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jueves, 29 de diciembre de 2011

Los Niños




Estamos en plenas celebraciones y festividades del Solsticio de Invierno y de pronto la euforia de tanta paz y hermandad vendida al por mayor en abarrotados centros comerciales e hiper cómodas páginas web nos hacen olvidar que hay quienes año tras año son obligados a ausentarse de su hogar. De esto nos habla este texto publicado en Kaos en la Red:

Los niños víctimas del conflicto

Berna Gómez Edesa

Las cárceles no deberían ser para nadie, son terribles e inservibles para algo que suponga humanidad y progreso; son la expresión del fracaso de la humanidad tras ya más de cinco mil años de historia. Las cárceles son especialmente crueles para los niños.

Estas fechas son especiales para la mayor parte de la población vasca y de los estados en los que se encuentra nuestro pueblo. Más allá del consumo y la “feliz falsedad”, son días de celebración, de reencuentros, de deseos bienintencionados. Para mucha gente, lo son también de nostalgia y recuerdo especial  por los ausentes, por quienes quedaron en el camino y por aquellas y aquellos que a muchos kilómetros de casa sueñan con el día del regreso.

Pero si para alguien es especial esta época, es para los niños. A su alrededor se monta todo un universo de magia y disfrute. Pero no todos los niños tienen garantizas las condiciones mínimas para disfrutar de aquello que es referencia e ilusión en esta época del año; muchos tendrán juguetes y actividades lúdicas navideñas, pero también, de manera destacada,  el déficit del abrazo y el juego junto a su ama o aita, ambos en los casos más crueles,  y sus progenitores no disfrutarán de esa inolvidable expresión con la que ilumina la vida la cara de un niño cuando abre el regalo de Olentzero.

Nos duelen los niños, sí; todos los niños. Los niños muertos apilados tras la explosión del coche-bomba hace unas semanas en Kabul. Nos duelen los niños esparcidos en forma de restos humanos en los atentados a las iglesias de Nigeria. Como no, sufrimos por la sangría de los niños muertos por el hambre, que para gran parte de nosotros los occidentales son solo una de las estadísticas de la miseria y de la destrucción con que nos desayunan a diario los media. Qué cosa, ¿verdad?, tenemos problemas para encajar nuestros residuos en nuestro entorno, con toneladas de restos alimenticios, muchos de ellos sin tocar, que servirán para hacer compost como mal menor, mientras millones de niños en el planeta sufren y mueren por desnutrición. Nos duelen los niños reclutados para soldados , los utilizados en la prostitución sexual,  los explotados para confeccionar productos que luego nos serán expuestos por prestigiosas marcas comerciales para orgasmo de nuestro consumo. Nos duelen los ya eternamente machacados niños palestinos y los también eternamente acampados niños saharauis. Nos duelen los que quedaron en el océano  de pateras de futuro imposible. Nos duelen los niños que aquí, junto a nosotros, sufren el desprecio y la exclusión por  tener un precioso color de la piel distinto al nuestro o porque les acunó otro idioma de los cuentos. Y nos revienta la  contradicción que nos supone esos niños que, en pisos de las Diputaciones, esperan una familia de acogida que se resiste a llegar.

Estos días nos duelen muy especialmente, por la cercanía de nuestras vivencias, los niños víctimas del conflicto político vasco.  Hemos sufrido y sufrimos por los niños que tienen algún familiar en la cárcel, sobre todo quienes tienen a su aita o ama, ambos en el peor de los casos. Son muchos los niños vascos en esa situación. Durante estos años hemos vivido muy de cerca esta tragedia. Nuestro hijo pequeño entró por primera vez en una cárcel con dos meses de vida. Fue muy intenso. El monstruo carcelario de Fresnes,  máximo extremo opuesto a la humanidad y cariño con los que un niño debe ser tratado, enfrentado a  la magia del encuentro entre  el preso y el niño, quienes finalmente ganan la partida. Hemos vivido inmensos momentos con los niños, con los nuestros y con otros, en ese inhóspito mundo de las cárceles. Como aquel en que una treintena de familiares de presos vascos cantábamos, en estas fechas navideñas, el “Hator hator mutil etxera” en la sala de espera de la prisión de Fresnes bajo la entusiasmada batuta de Irati, que con sus cuatro añitos visitaba a su aita preso. O aquel momento cruel en que nuestra hija de cuatro años rompía a llorar cuando la carcelera de Fresnes le impedía llevar su muñeca al locutorio donde jugaría con su hermano preso.  Hemos vivido la reproducción de numerosas parejas, siendo ambos o uno de ellos presos , incluso la reproducción a distancia con extraordinarios resultados en forma de una encantadora niña que va creciendo visitando a su aita encarcelado. Hemos vivido, y vivimos aún, niños nacidos en prisión y pasados sus primeros años de vida en ella.  La historia de las cárceles de la dispersión de los estados español y francés de estas últimas décadas tiene muchas e intensas páginas escritas por el dolor sí, pero sobre todo por el amor y los niños producto de él.

