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Enrique II y la recuperación de la unidad territorial de Navarra
Tomás Urzaiqui
Tras las anteriores firmes posturas de los antecesores y sucesores de Enrique II, sobre la defensa de la unidad del Estado pirenaico de Navarra vamos a conocer los esfuerzos que éste realizó para ello.
Aparte de los intentos militares, Enrique II mantuvo conversaciones diplomáticas con Carlos I de España y V de Alemania, con motivo del proyecto de boda de su hija Juana de Labrit, con el que sería Rey de España, Felipe II, mirando por la devolución de la Navarra ocupada por los españoles. Se habló de los daños causados en fortalezas y murallas de las ciudades, que se habían derribado por los conquistadores. Así como de la devolución de Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y la Rioja, incluida La Riojilla y los montes de Oca, hasta el holmo de Burgos (Atapuerca), recordando que en ciudades y lugares se han borrado como en Logroño recientemente los escudos de Navarra.
Enrique II Rey de Navarra formuló sus pretensiones concretas redactó un proyecto de tratado que fue trasladado a Bombalot. En el se establecía la devolución del reino de Navarra a Enrique II y una indemnización por las rentas del reino devengadas desde la usurpación. Asimismo se imponía al emperador la obligación de garantizar la nueva alianza con bienes en España para el caso de que a los Labrit les despojasen de sus Estados en Francia. Finalmente, se trataba de la evasión de la princesa Juana de Labrit, retenida por Francisco I de Francia.
Poco después de haberse anulado el vínculo matrimonial de Juana de Labrit, el primogénito de Carlos V, Felipe II, casado desde noviembre de 1543 con su prima carnal María de Portugal, quedó viudo de esta princesa, y tal circunstancia favoreció la reanudación de los contactos.
Así, durante el verano de 1545, el enviado navarro Ezcurra, que se hallaba en Madrid, pidió un retrato de la princesa navarra Juana de Labrit para presentarlo al príncipe de España. Dos meses después, el rey de Navarra Enrique II mandaba a Madrid a Miguel de Olite y al obispo de Lescar, Santiago de Foix, como embajadores para ofrecer la mano de Juana de Labrit al heredeo del trono español, Felipe. La proposición fue acogida con simpatía por Carlos I de España; pero la principal dificultad entre otras con que se tropezaba era, la oposición del rey de Francia y la imposibilidad de hacer salir a la princesa de su poder. Carlos V, en su testamento de 18 de enero de 1548, ofrece una prueba más de la atracción que para él tenía este enlace y señala a la princesa Juana de Labrit, «de exterior agradable, virtuosa y perfectamente educada», como posible esposa para su hijo.
La paz de Chateau-Cambresis entre España y Francia vino a poner fin a una guerra de casi cincuenta años. Al casamiento de Felipe II con la joven Isabel de Valois, siguieron otras alianzas hispano-francesas, principalmente dirigidas a mantener en Francia el predominio del Partido católico de los Guisa. Todo ello impidió que las gestiones navarras tuvieran éxito.
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