Este escrito ha sido publicado en Gara:
«Cuando me dijo la hora yo le pregunté de qué día»
Ailande Hernáez ha sufrido un auténtico calvario a manos de la Guardia Civil. Golpes, amenazas y presiones para colaborar con el instituto militar. El juez Pedraz le levantó la incomunicación y le dejó libre bajo fianza, pero día y medio en un cuartelillo es toda una vida.
Iker Bizkarguenaga
El 4 de agosto es una fecha muy señalada para los gasteiztarras, pero para Ailande Hernáez el 4 de agosto de 2008 es un día que a buen seguro no va a olvidar. Apenas siete horas después de la bajada de Celedón este joven vió, cuando se hallaba a la altura de la céntrica plaza de Fariñas, cómo un número indeterminado de individuos se abalanzaba sobre él, le tiraba al suelo y le empezaba a golpear y a insultar. A partir de ahí, se acabaron las fiestas y comenzaba día y medio de pesadilla, de la que ahora está tratando de recobrarse acompañado por sus seres queridos.
Sus captores, en cualquier caso, probablemente confiaban en que el tormento del joven gasteiztarra fuera aún más largo y crudo, pero el juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz levantó la incomunicación, en una decisión desgraciadamente insólita cuando de un detenido vasco se trata, y los planes de los guardia civiles que tenían en sus manos a Hernáez se vieron parcialmente frustrados.
La actuación de este magistrado, que ya ha sido objeto de otras campañas en su contra, fue contestada con duras críticas por parte de la caverna mediática y de responsables policiales, como el secretario general del Sindicato Unificado de Policía (SUP), José Manuel Sánchez Fornet, quien el jueves valoró que «deberían tirar cócteles molotov todos los días contra la casa del juez Pedraz a ver cómo lo interpretaba». Huelga decir que si alguien que no sea Sánchez Fornet u otro personaje de su estilo se atreva a decir que hay que tirarle cócteles a un juez (o a quien sea) ya sabe a dónde va a ir directamente. El propio magistrado ha tomado cartas en el asunto y ayer mismo interpuso un queja ante el Consejo General del Poder Judicial, e incluso los sectores más conservadores de la judicatura calificaron de «inapropiadas» las declaraciones del policía.
«Uno subió encima y empezó a saltar»
En cualquier caso, un día en manos de la Guardia Civil pueden ser toda una vida, como el propio Hernáez relata en conversación con GARA al día siguiente de llegar de vuelta a Gasteiz, a su casa.
Explica que tras la violenta detención, «me levantaron, me llevaron en volandas hacia abajo y me metieron para adentro». Debido a que le taparon el rostro, no puede concretar a qué edificio de la capital alavesa lo condujeron en ese momento, aunque sí recuerda que había mucha gente alrededor suyo, y describe, aún afectado, lo que sucedió allí. «Según entramos, otra vez me tiraron al suelo y empezaron a atizarme. Alguno se me subió encima y empezó a saltarme sobre la espalda mientras estaba boca abajo, y no pararon de amenazarme, diciéndome que la había liado, que se me iba a caer el pelo». Este joven gasteiztarra también detalla que le pusieron una bolsa y se la bajaron hasta la nariz, amenazándole con bajarla del todo si no hablaba, que le pusieron una manta alrededor del cuello y se la apretaron hasta asfixiarle...
Asimismo, explica que sus captores trataron de confundirle sobre a qué cuerpo policial pertenecían, ya que si en el momento de la detención gritaron «Fuerzas de Seguridad del Estado» y luego explicaron que eran guardias civiles, a lo largo de su cautiverio también le dijeron que eran ertzainas.
A Hernáez, que en las horas que estuvo a manos de la Guardia Civil pasó por dos centros hospitalarios en Gasteiz y en Madrid, tampoco le indicaron dónde estaba hasta que le condujeron a la capital española y le dijeron que le habían levantado la incomunicación. Preguntado por cuánto tiempo transcurrió entre la detención y el momento en que le dijeron que no estaba incomunicado, la respuesta es contundente: «Unas cuantas ostias». Porque es en ese espacio temporal cuando el maltrato fue más acusado y las amenazas más duras. «Me tuvieron metido en una especie de calabozo, donde me estuvieron interrogando, amenazando, buscando que implicara a otras personas. Ellos mismos me daban nombres diciendo que ya sabían todo, que todo lo que dijese iba a ser mejor para mí. Supongo que lo típico que suelen decir», apunta.
