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lunes, 31 de diciembre de 2018

«Kanpaien Eguna»

Inspirado por la gesta de los vecinos de Altsasu, Iñaki Uriarte nos comparte este texto de cierre de año en las páginas de Gara:

Iñaki Uriarte | Arquitecto


En esta época en la que la televisión es para muchísimas personas la pauta que condiciona sus actividades, gestos y gastos, ETB acude la última noche del año a transmitir el inicio del nuevo con las doce campanadas. Anualmente la primera cadena de TVE es la preferida en Euskal Herria para despedir el año. ETB2 y especialmente ETB1 tienen muy poca audiencia, cosa que, en esta ocasión sería comprensible si el pueblo vasco prescindiera de estos imitativos rituales alóctonos rutinariamente asumidos. Si los rectores de esta decadente cadena tuviesen una elemental idea de país y sensibilidad humanitaria este año deberían haber emitido desde Altsasu por obvias razones.

Al parecer desde ya décadas demasiados vascos, incomprensiblemente, conectan más para las campanadas con un reportaje que emiten desde la capital de España del reloj de la antigua Real Casa de Correos, posteriormente Dirección General de Seguridad, organismo encargado del orden público, de la represión, situado en una plaza denominada del Sol. Un lugar aborrecible, un edificio criminalizado donde durante décadas se ha torturado a miles de personas, y en el que fue asesinado lentamente, tras nueve días de tortura, Joxe Arregi, un joven vasco militante en la organización política armada ETA. Desde entonces ese edificio, su reloj y sus campanadas están empapados por la sangre del crimen impune.

Pocos años antes, el 15 de mayo de 1969, en Urabain, Asparrena, Araba ocurrió otro asesinato por la Policía y la Guardia Civil, en el que la campana de la iglesia fue excusa para el crimen. Según la prensa, el poder dominante tenía sospechas de una vivienda del pueblo alquilada en la que se refugiaban militantes de ETA. Acudieron las fuerzas represivas y, localizado el dueño Segundo Arteaga, de 55 años, este les comunicó que debía ir a la iglesia a tocar las campanas para un acto religioso. Allí acudió con un inspector que, envalentonado, interpretó que el tañido era una contraseña para alertar de la presencia policial e, impulsado por su instinto básico asesino, le disparó, matándolo. Inmediatamente se construyó la habitual falacia de que el campanero, que resultó ser una persona reconocida y adicta a la dictadura imperante, intentó agredirle con una navaja cabritera. El obispo de la diócesis monseñor Peralta Ballabriga acudió a reconciliar el templo con una misa y una homilía encubridora que debió ser indignante.

Una de las referencias con el rango de monumento sonoro y patrimonio de la memoria es la colosal obra “Campanades a morts” de Lluís Llach como inmediata reacción a la masacre, empieza a componer cuando todavía suenan las campanas a muerto, cinco trabajadores asesinados por la fusilería de la Policia Nacional española en Gasteiz el 3 de marzo de 1976. Cantata que posee una trágica belleza por el sentimiento que emite, el impacto de su escucha que remite a fragmentos del Guernica de Picasso o al desgarrador Gernika-Lekeitio 4 (1972) de Mikel Laboa.

Y llegamos al presente. La noche del 15 de octubre de 2016, en una de las operaciones de hostigamiento de las fuerzas de ocupación en Sakana, se produjo una estrategia de incordiar a la juventud de Nafarroa. La monarquía militar española y sus escuadrones no pueden soportar que este territorio en todas sus expresiones evidencie su identidad, lo que es, Euskal Herria. Unos guardias civiles, en lugar de acudir al bebercio en la cantina de su acuartelamiento, buscaron la confrontación, la perpetuación del conflicto, el rechazo de una paz ganada unilateralmente que no comparten e iniciaron una disputa con jóvenes altsasuarras que actuaron en réplica ante el desafío y acabó en lamentable pelea tabernera. Pero las consecuencias injustamente se han agravado, siete jóvenes siguen encarcelados y han sido sometidos a un indecente simulacro de juicio sin justicia.

El pasado domingo 4 de noviembre una turba neofranquista española de lo más reaccionaria y el apoyo de todas las televisiones y medios de intoxicación comunicativa españoles acudieron con instinto invasivo y agresivo a Altsasu a provocar a la población para buscar una imagen de confrontación que justificase el ímpetu acusatorio judicial español. Se equivocaron de país, pueblos, día y hora.

La ejemplar reacción de indiferencia del vecindario como corresponde a una sociedad civilizada hizo fracasar la operación de hostigamiento planeada. Hubo un detalle sorprendente por su originalidad y calidad ética y artística. Campanas contra campañas. Sonaron las campanas de la iglesia en memorable concierto del bronce contra la bronca. Lo que en términos de campaneros se llama, golpear o sacudir las campanas, la mejor respuesta frente al fascismo. Y con su sonido los atacantes derrotados escaparon dejando un rastro de ruin miseria. Los campaneros que tuvieron la idea que consiguió acallar y ahuyentar al enemigo deben ser reconocidos como artesanos sonoros de la paz. No sería descartable proclamar el 4 de noviembre en recuerdo de los episodios relacionados con las campanas «Kanpaien Eguna» y que las iglesias de Euskal Herria anualmente el primer domingo de noviembre acuerden tañir sus campanas proclamando el derecho a la libertad de decidir y a liberar a todos los presos políticos.

La novela de Ernest Hemingway “Por quién doblan las campanas”, con un precedente en el poeta inglés John Donne “Devociones para ocasiones emergentes” (1624), tiene una respuesta: las campanas doblan por vuestra libertad. Un entrañable abrazo a los ocho jóvenes, a sus familias y al pueblo de Altsasu.





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