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lunes, 7 de octubre de 2024

La Huelga de 1934

Este magnífico reportaje que traemos a ustedes desde el portal de El Salto nos brinda la oportunidad de entender de mejor manera como se reflejaron en la clase obrera vasca los avatares de la política en el estado español durante los muy cruciales años treinta del siglo pasado.

Adelante con la lectura:


Euskadi, Octubre de 1934

Bizkaia y Gipuzkoa fueron, tras Asturies, Catalunya y las cuencas mineras de León y Palencia, dos de los principales focos de la huelga general revolucionaria de la que se cumplen ahora 90 años.

Diego Díaz

Se cumplen 90 años de la huelga general revolucionaria de Octubre de 1934, quizá la respuesta más contundente dada en la Europa de los años 30 al ascenso de la ultraderecha. España no fue ajena a aquel auge de fascismos y autoritarismos. Sólo dos años después de la proclamación de la Segunda República, el gobierno de republicanos y socialistas se desmoronaba dando paso a una victoria de las derechas. En noviembre de 1933 la coalición conformada por la Confederación de Derechas Autónomas, los carlistas y otras formaciones menores, ganaba las elecciones generales por un amplio margen de votos. A pesar de esta rotunda victoria, amplificada por la Ley Electoral, el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, encargaría la tarea de formar gobierno a la segunda fuerza en escaños, el Partido Radical, derechista pero republicano. Hasta los republicanos más templados, como Alcalá, temían las consecuencias de dar el poder a una CEDA trufada de monárquicos, ex políticos de la dictadura de Primo de Rivera y admiradores varios de los fascismos europeos.

Tras un año marginados del poder, llegados al otoño de 1934 el cordón sanitario a la CEDA se había resquebrajado, y tras sucesivas crisis políticas, el nuevo presidente del Gobierno, Alejandro Lerroux, abría la puerta a la entrada en su gabinete de tres ministros cedistas. Como respuesta, la madrugada del 4 al 5 de octubre de 1934 las Alianzas Obreras de toda España declaraban la huelga general revolucionaria contra lo que temían podía ser una voladura desde dentro de la República del 14 de abril. Algo similar a lo que había pasado en Alemania con Hitler y en Austria con Dolfuss.

Aunque sólo en Asturias, y por un breve periodo de tiempo, se viviría una auténtica revolución, la huelga llegaría a adquirir contornos revolucionarios en otros puntos del país. Así sucedería en Catalunya, donde la Generalitat se unió a la insurrección proclamando el 6 de octubre un efímero Estado Catalán de la República Federal Española. También en las cuencas mineras de León y Palencia, y en determinados lugares de Bizkaia y Gipuzkoa, como Modragón, donde se llegó a proclamar la República Socialista.

La extensión de las Alianzas Obreras

El movimiento de las Alianzas Obreras había nacido en diciembre de 1933 en Catalunya. Impulsada por los comunistas del Bloque Obrero y Campesino, la Alianza Obrera de Catalunya lograría agrupar a socialistas, nacionalistas de izquierdas y una parte de los libertarios, en torno a la necesidad de articular un frente común capaz de resistir un posible golpe de Estado por parte de las derechas. Se trataba de evitar un escenario como el de Alemania, donde los nazis habían destruido la República una vez la derecha tradicional les había abierto las puertas del Gobierno.

A partir de esta primera Alianza Obrera de Catalunya, a lo largo del año 1934 irían surgiendo en otros lugares de España nuevas alianzas, en su mayoría hegemonizadas por el PSOE y la UGT, inmerso en un viraje a la izquierda tras el varapalo electoral sufrido en noviembre de 1933.

Las Alianzas Obreras no lograrían en todo caso convertirse en un movimiento excesivamente estructurado ni coordinado entre sí. La CNT sólo se integraría en Asturies, y el PCE y su sindicato, la CGTU, no se unirían hasta poco antes del estallido de la huelga. En Euskadi la Alianza Obrera apenas llegaría a cuajar.

La huelga en las provincias vascas

La huelga general en el País Vasco tendría un amplio seguimiento en sus dos provincias más industrializadas, Bizkaia y Guipuzkoa, y otro mucho más discreto en Álava, donde ni siquiera la capital llegarían a paralizarse por completo. En Gasteiz sólo los panaderos y algunos talleres y pequeñas fábricas secundaron la convocatoria. En Navarra llegaría a formarse una Alianza Obrera muy unitaria, con socialistas, comunistas y libertarios, pero el movimiento, débil en un territorio conservador y poco industrializado, no pasaría del paro laboral en las localidades con mayor presencia del movimiento obrero. Tan sólo en Altsasu se producirían incidentes violentos y la muerte de un trabajador.

El caso opuesto sería la zona minera de Bizkaia, histórico bastión de socialistas y comunistas. El éxito de la huelga sería aquí total, en buena medida por la retirada de las fuerzas del orden público, incapaz de contener a los trabajadores en armas. Convertidos en los dueños del lugar, los revolucionarios tomarían el control de las poblaciones mineras, pero fracasarían en su intento de tomar Bilbao, donde el despliegue de las fuerzas de orden público blindó la ciudad a la marcha de medio millar de mineros. Durante estos días de control obrero no tendría lugar ningún derramamiento en las comarcas mineras.

