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martes, 19 de agosto de 2008

Diálogo-Negociación

Este análisis se ha publicado en Rebelión:

Sobre el derecho a decidir y …

Txomin Ziluaga

Puede ser éste un tiempo político realmente decisivo para Euskal Herria como realidad en proceso cambiante de reconstrucción, como un pueblo con entidad específica en la vieja Europa y en la nueva Unión Europea, como una nación con conciencia colectiva, social, cultural y política de querer ser dueña de sí misma y solidaria con las personas, pueblos y naciones que habitan en el planeta y como un estado que debe defender los intereses y sentimientos de su ciudadanía. Tenemos la razón y las razones democráticas para disponer de nuestro presente y futuro.

Euskal Herria es un pueblo que como dijera Víctor Hugo canta y baila a ambos lados del Pirineo. Desde tiempo inmemorial, del Neandertal a nuestros días, interminables luchas han caracterizado su historia. Por sus tierras cruzaron Romanos y Visigodos. En el año 778, en Orreaga (Roncesvalles), Carlo Magno fue rechazado y obligado a renunciar a la conquista. Luego, las guerras carlistas y las luchas anti feudales, anti monárquicas y anti dictatoriales, junto a la emergencia de un potente movimiento obrero en las minas y la industria, formarán parte de su cultura política.

Hace unos años, posiblemente en 1.989, tras la final del campeonato de pelota manomanista entre Retegi y Galarza, Benito Lertxundi, durante la tertulia que acompañó la comida después del partido, repasó con profundidad nuestra problemática deportiva, cultural y política, concluyendo con una reflexión que compartimos todos: “Euskal Herria lo que necesita es que desaparezcan las fronteras del Adour y el Ebro. Nosotros queremos realizarnos como una nación sin fronteras respecto a las demás personas y pueblos del mundo”.

Vivíamos la época del contrainsurgente “plan ZEN (Zona Especial Norte)”, un proyecto diseñado por los aparatos de inteligencia militar españoles y desarrollados por el gobierno de Felipe González para intentar aniquilar la disidencia ideológica y política de Euskal Herria, que se expresaba en la interrelación objetiva del enfrentamiento armado de ETA, el protagonismo de los movimientos sociales y la implantación institucional de Herri Batasuna. A la guerra sucia intensiva sumaron la alianza de los partidos políticos, establecidos en el sistema, para complementar la errática estrategia del aislamiento y la derrota de la Izquierda Abertzale. De ahí el fracasado “Pacto de Ajuria Enea” y las “conversaciones de Argel”.

Hoy, después de tantísimos años de represión implacable –detenciones arbitrarias, torturas, secuestros, ejecuciones extrajudiciales, cierre de medios de comunicación, ilegalización de partidos, organizaciones sociales y criminalización de ideas políticas- y de los más perversos intentos de manipular y/o tergiversar el sentido de la confrontación, nos encontramos ante la realidad incontestable de un profundo conflicto político. Contexto que nos obliga, más que nunca, a poner todo el esfuerzo en el desarrollo y profundización de cuantas iniciativas surjan para sumar, realmente, la mayor cantidad de fuerzas, de la ciudadanía vasca, en defensa de nuestro pueblo a decidir por sí mismo. Las condiciones realmente existentes, aquí y ahora, aconsejan, sin lugar a dudas, abrir con responsabilidad espacios de racionalidad para la búsqueda de soluciones efectivas.

En la Teoría de Conflictos de Naciones Unidas, se plantea que en cada contencioso a tratar, hay que centrar el problema, en primer lugar, en el reconocimiento de las partes enfrentadas y, en cada caso, hay que distinguir entre lo racional, aplicable a ambas partes y lo razonablemente posible, en función de la correlación de fuerzas en proceso. De ella derivan dos interpretaciones. La fundamentada en la dialéctica “Victoria-Derrota”, en la que destaca la “estrategia de suma cero”, de técnica política aniquiladora del contrario, utilizada por la extrema derecha del mundo. Hitler en Alemania, Franco en el Alzamiento fascista de 1.936, EE.UU en Vietnam e Irak, o Israel respecto a Palestina. Y, la interpretación alternativa que se basa en la dialéctica “dialogo-Negociación” para buscar la resolución democrática de los conflictos (Guinea, Angola, Mozambique, Sudáfrica, Irlanda,…) defendida por la O.N.U., por su Asamblea General, por la actual Unión Europea y el Consejo de Europa. Como es sabido conflictos que resistieron, por largo tiempo, la estrategia de la derrota de una parte, se encauzaron, necesariamente, por la vía de la racionalidad y el diálogo.

En Euskal Herria tenemos demostrada la capacidad de resistencia y el coraje suficiente para neutralizar el discurso belicista que lidera el PP y que se fundamenta en la victoria de su Estado y Fuerzas Armadas y la derrota de sus posibles contrarios, bien sean ETA, la mayoría del Parlamento de Vitoria, la Federación de ikastolas, la selección de Euskal Herria o Euskaltzaindia. En el siglo XXI defienden la España Imperial, de trágico pasado. Les escuece el triunfo colosal de Evo Morales y reivindican para la oligarquía criolla la Autonomía de los territorios más ricos de Bolivia. Consecuentemente, defienden al actual Estado Español, como resto final de ese Imperio, ignorando el proceso integrador europeo y las reales perspectivas democráticas para la incorporación continental de personas y pueblos en proceso abierto.

Así mismo, la socialdemocracia, reinstalada en la gobernación del Estado español, apenas iniciado el camino de la racionalidad y el acuerdo, retorna al esquema de hacer creer a la opinión pública que todo vale para exterminar al enemigo (la izquierda abertzale) y humillar al adversario (Ibarretxe). En ese escenario, las declaraciones de Urkullo recriminando a EA y atizando el fuego para reivindicar puesto en la cola de víctimas de una parte, ilustran la mala fe y desorientación del sector que representa dentro de su partido; porque, precisamente, él conoce, mejor que nadie, que las voluntarias y voluntarios de ETA, a los que se refiere, son hijas e hijos de este pueblo que han nacido y crecido durante el Estatuto de la Moncloa suscrito en Guernica en el año 1.978 y sabe cabalmente del arraigo, social y afectivo, de esa juventud y no puede ignorar quien fue Arkaitz Otazua y cómo supo querer a su madre, a su padre y a su pueblo.

Frente al derecho democrático a decidir no tienen más razones que el recurso amenazante de un Tribunal Constitucional, carente de legitimidad y propio de un Estado Imperial que persiste en las tesis terroristas de Victoria-Derrota. Sin embargo, la mayoría del pueblo vasco plantea, abierta y reiteradamente la necesidad del Diálogo-Negociación y la conveniencia de acercas las instituciones a las necesidades y sentimientos de la ciudadanía, en esta fase de Globalización Capitalista, adquiriendo una importancia trascendente el contenido del derecho democrático del pueblo vasco a decidir por sí mismo.


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