadamente virulento. Un verdadero asesino en serie. A principios de septiembre y de una manera simultánea en distintos lugares del mundo, brotó la segunda onda epidemiológica que mató a unos 40 millones de personas. Entre nosotros, apareció en un punto nodal, estratégico, que es la muga de Irun-Hendaia por donde pasaban todos los trenes y la carretera más importante que une París con Madrid. Por allí pasaban miles y miles de soldados y trabajadores portugueses que se dirigían a Francia para luchar en la Gran Guerra; también pasaban miles de trabajadores y trabajadoras de distintas regiones de España que iban a trabajar a la vendimia y a otras actividades porque España era un país neutral. Al mismo tiempo que en Irun apareció también en la localidad navarra de Goizueta, extendiéndose inmediatamente por todo el norte de Nafarroa. En Irun, solo esos días falleció el 1% de su población (TM: 10 de cada 1.000 habitantes) siendo diagnosticados de gripe y neumonías asociadas. En algunos pueblos del norte de Nafarroa esta cifra fue mucho más elevada. La característica fundamental de esta onda pandémica es que alrededor de la mitad de los muertos tenían entre 15 y 34 años, falleciendo muy pocos mayores y muy pocos niños de corta edad. Parece una contradicción, pero hoy en día, creemos que estas muertes se producían precisamente porque sus defensas inmunológicas eran potentes y reaccionaban en exceso al ataque de un virus muy virulento, la llamada tormenta de citosinas. Todo lo contrario de lo que ocurre con el coronavirus, en esta primavera de 2020, que es especialmente grave en mayores de 60 años.

La progresión de la gripe en Euskadi fue muy rápida, si el pico de la pandemia en Irun fue a mediados de septiembre, en Vitoria-Gasteiz fue a mediados de octubre. En algunos pueblos de montaña la enfermedad llegó más tarde, apareciendo en Orozko o Zeanuri el pico máximo en noviembre y unas tasas de mortalidad de 25 por 1.000 habitantes. Ander Manterola me transmite el recuerdo oral de que un día se enterraron siete personas en la parroquia de Zeanuri, dato que hemos confirmado en los libros parroquiales porque, uno de los días, murieron y fueron anotados en el registro seis vecinos del pueblo. En localidades pirenaicas de Iparralde también llegó en noviembre y algún informante nos ha relatado, con horror, que la epidemia mató a todas las embarazadas del pueblo.

2,5% de la población mundial

En todo el mundo la situación era parecida. La pandemia de gripe española mató el 2,5% de la población mundial, es decir, sumando las cuatro ondas u oleadas epidémicas, entre 40 y 50 millones de personas. Las diferencias de unos países y continente a otros, fue muy grande: en África, el 3%; en Europa, el 1%, con diferencias muy altas entre los países mediterráneos, como Italia y España, que llegaron al 1,2% mientras que los escandinavos no llegaban al 0,9%.

La tercera onda epidémica llegó en 1919 y tuvo poca incidencia en Euskal Herria donde hubo incrementos significativos de fallecidos en algunas comarcas como Urdaibai, entre los meses de enero y marzo, o en el entorno del Gorbea entre abril y mayo. La cuarta onda de 1920 apenas tuvo reflejo estadístico entre nosotros, aunque, en algunos lugares, sí se incrementaron los muertos de niños de corta edad por enfermedades del aparato respiratorio y algún brote de sarampión. En nuestra mayor ciudad, Bilbao, disponemos de los boletines epidemiológicos de esa época, muy fiables por cierto, con los que podemos calcular las tasas de mortalidad por gripe y complicaciones respiratorias en las cuatro ondas u oleadas que sufrió la ciudad: la gripe española mató el 0,6 por 1.000 habitantes en primavera del 1918; 8,4 por 1.000 habitantes en otoño; 3,1 por 1.000 habitantes en 1919 y 2,2 por 1.000 habitantes en 1920.

Cifras rotundas y trágicas que tenemos que tener muy presentes porque nos pueden ayudar a entender la evolución que puede tener la actual pandemia de covid-19. Esta onda de marzo-abril de 2020 que viven en Madrid se parece mucho a la que vivieron en mayo-junio de 1918. Los paralelismos entre nosotros también son muy claros.






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