Pues sí pero no, como ya mencionó un usuario de Facebook, la Haganá ya estaba en el negocio de asesinar palestinos desde 1920... y de ahí surgiría el Irgún, y más tarde el Mossad, las eufemísticamente llamadas Fuerzas de Defensa Israelí...
Pero bueno, aquí les compartimos este texto de Rafael Narbona publicado en su blog:
El periodista y abogado berlinés Sebastian Haffner se exilió en 1938, asqueado por los crímenes de la Alemania nacionalsocialista. En sus inspirados libros sobre Hitler y el Nuevo Orden, se preguntaba cómo una sociedad culta y avanzada había sucumbido a la propaganda antisemita: “Mucha gente en Alemania y en otras partes estaba dispuesta a obedecer a los nazis y, por consiguiente, a aprobar el asesinato de inocentes”. Después de contemplar a civiles israelíes celebrando el impacto de las bombas en la Franja de Gaza y ver a unas niñas judías escribiendo mensajes crueles y belicistas en unos misiles, he reconocido con tristeza que Israel se ha convertido en el espejo de la Alemania nazi, donde la política de exterminio gozó de un amplio apoyo popular y casi nadie se atrevió a alzar la voz. Intelectuales judíos como el lingüista y politólogo Noam Chomsky, el historiador Ilan Pape o el activista Michel Warschawski han condenado la política de Israel, demostrando que siempre existe la opción de obrar de una manera ética y humana. Israel se constituyó como nación mediante la limpieza étnica y el genocidio. Los terroristas del Irgún, la Haganá o Lehi se convertirían con los años en los generales de las Fuerzas de Defensa (Tzahal) o en primeros ministros, como es el caso de Menájem Beguín o Isaac Rabin, ambos galardonados con el Premio Nobel de la Paz, una ironía que revela la verdadera naturaleza de una sobrevalorada distinción. Solo el demonizado Jean-Paul Sartre rechazó el Nobel. Desgraciadamente, su ejemplo es una rareza que no se ha repetido, pues los intelectuales se arriman sistemáticamente al poder para obtener privilegios y prebendas.
Cuando las SS, la Wehrmacht y la Policía sofocaron el levantamiento del gueto de Varsovia en 1943, utilizando carros blindados y artillería, los civiles polacos –a veces, familias con niños- observaban el espectáculo desde un lugar seguro, festejando los incendios y las muertes. Por supuesto, las autoridades alemanas sostenían que combatían contra peligrosos terroristas, que habían causado bajas en sus tropas. La lucha contra el terrorismo casi siempre es el pretexto que se alega para justificar los crímenes contra la humanidad. Desde que empezó la Operación Margen Defensivo, el Estado de Israel ha asesinado a 260 palestinos. El 80% eran civiles. Entre las bajas, hay un centenar de niños y decenas de mujeres. El Tzahal ha atacado por tierra, mar y aire. La Marina disparó contra una playa de Gaza, donde un grupo de niños jugaban al fútbol. Cuatro murieron y otros doce resultaron heridos. Los chavales pudieron esquivar el primer proyectil, pero el segundo les destrozó. Todos eran menores de 15 años. Los hospitales carecen de recursos para atender a los más de 1.700 heridos y el sur de la Franja de Gaza carece de electricidad. Los bombardeos israelíes han desplazado a miles de personas, que solo han dispuesto de unos minutos para huir de sus hogares, tras ser avisados de que sus casas -presuntos refugios de los milicianos de Hamás- se habían convertido en objetivos militares.
