Por enésima ocasión nuestro amigo Iñaki Egaña pone a descubierto la podredumbre que caracteriza al estado español con un escrito que nos ha compartido en su muro de Facebook:
Begoña
Iñaki EgañaLa ofensiva mediático-judicial contra la pareja del presidente del Gobierno español ha revelado para un sector de la elite política hispana lo que llevábamos padeciendo en nuestro país desde hace décadas. Que la magistratura hispana es un poder en sí mismo, que marca tiempos, que provoca terremotos en la agenda política y que, en términos de medición, tiene más recursos y autoridad que las Cortes o La Moncloa. El Supremo y el Constitucional son los últimos eslabones de una cadena que se nutre de la derecha y la ultraderecha, de un corporativismo atávico y de un tendencia sistémica a conservar los valores clásicos del Estado profundo.
No voy a hacer una lista de agravios, ni tampoco a referir quién es más que quién en padecimientos. Es evidente que, en situaciones extremas, las posturas se definen con mayor nitidez. Y nosotros hemos vivido en ellas. Tal y como lo hizo Catalunya hace ahora ya siete años. Aquellos lodos nos han traído a estos barros, y viceversa. La rueda que no se detiene y que muestra que en estas dos últimas décadas varios agentes sociales se han convertido en políticos sin serlo. Políticos de primera magnitud.
Todo comenzó -por no viajar en el tiempo más allá de lo exigible para que no parezca un discurso de abuelo cebolleta-, hace exactamente 20 años, cuando el actual presidente hispano ingresó en el Ayuntamiento de Madrid en sustitución de Elena Arnedo, que acababa de dimitir. Fue su entrada en la arena política. En marzo de ese mismo año, la derrota de Aznar en las generales, tras los atentados yihadistas, unida a la creación de un gobierno de coalición en la Generalitat en el que entraban los republicanos de ERC, fueron el punto de partida para un acoso mediático y judicial desde la derecha hacia el PSOE liderado por Zapatero. Que se ha prolongado hasta hoy. Buena parte de la culpa la tuvieron los propios socialistas, que en 2001 habían firmado un nuevo Pacto Antiterrorista, con el que suponían neutralizar al PP, y que en las legislaturas de Felipe González se habían sumado a las líneas de intervención clásicas de los sectores más tenebrosos de la política española. Tortura y guerra sucia, entre otros temas, inducidos desde palacio. Después de haber sido derrotados y machacados en la guerra civil y el franquismo, bienvenidos a la España rojigualda.
Dos años después, 2006, la pareja de novios se casaba en el Hipódromo de la Zarzuela. En esos meses, el presidente Zapatero dirigía un intento de negociación con ETA que llevó a sus emisarios a entrevistarse con delegados de la organización armada, en tregua permanente, en Lausana, Ginebra y Oslo. Todo muy ordenado, con el Centro Henri Dunant haciendo labores de intermediación y recogiendo actas. En representación de Zapatero, Javier Moscoso, antiguo fiscal general del Estado y miembro del Consejo del Poder Judicial. Un cuadro de categoría.
Aquellas conversaciones que fracasaron un año más tarde, sirvieron para que el PSOE, el nuevo equipo de Zapatero al menos entre los que se encontraba el actual presidente del Gobierno, realizara un ejercicio de realismo. En teoría, la política la pivotaba el Gobierno, en la práctica se le escapaban numerosos flancos. Fue en esas reuniones, y tras los acuerdos firmados entre el Gobierno de Zapatero y ETA a finales de 2005, que Moscoso, Eguiguren, Rubalcaba y el núcleo duro de los negociadores, comprobaron que desde la judicatura, la iglesia, las asociaciones de víctimas del terrorismo, y el propio partido, boicoteaban cualquier intento de normalización política. La crispación era y es elemento natural para la derecha hispana.
Aquellas actas guardadas en el ministerio del Interior y ocultadas por la ley de secretos oficiales, descubrieron las sorpresas de los delegados del PSOE. En Ginebra y Oslo se mostraban aturdidos por los torpedos que la judicatura les lanzaba. Detenciones, torturas, prohibiciones de actos políticos… Llama la atención que el único territorio que el Gobierno hispano reconocía controlar era el de la Policía. Ni siquiera la Guardia Civil cuya autonomía era “peligrosa” y que, decía el PSOE, “únicamente obedece al Duque de Ahumada”.
Una ojeada a la hemeroteca nos permitiría descubrir entre los jueces quién era el abanderado contra la normalización política que perseguían entonces tanto un sector del PSOE como la izquierda abertzale: Fernando Grande-Marlaska. Y, me remito a las actas, se trataba del mayor actor incontrolado que ponía contra las cuerdas a los delegados socialistas desplazados a Suiza y Noruega. Un juez contrario a acuerdos de pacificación y exponente de la casta judicial de la más pura tradición hispana. Desde Estrasburgo le han reiterado varias veces que los malos tratos hay que investigarlos, aunque los denunciantes sean vascos. Más aún desde que España había firmado ya en 1985 la Convención contra la Tortura. Grande-Marlaska, como tantos otros, un valor pre-Constitucional, predemocrático en lenguaje socialista.Sin embargo, aquel misil judicial, aquel torpedo que al equipo de Zapatero le impedía tener credibilidad, se incorporó a la lista de los ministros del actual presidente hispano. Una carrera brillante. De enemigo de la paz a ministro. De exponente de la tendencia política autónoma de la judicatura, a sufrir su acoso. ¿Se podría aplicar con aquello de “Cría cuervos y te sacarán los ojos”? En absoluto. Lo que padecen unos y otros, entre ellos la pareja del presidente español, forma parte de ese magma político en el que se han rebozado los apoderados de los regímenes del 36 y del 78, que para el caso son los mismos. Cuando interesaba ya estaban los vascos para recibir los palos. Cuando no interesaba llegaba la denuncia, con minúsculas por si en alguna ocasión habría que retomar los zarpazos. Ahí andan preparando a Eneko Andueza para mantener el nivel, llegado el caso. Y entonces no se sorprendan, como ha sucedido con Begoña. Y que no venga el Moscoso de turno para decir, lo tienen en sus apuntes, que “Marlaska ha sido un accidente”.
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