Les compartimos este texto publicado en Noticias de Gipuzkoa:
Alberto Atxotegi
Getaria es un rincón privilegiado de Euskal Herria que dispone de un puerto bien protegido de los embates cantábricos y que vio nacer en su seno a Juan Sebastián Elkano. Dentro de unos días rememoraremos su regreso al hogar tras la expedición que de ola en ola circunvaló nuestro planeta. Una epopeya prodigiosa que el getariarra llevó a cabo tras relevar en el mando al portugués Magallanes, muerto a manos de los nativos en la denominada Punta Engaño de Filipinas.
Pero en los prolegómenos de la conmemoración del retorno de la nao Victoria, se están produciendo otros desembarcos dignos de mención, además del trasiego turístico habitual en estas fechas. El primero lleva color norteamericano y está compuesto por una cuadrilla de yankees de ambos sexos que, año tras año, inicia en esta villa marinera su particular chupinazo para encarar luego Iruñea y sus fiestas. Antes de tomar asiento, y con la mano en el pecho, entonaron su himno nacional para a continuación comer (y beber) en el May Flower, homónimo de otro navío legendario, regentado, cómo no, por un navarrico de Peralta con muchos sanfermines y encierros a cuestas. A uno siempre le ha llamado la atención la dosis de infantilismo que comporta el cóctel de la personalidad norteamericana, pero debo reconocer que oír cantar firmes a ese grupo, cuyas edades podían oscilar entre las de Clint Eastwood y Cameron Diaz no estaba exenta de emoción. Fue todo como muy de película, pero al saber que alguno de ellos había resultado corneado gravemente hace unos años, y sin saber por qué, me vino a la memoria otro desembarco recién festejado, el de Normandía.
Cuando las huestes de Obama emprendieron rumbo a la Estafeta, empezaron a asomar por los adoquines de este pueblo otros expedicionarios en comandos reducidos y hasta individuales. Comandos andantes de mochila y chubasquero que paso a paso otean horizontes y mapas, buscando otro Oeste, tan Far West como el de los anteriores, que les conduzca a Santiago. Mientras su sudor riega el camino, sus ojos se empapan de imágenes, lluvias, soles y vientos. Miran a diestro y siniestro espléndidas panorámicas, y viéndolo todo aprenden, como una peregrina nos dijo, a verse mejor por dentro. Esas palabras fueron lo más místico que he oído desde hace tiempo y creo que definían a la perfección el reto personal que supone ese recorrido tanto externo como interno.
De vuelta al puerto, observo con sorpresa la arribada de cuatro guardacostas con el clásico color gris metalizado que empiezan a acostar frente a la vieja cofradía de pescadores, asesorados desde el muelle por una patrulla de la Ertzaintza. Mientras echan pie a tierra y se saludan, miro la enseña que ondean y resulta ser la inconfundible Union Jack británica. Lucen impecables uniformes, desentumecen músculos paseando por el puerto y lanzan el good afternoon a todo aquel con el que se cruzan. Al escuchar el arratsalde on como respuesta sonríen y uno, también con ellos, pensando que algo del tan cacareado Basque Country les llega cuando menos al oído. El mismo en el que me revolotean múltiples preguntas sobre su presencia por estas tierras: ¿Han confundido el Peñón con el monte San Antón?, ¿forman parte acaso de una desconocida fuerza internacional en misión pacificadora?, ¿vienen a sugerir a Urquijo o a Quiroga que ya va siendo hora de dejar de darnos la tabarra? Cuando, más tarde, caminan acompasadamente a depositar sus voluminosos sacos de basura negros en el contenedor más próximo, comentamos irónicamente si no contendrán lo que resta de ese famoso arsenal de la organización armada del que tanto se habla. En el atardecer lluvioso, las nubes siempre dejan un resquicio para que la imaginación traspase sus fronteras. Tras una noche serena, al alba, y realizada su matutina gimnasia a bordo, los británicos zarpan de nuevo, y aquí no ha pasado nada.
En este postrer desembarco se impone la conclusión de que se trataba de marinos en formación, como aquellos enrolados en el barco escuela, que si la memoria no me falla, portaba el mismo nombre que el protagonista de esta historia. Total, que la antigua cofradía cayéndose literalmente en pedazos desde hace años, volverá a ser el mudo testigo de un nuevo simulacro de desembarco en recuerdo del gran navegante. Cofradía que, por cierto, fue financiada en su día por la Diputación de Gipuzkoa y múltiples aportaciones populares, simbolizando el perfecto maridaje de antaño entre lo público y lo privado. Se han barajado algunas alternativas sobre el devenir de ese emblemático edificio, pero a día de hoy su deplorable estado solo nos sugiere un fantasmagórico recuerdo del pasado. No me desagrada la idea de un albergue para arrantzales en activo o jubilados, que pudiera también acoger a los peregrinos que optan por el camino costero e incluso a gentes sin techo. Debería incluir igualmente los trabajos que los historiadores han realizado sobre el tema, para que el visitante quede informado sobre los avatares de Getaria, sus marinos o arrantzales y la figura de Elkano. Todo menos caer en las garras de oscuros intereses inmobiliarios que a menudo desembarcan por estos pagos.
Como les recordé en otra de mis quincenas, la costa de Hegoalde no debe ser únicamente pasto de turistas y jubilatas de lujo, como ya lo es la de Iparralde, para escarnio de nuestras raíces identitarias y patrimoniales.
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