Las cárceles no deberían ser para nadie, son terribles e inservibles para algo que suponga humanidad y progreso; son la expresión del fracaso de la humanidad tras ya más de cinco mil años de historia. Las cárceles son especialmente crueles para los niños. Pero siempre encontramos niños en las salas de espera de ellas. Siempre el mismo perfil: niños de familias muy humildes, de familias gitanas, de familias de la emigración y, por supuesto, niños vascos relacionados con el conflicto político.  No querríamos ver entrar en una cárcel a ningún niño, sufriríamos incluso aunque esos niños fueran los hijos de Iñaki Urdangarin.

No solo alrededor de las cárceles tenemos niños y niñas víctimas del conflicto. Ane Muguruza es un ejemplo paradigmático de ello. Su aita, parlamentario elegido por el pueblo vasco, murió asesinado en Madrid por los poderes del Estado cuando Ane aún se formaba en el vientre de su ama. Terrible situación y consecuencia de este conflicto.

Pero también nos duelen los niños víctimas de la otra parte, y los de partes ajenas al conflicto. Nos emocionamos pensando en los niños muertos por el accionar de ETA en el cuartel de la guardia civil de Vic o en el de Zaragoza, o los niños que murieron en Hipercor, por poner solo unos trágicos ejemplos, y tantos otros que tuvieron que crecer sin el cariño de sus padres muertos por la actividad armada de la resistencia vasca.  Demasiados niños víctimas.

Cuidemos a los niños, si miramos en la inmensidad de sus ojos veremos que llevan un mensaje que viene desde el fondo de los tiempos, una llamada que nos invita, nos pide, nos grita: cuidadme, cuidad a todas las niñas y niños del mundo, somos la vida, según nos tratéis así será el futuro de la especie y del planeta.

Acabamos estas reflexiones unas pocas horas antes de emprender un largo, duro y caro viaje de novecientos kilómetros, que nos llevará a pasar la Nochevieja e  iniciar el nuevo año junto a una cárcel de la Francia profunda, llevando nuestro amor, nuestro calor , nuestro ánimo a la familiar presa. Viaje duro especialmente para nuestros niños, si bien acostumbrados ya a hacer vacaciones carcelarias en sitios lejanos y desconocidos.  Viaje condicionado por  la respuesta del coche, las circunstancias climatológicas y de las carreteras, por los nervios de que todo lo llevemos en el orden necesario para que acertemos con la dirección del sitio donde dormiremos, para que los carceleros no pongan demasiadas trabas y en la esperanza de regresar luego sin tener percances de importancia.

Soñamos vivir la libertad de los presos y presas en una Euskal Herria libre, justa y en paz,  se camina responsablemente hacia ello, pero  sabemos que solo será posible con la participación de una gran mayoría de gentes responsables que vean con perspectiva de futuro el objetivo de la resolución del conflicto en los términos en que se ha dado hasta ahora.  El próximo 7 de Enero la manifestación por los derechos de los presos y represaliados  debería marcar un momento histórico en el camino a ese futuro donde el conflicto político vasco no genere más víctimas  entre los niños ni entre  el conjunto de la ciudadanía vasca ni del resto de los dos estados afectados. 



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