El primer ministro Benjamin Netanyahu ha ordenado la invasión terrestre de la Franja de Gaza, después de movilizar a 56.000 reservistas y llamar a filas a otros 18.000. Según las autoridades israelíes, no es una invasión, sino una “expansión”. En esa “expansión”, ya han muerto 20 palestinos, entre ellos un niño de dos años. El Tzahal ha sufrido una baja y un ciudadano israelí ha perdido la vida por culpa de los cohetes lanzados por Hamás. La desproporción revela que se trata de una guerra colonial que viola las leyes internacionales. Imagino que Netanyahu sueña con reproducir la frase de Jürgen Stroop: “El antiguo barrio judío de Varsovia ha dejado de existir”. Stroop era el general de las SS que dirigió la aniquilación del gueto. Ahorcado por el gobierno polaco en 1951 por crímenes contra la humanidad, coincidió en su celda con Kazimierz Moczarski, escritor, periodista y capitán de la Armia Krajowa El gobierno comunista impuesto por la Unión Soviética consideraba a la Armia Krajowa –el Ejército Nacional polaco en la clandestinidad- una organización hostil y, pese a su disolución voluntaria, persiguió a sus voluntarios. Moczarski pasó ocho meses con Stroop, discutiendo acaloradamente o aceptando con resignación su presencia. Era una situación insólita, pues Moczarski había intentado sin éxito liquidar a Stroop como represalia por los crímenes de los alemanes. En una ocasión, Stroop evocó la muerte de los niños del gueto de Varsovia: “¡No se puede imaginar cómo gritaban mientras se freían y ahumaban!”. Moczarski le hizo callar a gritos. Años más tarde, reflejaría sus 255 días de confinamiento con Stroop en un libro titulado Conversaciones con un verdugo. Imagino que los niños palestinos chillan de la misma forma cuando les alcanza un proyectil israelí. Netanyahu se ha convertido en un verdugo tan repugnante como Stroop y la historia debería reservarle un lugar a su lado. Yo he publicado más de cincuenta artículos sobre la Shoah, profundamente conmovido por el sufrimiento del pueblo judío, cuyas aportaciones intelectuales, artísticas y científicas no dejan de asombrarnos. Por eso, me entristece tanto descubrir que la sociedad israelí -profundamente racista y militarista- justifica las matanzas de su ejército, sin afligirse por la suerte de los niños palestinos. Israel ha perdido su alma y ha pisoteado su legado cultural, sembrando la semilla del antisemitismo. Su actitud apenas se diferencia de la vergonzosa conducta de los alemanes que votaron y respaldaron a Hitler en sus campañas de exterminio. Sin el apoyo de Estados Unidos, Israel sería un Estado paria. Al igual que su poderoso valedor, que le utiliza para defender sus intereses en Oriente Medio, no ha reconocido a la Corte Penal Internacional, pues su ejército, su policía y su servicio secreto secuestran, torturan y asesinan extrajudicialmente, vulnerando la legislación internacional sobre derechos humanos. Creo que la única solución justa al conflicto entre judíos y palestinos, sería la creación de un Estado binacional, democrático y laico, pero Israel actúa como la Sudáfrica del apartheid y no busca la paz ni la reconciliación.
En noviembre de 1941, Thomas Mann se dirigió al pueblo alemán en una de sus famosas alocuciones en la BBC: “Todo lo indecible que ha ocurrido y ocurre con los polacos, los judíos y en Rusia, todo eso lo sabéis, pero preferís no saberlo por el horror justificado que sentís ante el también inexpresable odio que crece a pasos agigantados y que, un día cuando vuestra fuerza nacional y tecnológica decaiga, os destrozará”. En 1942, Hilter comentó: “Estaremos sanos cuando hayamos eliminado a todos los judíos”. Creo que Netanyahu opina algo parecido sobre los palestinos y, lo que es peor, la gran mayoría de la sociedad israelí. El historiador alemán Götz Aly escribió: “Un suceso estructuralmente parecido al Holocausto se puede repetir. Si queremos reducir ese peligro, deberemos tener en cuenta las complejas premisas del género humano y no creer que los antisemitas de ayer fueron personas completamente distintas de nosotros” (¿Por qué los alemanes? ¿Por qué los judíos? Las causas del Holocausto, Barcelona, Crítica, 2011). Echarle la culpa a Hamás de la actual masacre de civiles palestinos, es una forma repulsiva e hipócrita de negar que Israel persigue el objetivo de convertirse en un Estado-nación étnica y religiosamente puro, sin ninguna clase de mezcla cultural, teológica o racial. Según las encuestas, el 70% de los ciudadanos judíos desea la expulsión de la minoría árabe-israelí. El porvenir siempre es impredecible, pero yo creo que Israel se hace más vulnerable cada vez que mata a un niño palestino. La sangre de los inocentes es un pesado lastre que ha acabado con naciones e imperios.
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