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miércoles, 1 de mayo de 2019

La Salud del Roble

Desde Deia traemos a ustedes este reportaje acerca del más emblemático de los árboles vascos:


El histórico ejemplar de roble alcanza ya los doce metros de altura y crece fuerte y sano

Aitziber Atxutegi

El 2 de marzo de 2015, con una sencilla pero emotiva ceremonia, fue plantado en la Casa de Juntas el último Árbol de Gernika. Apenas medía cuatro metros y sus ramas, aún desnudas, desvelaban su juventud, tan solo quince años de vida. Hoy, cuatro años después, aquel retoño alcanza ya los doce metros de altura, crece alto y fuerte, y el otoño pasado dio ya casi 700 bellotas. “Está bien. Su estado sanitario es bueno, tiene follaje, ha engrosado...”, explica Kepa Txarterina, ingeniero agrónomo de la empresa pública Basalan responsable de su cuidado.

Hijo del Árbol Viejo y hermano de su predecesor, el actual Árbol de Gernika fue cuidadosamente elegido hace cuatro años entre cuatro millones de ejemplares para continuar la estirpe del histórico roble. Llegó siendo una bellota hace 19 años al vivero de Martintxune, junto al área recreativa de Akarlanda, y fue seleccionado entre cuatro millares de ejemplares por sus características de raíces, morfología, estado sanitario y biológicas que lo hacían especial. Además, todo el solar donde ha echado raíces fue adecuado para evitar la acumulación del agua en el suelo, mejorando el sistema de drenaje y sustituyendo el sustrato por otro más enriquecido y oxigenado, para evitar los problemas acabaron con su predecesor.

Txarterina se acerca todas las semanas a la Casa de Juntas de Gernika para vigilar el crecimiento del Árbol. A simple vista se aprecia su buen estado de salud: las ramas frondosas ya llenas de hojas verdes tras la parada vegetativa del invierno, su porte, su tronco robusto... “En el último año ha aumentado tres centímetros su diámetro, lo cual está muy bien, ya que con dos centímetros ya se considera que el crecimiento es bueno”, destaca el responsable de su cuidado. Sus ojos experto se fijan especialmente, más en esta época de primavera, en aspectos como las hojas, que son las primeras que manifiestan el estado nutritivo y de salud del árbol: que no estén arrugadas, lo cual podría indicar la presencia de pulgones, o blanquecinas, sospechoso de oídio. “Es un hongo, un polvo blanquecino que cubre las hojas, impidiendo que haga la fotosíntesis”, explica. También sigue con atención el estado del tronco: si la corteza se agrieta es señal de que el ejemplar está creciendo. “El personal que se encarga de los jardines de la Casa de Juntas también está muy pendiente de él y en cuanto ven algo raro, me avisan para que venga a verlo. Por ejemplo, si hay hormigas, que puede indicar que hay pulgón”, indica.

Una vez al año, además, junto a Miren Duñabeitia, profesora del departamento de Biología Vegetal y Ecología de la UPV/EHU, realiza un estudio más exhaustivo: en plena época de follaje, alrededor de septiembre, recogen hojas y muestras del suelo, para analizarlas y comparar los nutrientes que tiene el árbol y los que hay en el suelo. De esta forma, pueden saber qué aportes hay que suministrarle para que siga desarrollándose en buen estado.

El roble salió hace pocas semanas de la parada vegetativa que los árboles de hoja caduca realizan cada invierno, ralentizando su actividad para centrar toda su energía en hacer frente al frío y al exceso de humedad. Durante esa época, el control se centra sobre todo en comprobar que los sistemas de drenaje funcionan de forma adecuada, sin que el suelo se encharque.

El Árbol se ha aclimatado de maravilla a su nuevo emplazamiento. No hecho falta realizarle podas -necesarias para que en el interior de la copa haya movimiento de aire, de forma que no sea foco de plagas, al ser un ambiente húmedo y fresco- ni ha sufrido apenas enfermedades. “2017 fue un año complicado en general, hubo mucho oídio, le tocó a él también un poco y le hicimos un tratamiento”, recuerda Txarterina. El año pasado ya dio fruto en condiciones y los técnicos recogieron casi 700 bellotas. “Cuando se plantó, venía con una poda en la que se le eliminan las ramas donde crece el fruto para equilibrar el ramaje y las raíces. Así, el primer año no da bellota, en 2016 no dio prácticamente ninguna y en 2017 ya empezó a dar”, relata. En esa época, a partir de septiembre y octubre, el responsable acude a Gernika cada día para recoger los frutos.

Las mejoras realizadas en el solar donde crece han funcionado tal y como se esperaba. La acumulación del agua en el suelo, provocada por un mal drenaje, privó de oxígeno a su predecesor, que vivió en la Casa de Juntas entre 2005 y 2015. “Los árboles necesitan oxígeno para vivir. Si los poros de las raíces están taponados con agua, no puede respirar y mueren por estrés hídrico”, ilustra el ingeniero de Basalan. El entorno cada vez más urbanizado -antes de la construcción de la propia Casa de Juntas y de la tribuna juradera el espacio era prácticamente diáfano- constriñe las raíces y es más sombrío que antaño.

El actual ejemplar no solo se plantó a dos metros de su localización anterior, demasiado cerca del pasillo de cemento, para que las raíces tuvieran más espacio, sino que se mejoró el sistema de drenaje para garantizar que el agua no quedara estancada y volviera a provocar problemas.

Una gigantesca maceta

Si pudiéramos hacer un corte transversal al subsuelo que rodea el árbol, nos asombraría lo que se esconde por debajo del esbelto roble. En realidad, el ejemplar está plantado en una gigantesca maceta de quince metros de diámetro y ocho de profundidad, rodeada de cemento. En la parte más baja, se colocaron tres capas de piedras de diferentes tamaños, de unos cuatro centímetros de diámetro los inferiores y del tamaño de un grano de arroz los superiores, a lo largo de tres metros. Sobre esa granulometría, un manto de arena de unos diez centímetros permite drenar el agua, pero evitando que se filtren las partículas de la tierra en la que está plantado el roble -traído de la propia parcela de Arratia en la que creció-, ya que en ese caso se taponarían los sistemas de drenaje. Los últimos cinco metros los ocupa la tierra en la que crece el árbol, cuyo cepellón -la masa de tierra que se pega a las raíces para trasplantar las plantas- fue colocado a dos metros de profundidad. “Las raíces tienen que estar a mucha profundidad porque si no, al abrirse, pegarían con los muros laterales. Hay que situarlas por debajo”, advierte Txarterina.

Toda la superficie que ocupa esa gigantesca maceta está cubierta con un sistema de drenaje en forma de espina de pez, con un tubo central del que parten ramificaciones perforadas que recogen el exceso de agua del subsuelo y lo envían a un pozo de bombas situado en un lateral del patio. Además, otro tubo rodea todo el perímetro de la maceta para reforzar ese drenaje. Una vez en el pozo, al llegar a un determinado nivel, la bomba se activa y el agua es expulsada al sistema de recogida de aguas de Gernika. En caso de que llueva mucho, existe una segunda bomba que refuerza esa función. Otros dos tubos, además, recogen las aguas fluviales más superficiales. “Este invierno no ha sido muy lluvioso. Sí lo fue el de 2015. Recogía los datos de estaciones meteorológicas cercanas y paraba los motores para comprobar que se había drenado toda el agua caída”, finaliza Txarterina.






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