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lunes, 28 de julio de 2014

Manolín

El Mundo trae a nosotros esta semblanza biográfica de un futbolista vasco muy particular:


Manolín formó parte de aquel Real Madrid que jugó y ganó la primera Copa de Europa

Jon Rivas

A Manuel Martínez Canales, Manolín, se le veía hasta hace muy poco paseando por la calle Euskalherria de Algorta, junto con su mujer Begoña, con su cojera de los tiempos del fútbol. Vivía en un piso, allí, enfrente del que ocupó hasta su muerte una gloria del ciclismo vasco, Jesús Loroño. Supo ahorrar cuando era futbolista. "Con la prima por ganar la Copa de Europa, 75.000 pesetas, podías comprarte un piso. Afortunadamente supe administrar".

Manolín, sí, formó parte de aquel Real Madrid que jugó y ganó la primera Copa de Europa, que lideraba Di Stéfano. Había llegado del Athletic, del que se marchó después de una bronca con Daucik. Su hábitat natural había sido, como para todos los futbolistas de aquel tiempo, la calle: "Jugábamos en la placita del Puerto Viejo de Algorta, con pelotas de trapo y una portería con jerseys a cada lado. A veces la pelota se nos metía en la tienda de los Zarragoitia, donde vivía Leduvina, que siempre tenía abierta la puerta de la cocina, y entrábamos a toda prisa para no quedarnos sin la pelota, que Saturnino, su marido, era muy bruto".

A Manolín la Guerra Civil le llego con ocho años. Su padre, jardinero de los chalets de la oligarquía de Neguri, fue encarcelado. En su familia hubo ocho muertos. "Pero jugaba al fútbol sin parar. En el Puerto la única diversión era el deporte. En la playa fútbol y en el pórtico de Etxetxu, a pelota. También jugábamos al golf. Íbamos a los greens del campo de Neguri. Lanzaban las pelotas y las que caían al río Gobela, que tenía poca profundidad, las cogíamos nosotros. Jugábamos en la playa de Ereaga, sobre todo en invierno, cuando no había nadie".

Estudió en el colegio de las monjas de la Caridad del Puerto y luego en las Escuelas de San Nicolás y en Zabala. Más tarde en la academia de Náutica, en Algorta, "pero lo mío era el fútbol". Los que destacaban iban al Getxo, «y yo con 15 años fiché por el Arrigunaga, el filial. Me iba a trabajar andando a las obras a Las Arenas, casi tres kilómetros, luego a mediodía a casa a comer, también a pie. Otra vez a trabajar y al acabar, al entrenamiento. Ganaba una peseta al día".

Estuvo dos años en el Getxo y después se fue a la mili. "Tenía cartilla de navegar así que me mandaron a la Marina, a El Ferrol. En el club pensaron que era mejor que fuera voluntario y que al llegar al cuartel no dijera que era futbolista". Pero se enteraron. "Yo decía que no, pero para que jugara allí, me enviaron al buque insignia de la Armada, el crucero Canarias. Era todo el tiempo guardias, guardias y guardias". Al final claudicó y aceptó enrolarse en el Racing de Ferrol, que estaba en Segunda. Le pasaron del barco al cuartel.

Pero el Athletic le quería, y consiguió que fuera trasladado a casa. "Solíamos ir a hacer guardias en el faro de Algorta. Un día llegábamos en el tren y estaba esperando en el andén el gerente del Athletic, Darío Zabala. Se acerca y me dice: 'Chaval, vete a casa, coge la maleta y al club, que vamos a jugar un torneo en Badajoz'. El capitán que iba con nosotros le contesta: '¿Cómo que vete? Este se viene al cuartel, que es lo que le corresponde'.El gerente le respondió: 'Le garantizo que está todo arreglado para que pueda venir'. Manolín tenía tanta ilusión que se fue a por la maleta. En las siguientes temporadas sólo dejó de jugar un partido. Jugó dos finales y ganó una, contra el Valladolid.

Fichó por el Real Madrid después de un incidente con Daucik. "Los jugadores estaban molestos por algunas de sus actitudes. Se lo dije con educación: 'Don Fernando, aquí hay un poco de malestar'". El técnico no reaccionó bien. "Le respondí que aquella era la opinión de todos, y me echó".

Manolín dejó de jugar, aunque fue seleccionado por España y jugó frente a Argentina su único partido como internacional. Ante su situación le escribió una carta a Ipiña, el secretario técnico del Real Madrid, contando el problema. El Real Madrid dijo que sí. Firmó por cuatro años. Fue para sustituir a Miguel Muñoz, que era ya mayor, "pero había una camarilla en la que estaba con Di Stéfano. Villalonga, el entrenador, se dejaba influir. Te aburrían. Me hacían cosas que eran para desanimarse, y con la mala leche que tenía yo...".

Al final, harto, acudió a Bernabéu: "Mire, don Santiago, usted sabe que yo puedo jugar en este equipo y no estoy a gusto". Me dijo: "¿Qué quieres?". "Ir a jugar", respondí. Se fue al Zaragoza. Estuvo tres años en Zaragoza pero con 31 se rompió el peroné en San Mamés. Fichó por el Recreativo y ahí acabó la carrera de jugador. Luego empezó a entrenar: al Santurtzi, Alavés, Orense, Getxo, Palencia, Lugo, Leonesa, Mallorca y Lorca... "Siempre con la familia a cuestas hasta los 60 años. En Mallorca, un directivo me ofreció dinero para que aceptara a dos hondureños porque así metía el cazo".

Ganó dinero y no lo derrochó. "Me compré mi primer coche en Huelva". Entrenó finalmente al Getxo su única temporada en Segunda B, y luego se retiró a su casa en Algorta, donde murió.







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