Todo esto sucedió en Gasteiz, seguramente coincidiendo en el tiempo con el momento en que los habituales portavoces políticos e institucionales se acercaban a los micrófonos para condenar el ataque a la Subdelegación del Gobierno español con el que fuentes policiales ligaron la detención de este joven, algo que él negó ante el juez. Sobre el maltrato -luego confirmado- que Ailande podía estar sufriendo no dijeron nada.
«Queremos conocerte»
Cuando le anunciaron que iban a Madrid «me dijeron que iba a flipar, que no era nada lo que me habían hecho comparando con lo que me iban a hacer». Fueron en un turismo, cuatro agentes y él, y le condujeron a una comisaría, aunque allí «ya bajaron el pistón». Explica que a partir de entonces insistieron en la petición de colaboración.
Este es uno de los aspectos más escabrosos del relato, ya que a Hernáez le llegaron a poner fechas y lugares de encuentro para ponerse en contacto con ellos en caso de que accediera a colaborar. «Me decían que `ya está bien de hablar tú contra la pared y nosotros contra tu nuca', `queremos hablar cara a cara', `queremos conocerte un poco mejor'. Yo les respondí que ya sabían quién era -prosigue el joven-, a lo que me dijeron que `sí, sabemos quién eres, pero no te conocemos'». Explica también que los guardias civiles aseguraron que «esto lo hacemos con un montón. Lo que pasa es que nadie se entera, porque nosotros somos profesionales, nos dedicamos a esto. Esto es lo más normal, todo el mundo pasa por esto y un porcentaje sí que accede». A estas palabras, claro, les acompañaban duras amenazas sobre lo que iban a hacer si no colaboraba.
También opina que, a la vista de los comentarios que le hicieron, había sido objeto de seguimientos.
La abogada de Hernáez llegó a comisaría en torno a las 22.00 horas del día 5, martes, pero no fué hasta dos horas después cuando pudo hablar por vez primera con su defendido. Dos horas que estuvo esperando en el mismo edificio en el que a Ailande le seguían interrogando. A las 00.00 horas del día 6 pudo hablar con el joven, es decir, 23 horas después de que se produjera la detención.
En este momento del relato sale a relucir una muestra de lo traumático de su experiencia. Explica que preguntó a su abogada qué hora era, para orientarse, y cuando ella le respondió que eran las doce, él replicó: «pero de qué día». Y es que pensaba que era jueves, cuando en realidad aún era martes.
La declaración policial se produjo en presencia de la letrada, con una persona tomando notas y otras dos personas encapuchadas detrás. «Eso me lo dijo mi abogada, porque no podía mirar atrás en ningún momento. A todos los traslados, para todo, me ordenaban que mirara para el suelo, con una sudadera o una manta en la cabeza, o con un verdugo que me tapaba la cara», recuerda.
Concluida la declaración policial, y ya a la espera de comparecer ante el juez, el trato fue diferente, y hasta le trajeron un bocadillo, «que me costó comer una eternidad».
Ante Pedraz denunció los malos tratos sufridos, y señala que se mostró sorprendido al ver que el magistrado, al menos, prestaba atención a sus palabras y hacía gestos a la secretaria judicial para que no le interrumpiera. Valora que estuvo «correcto».
Tras la declaración, otra vez a los calabozos, a la espera de la decisión del juez. Este le impuso una fianza de 6.000 euros. Cuando sus allegados abonaron esta cantidad pudo regresar a Gasteiz, a las calles de las que un numero indeterminado de individuos se lo llevaron día y medio antes.
Una concentración denunció en la tarde de ayer, ante la Subdelegación del Gobierno español, las torturas sufridas por Ailande.
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