Ya le habían quitado el hierro ardiente a José María Aznar por su actuar en las semanas previas a la sangrienta invasión a Irak y por su involucramiento hasta el día de hoy.
Pero afortunadamente La Jornada ha publicado este editorial:
Irak: muerte y mentiras
La serie de mentiras, simulaciones y encubrimientos perpetrados por los gobiernos de Estados Unidos, Reino Unido y España para engañar al mundo sobre la supuesta amenaza encarnada en Saddam Hussein y en sus inexistentes arsenales de destrucción masiva alcanza dimensiones cada vez más indignantes y escandalosas.
Para justificar la infame e injusta invasión de Irak, el asesinato de miles de iraquíes inocentes, la destrucción y el saqueo del patrimonio económico, cultural y ambiental de ese país árabe y la ocupación militar de su territorio, George W. Bush y Tony Blair mintieron a sus ciudadanos al difundir conscientemente información falsa, pretendieron someter a los medios de información de sus países (como sucedió en Estados Unidos durante la guerra y actualmente en Gran Bretaña con la BBC), ocultaron la gravedad de la situación militar en Irak (apenas este miércoles el comando estadunidense reconoció que sus ejércitos de ocupación enfrentan una guerra de guerrillas) y, hasta la fecha, mantienen obstinadamente la falaz idea de que la conquista de esa nación árabe y el derrocamiento de Saddam Hussein eran medidas necesarias para garantizar la seguridad internacional, erradicar el terrorismo y ampliar el alcance de la democracia.
En el caso de España, el Partido Popular ha llegado al extremo de impedir sistemáticamente que el presidente José María Aznar dé la cara ante el Congreso y responda a los cuestionamientos de la oposición y de su ciudadanía sobre la participación española en el sometimiento del pueblo iraquí. Por añadidura, ayer la cadena árabe Al-Arabiya difundió una grabación atribuida a Saddam en la que el ex dictador pide a sus compatriotas repudiar el Consejo de Gobierno impuesto por los invasores e intensificar la resistencia contra las fuerzas ocupantes, dato que confirma -al margen de si Hussein está vivo o muerto, en su país o en el exilio- que la violencia y la tensión en el Irak de la posguerra apenas comienzan.
Así, para la comunidad internacional queda cada vez más claro que la conquista de Irak no tuvo nada que ver con la erradicación de armas de destrucción masiva ni con la instauración de la democracia en ese país, sino con la depredación de sus riquezas petroleras para beneficio de las grandes corporaciones estadunidenses y con la ampliación de la hegemonía geopolítica de Washington. Para cristalizar esos planes espurios, Bush y sus escuderos Blair y Aznar no han tenido empacho en avalar la muerte de inocentes y en practicar la mentira, la simulación y el cinismo.
Con todo, los ciudadanos, los medios y los actores políticos de Estados Unidos, Gran Bretaña y España han emprendido un importante activismo para obligar a sus gobiernos a revelar la verdad, rendir cuentas sobre la invasión a Irak y, en su caso, recibir la sanción correspondiente por haber dado la espalda a sus conciudadanos y electores. A ellos corresponde pasar la factura a sus autoridades a fin de forzar el retiro de las tropas de ocupación del suelo iraquí y frenar el ansia imperial de sus camarillas gobernantes. Por su parte, la comunidad internacional y la Organización de Naciones Unidas deben exigir de forma firme y consistente el restablecimiento de la soberanía y la libre determinación del pueblo iraquí y la restitución de la riqueza energética de Irak a sus legítimos propietarios. De igual modo, deben deslindarse de la falsa retórica de Bush y sus personeros y restablecer la vigencia del derecho internacional y del multilateralismo.
La muerte y la mentira que Washington ha esparcido por Irak y el mundo deben suscitar una enérgica reacción ciudadana a escala global: sólo así la humanidad podrá realmente proteger la democracia, la paz y la legalidad internacional de los afanes totalitarios y neocolonialistas que mueven las políticas de los actuales ocupantes de la Casa Blanca y de sus oficinas de representación en Londres, Roma o Madrid.
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