Este escrito ha sido publicado en Gara:
Iñaki Lekuona | Periodista
El rey de la fiesta
La mayor parte del año, Baiona no es más que una capital de provincias situada en uno de los vértices de un hexágono cuyo ombligo, París, centraliza casi completamente toda la actualidad. Ocurre que, por circunstancias históricas, sociológicas y psicológicas de compleja explicación, este fenómeno se invierte durante cinco días o, mejor dicho, durante cinco noches en las que millares de personas acuden en tromba allí donde confluyen las aguas del Errobi y del Aturri en alegre rejolgorio. Este año no ha sido excepción. Desde que el Rey Léon lanzara las llaves de la ciudad el miércoles pasado, Baiona ha sido atropellada por una marabunta de gente loca por disfrutar de un ambiente de jota único al norte del Pirineo. Y como todos los años, un «dispositivo de seguridad» se ha puesto en marcha bajo el pretexto de limitar todo tipo de desfases, en especial los horarios, es decir que lo bares cierren a su hora, y los de comportamiento, entre otras cuestiones evitar las agresiones sexuales. Pero en esta ocasión el celo de la autoridad ha ido más lejos.
Según los testigos que poteaban en la calle Tonneliers de Baiona Ttipia, a lo largo de la noche del domingo una treintena de CRS equipados de todo tipo de material antidisturbios tomó posición ante ellos. Sin mediar palabra, a eso de las cuatro de la mañana, con la calle infestada de gente, cargaron, así, a lo loco, que viva la fiesta. Según la versión oficial, los agentes habían acudido a aquella calle para hacer cumplir el cierre de los bares, y fueron los taberneros, secundados por los malévolos clientes, quienes con su negativa provocaron la carga policial. En fin.
Sucede que la gente se encendió, y que ni los treinta pobres antidisturbios ni sus porras ni sus pelotas de goma ni sus gases lacrimógenos ni la veintena de CRS que llegaron como refuerzo fueron capaces de hacer frente al cabreo general. Y todo para terminar retirándose dos horas después. La casualidad hace que en Tonneliers estén localizados los bares, digamos, más militantes, que por cierto estaban cerrados. La casualidad hace que sean las primeras fiestas del subprefecto Eric Morvan, que era prefecto de policía de París antes de ser destinado aquí. La casualidad hace que el eslogan de este año fuera «Por una fiesta más bonita». Preciosa, monsieur Morvan, está usted hecho todo un rey de la fiesta. Tiembla Léon.
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