Los jugadores del once argentino se caracterizan por ser prepotentes y arrogantes ante sus contrincantes. Pensándose invencibles siempre salen sobrados a sus encuentros. Burlones y violentos han sabido embaucar al arbitraje con un histrionismo de pacotilla que les convierte en víctimas cuando en realidad son los victimarios. Tienen talento, eso nadie lo niega, pero su insoportable comportamiento trapichero hace que ver sus partidos sea una auténtica monserga.
Hay un equipo al que sí le muestran el respeto que debieran mostrarle a todos los demás equipos, y ese equipo es el alemán.
Tras el alud de buen futbol que sepultó a la oncena carioca los pibes sabían que no tenían ni la más mínima oportunidad de alzarse con la Copa en el mítico Maracaná.
Pero la desazón de los argentinos por enfrentar a la oncena teutona inició hace ya varios mundiales.
Los pamperos no perdieron la final de Brasil 2014 en Rio de Janeiro, no, la perdieron en Roma allá en 1990.
Cuatro años antes, en México 1986, Argentina había presentado un equipo formidable con un ya maduro Diego Armando Maradona como timonel creativo. Llegaron a la final contra una Alemania veterana liderada por el gran Karl Heinz Rummenigge. Los teutones llegaban al compromiso fundidos, no solo por las altas temperaturas que caracterizaron ese torneo sino por los alargues en los partidos previos a su arribo la final. Maradona salivaba ante la oportunidad de mostrarse como el mejor jugador del mundo, pero el resultado final le heló la espina dorsal. Con apenas un gol de diferencia Argentina ganaba 3 a 2 a una Alemania trepidante que en pocos minutos le había dado la vuelta a la tortilla gracias a una inspirada tarde por parte de Rummenigge.
¿Por qué Maradona no pudo hacer más en la final de México '86?
La respuesta es simple, lo había anulado un hasta entonces desconocido jugador alemán de nombre Lothar Matthäus.
Diego Armando y Lothar se volvieron a ver las caras en Roma. El primero ya denotando los estragos de su vida de excesos se notaba fuera de forma, con sobrepeso. El segundo, fiel a la tradición de su país en torneos internacionales llegaba en plena forma. Maradona lo sabía.
Diego Armando tenía solo una válvula de escape a la catástrofe que se vía venir. Argentina había enviado a Roma en la figura de Sergio Goycochea a una muralla capaz de parar cualquier cantidad de tiros penales. Así que Maradona decidió enfangar el partido, amarrarlo, violentarlo. Llevarlo a tiempos extras, llevarlo a penaltis... y ganar la copa no gracias a su laureada excelsitud como medio creativo sino a las enormes capacidades de su portero.
Todo se vino abajo cuando al minuto 65 el troglodita Pedro Monzón, quien recién había sustituido a Oscar Ruggeri, se hacia expulsar tras una entrada artera que obligó al árbitro a sacar la roja. Con esta expulsión Argentina se ganaba el dudoso "honor" de ser el primer país en la historia de los mundiales en tener un jugador expulsado en la final. Antes de terminar el partido la oncena pampera elevaría ese "honorable" record a dos jugadores.
Maradona tenía dos opciones, convertirse en el creativo que todo el mundo quería ver ante la apabullante realidad de tener un jugador menos ante la poderosísima escuadra teutona... o violentar aún más el partido. Optó por lo segundo.
Su apuesta no le resultó, tras la enésima falta dentro del área el árbitro mexicano por fin marcó un penal al minuto 84. El silencio se podía cortar con un cuchillo cuando Goycochea estuvo cara a cara Andreas Brehme. El corazón de Maradona se detuvo, si Sergio paraba el disparo de Brehme esto sería suficiente para levantar el ánimo de su equipo para enfrentar los minutos que restaban el partido y así manejar los tiempos extra. Andreas no estaba para maquinaciones estrafalarias: frío, matemático, potente y preciso dejó claro que el no se achicaba en los momentos pivotales. Para cuando Goycochea se enteró que Brehme había disparado el balón este ya estaba anidado en la red.
Fue entonces cuando Maradona intentó jugar, pero al mimuto 87 pudo más la mendacidad y se hizo amonestar junto con Gustavo Dezotti. Al acumular la segunda amarilla, Dezotti daba a Argentina su dudoso nuevo record: dos jugadores expulsados en una final.
Los últimos minutos Argentina resistió como pudo al vendaval alemán que se le vino encima y si no recibió más goles fue porque Maradona sí le atinó a algo cuando planeó el partido, efectivamente, Sergio Goycochea (de origen vasco como Serrizuela, Burruchaga y Basualdo) era un portero extraordinario.
En aquel partido no estuvo Lio Messi (quien entonces era apenas un bebé de tres años), pero la hecatombe ha perdurado en el ideario colectivo de los argentinos. Así, al saltar a la grama del majestuoso Maracaná, los argentinos, sin ánimo de enfrentar en campo abierto y de tú a tú al equipo que acababa de endosarle siete goles a Brasil, optó por la táctica romana de Maradona. Solo hay que recordar cuán patético se vio Ezequiel Garay al embestir brutalmente al joven Cristoph Kramer quien se encontraba en la cancha en substitución del lesionado Sami Khedira o la forma en la que Gonzalo Higuaín buscó la falta tras una salida de Emmanuel Neuer. Lo de Javier Mascherano quedará para la historia, pues golpeó a placer a cuanto jugador alemán tuvo a distancia ante la complacencia del árbitro italiano Nicola Rizzoli.
O la forma en la que se acribilló a patadas constantemente a Bastian Schweinsteiger, golpe al rostro incluído, a quien incluso se negó el premio a jugador del torneo, premio que absurdamente fue a... Lio Messi (el Balón de Oro por primera vez no fue a un jugador del equipo campeón).
Un Lio Messi que poco o nada pudo hacer, que también optó por enfangar y embarrar el encuentro, logrando lo que no había logrado Maradona, llevarlo a los tiempos extra donde a fuerza de duras entradas mantenían el balance frente al futbol excelso que practicaba la oncena liderada por Schweinsteiger... hasta que afortunadamente, un mercurial André Schürrle diese el pase a Mario Götze que el delantero convertiría en uno de los mejores goles en la historia del Mundial y en la cuarta Copa del Mundo para Alemania, para desmayo de una Argentina que ahora sabe a ciencia cierta cuán inferior es su trapicheria al juego ético y elegante de los alemanes.
Aquí el partido:
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