Editorial de Gara con respecto al partido de la Eusko Selekzioa en San Mamés contra Túnez (epicentro de la "primavera árabe"):
San Mamés acogió ayer un nuevo partido de la selección de fútbol de Euskal Herria, que se celebró como una gran fiesta del fútbol vasco pero que también dejó a las decenas de miles de personas que acudieron al estadio, y a aquellas que siguieron el choque por televisión o radio, con la sensación de que este tipo de eventos no colma sus aspiraciones. Porque, año tras año, los aficionados y aficionadas que llenan las gradas del templo vizcaino, además de animar a sus jugadores y pasárselo en grande creando un ambiente único, comparten una reivindicación: que los futbolistas vascos puedan jugar con su selección en competiciones oficiales. Eso es lo que demandaron también ayer, y ese es el motivo por el que la fiesta, una vez más, no fue completa.
Porque, si bien es cierto que todos los caminos empiezan con un primer paso, hace ya muchos años que la sociedad vasca comenzó a marchar para lograr la oficialidad de sus selecciones, y son muchos los que creen que ya ha llegado el momento de dar, más que un paso, un salto cualitativo en esa dirección. Así lo exigieron también quienes, respondiendo a la convocatoria de Esait, participaron en los actos que desde la mañana se celebraron en Bilbo, donde el Arenal volvió a ser el epicentro del movimiento en favor de la oficialidad.
Los jugadores han mostrado su compromiso en numerosas ocasiones, la penúltima el pasado viernes, cuando expresaron su deseo de poder competir con su selección y su tristeza porque la federación vasca no ha mostrado la misma disposición que ellos. Y la última ayer mismo, cuando volvieron a saltar al césped. Asimismo, todos los seleccionadores que han tenido oportunidad de dirigir al combinado vasco han trasladado su ilusión por hacerlo en torneos oficiales, y la afición no pierde ocasión de demostrar, siempre que puede, que ansía ver a los suyos competir con las grandes selecciones del mundo. Que esto aún no sea posible no es achacable, por tanto, a quienes deberían ser los principales protagonistas de este deporte, sino a quienes desde sus despachos hacen oídos sordos a esta demanda y evitan asumir un mínimo compromiso.
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