Bilbao había quedado paralizada por la huelga general, pero los intentos de los revolucionarios de la capital por ir más allá y tomar el control de los puntos neurálgicos de la que ya entonces era una gran urbe se estrellaron contra la resistencia de unas fuerzas de orden público bien preparadas y a las que la intentona revolucionaria no pillaba por sorpresa. 15 obreros bilbainos perderían la vida en los enfrentamientos producidos en las calles de Bilbao.

En los márgenes fabriles del Nervión, otro bastión obrerista, la huelga tendría un gran seguimiento pero la represión sería muy eficaz a la hora de realizar detenciones de dirigentes y descabezar el movimiento. La sorpresa en este área industrial y portuaria sería la adhesión espontánea a la huelga de obreros afiliados a ELA, sindicato entonces muy pactista y moderado, de orientación católica y nacionalista, que no había convocado el paro, y cuyas relaciones con la UGT era históricamente peores que malas. En localidades como Portugalete, donde tuvieron lugar enfrentamientos violentos, se dejaría sentir especialmente esta inesperada unión de los obreros nacionalistas a una huelga que lideraban socialistas y comunistas.

La huelga también paralizaría Donostia, pero como en el caso de Bilbao, sin llegar a derivar en una situación revolucionaria. También sería importante el seguimiento en Hernani, Errenteria y Pasaia, donde la CNT se sumó y seis obreros murieron en enfrentamientos armados con las fuerzas de la República. Eibar y Arrasate serían las dos localidades de Gipuzkoa en las que el movimiento tendría más fuerza, organización y hombres armados. En ambas villas fabriles los revolucionarios ocuparon las calles, tomaron el control de los ayuntamientos y estaciones de tren, si bien al poco tiempo tendrían que deponer las armas y entregarse ante la abrumadora superioridad de las fuerzas del orden.

Eibar, sede de una potente industria armera, era un enclave estratégico que no podía caer en manos de los revolucionarios. Por ello el Gobierno se emplearía a fondo en abortar la revolución, desplegando todos los efectivos disponibles del Ejército, la Guardia Civil y la Guardia de Asalto. Incapaz de hacer frente a este muro de de contención, y desmoralizado por las noticias del fracaso de la huelga en el resto de España, el movimiento revolucionario duraría menos de un día. En Arrasate poco más de 24 horas. En esta localidad, en la que llegó a proclamarse la República socialista, tuvieron lugar los mayores excesos registrados por el lado de los revolucionarios: tres asesinatos a sangre fría, uno de ellos el del diputado carlista Marcelino Oreja, presidente de la Unión Cerrajera, y padre del futuro ministro de Asuntos Exteriores de Aldolfo Suárez.

El día después

La huelga en el País Vasco se prolongaría más allá del fracaso de la revolución, que llegados al día 7 de octubre había concluido en Catalunya y sólo resistía en Asturies, donde los revolucionarios interpretaban como intoxicaciones de la propaganda gubernamental las noticias acerca de su fracaso en el resto del país.

Finalmente el día 11 de octubre, mientras en Asturies todavía se libraban los últimos combates contra el Ejército, la Guardia Civil y la Guardia de Asalto, la UGT, la Alianza Obrera de Gipuzkoa y ELA, llamaban al regreso a los puestos de trabajo reconociendo que resultaba inútil persistir en el alargamiento de una huelga que dejaba en el País Vasco ya un saldo de 40 muertes, en su mayoría obreros.

La represión estatal no tendría la ferocidad de Asturies, con miles de detenidos, numerosos casos de torturas y asesinatos, pero tampoco se quedaría corta en las provincias vascas y Navarra. Sólo en Eibar 170 vecinos sería procesados por los sucesos del 5 de Octubre. A ello se sumaría el cierre de centros obreros, periódicos y casas del pueblo. La represión además no se detendría en los militantes socialistas, comunistas y libertarios. El Gobierno del Partido Radical y la CEDA tratarían de aprovechar los hechos de Octubre para perseguir a los republicanos de Azaña y al ANV, el PNV y ELA, a los que trataría de implicar falsamente en una huelga que no habían promovido, si bien algunos nacionalistas habían participado en ella de manera individual. La represión alcanzaría incluso a José Antonio Aguirre, el futuro lehendakari, que llegaría a pasar por la cárcel, aunque pronto sería puesto en libertad.

La represión al nacionalismo vasco terminaría de romper los puentes entre las derechas y el PNV. Desencantados con el Partido Radical, que había incumplido sus promesas de aprobar el Estatuto de Autonomía, y preocupados por la deriva autoritaria que la República podía tomar con la CEDA en el gobierno, los jelkides, sin dejar de ser un partido conservador, empezarían a girar a la izquierda en su política de alianzas.

La resaca de Octubre dejaría otra lección en el País Vasco. Las bases obreras del nacionalismo estaban girando hacia el antifascismo y adquiriendo una conciencia de clase cada vez mayor, que, como pronosticaban los comunistas vascos, tarde o temprano entraría en conflicto con la orientación burguesa y derechista del PNV. Todavía tendrían que pasar una Guerra Civil y varias décadas para llegar a esa colisión que en 1934 comenzaba a intuirse en el horizonte.

 

 

 

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