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miércoles, 30 de octubre de 2024

Lasheras | Palabras Obedientes, Actos Rebeldes

El siguiente texto lo traemos a ustedes desde el portal de Resumen Latinoamericano, en el mismo, su autora pone al desnudo la aporofobia que ha salido a relucir como respuesta a una iniciativa solidaria muy particular.

Lean ustedes:


Palabras obedientes, actos rebeldes

Amparo Lasheras

Donostia se encuentra en ese pequeño país llamado Euskara Herria, que también es el mío. Es la capital de Guipúzcoa, uno de los siete territorios que componen mi “paisito”, como diría el poeta Mario Benedetti, y una de las ciudades más hermosas de la costa cantábrica. Fue ciudad de veraneos aristocráticos y de reyes, de espías, de artistas y jugadores de la Belle Époque que se daban cita en su célebre Casino. En la Donostia más moderna, por el Festival Internacional de Cine (Donostiako Nazioarteko Zinemaldia), inaugurado en setiembre de 1953, han pasado los mejores cineastas y los actores y actrices con más glamour de Europa y de Hollywood. En el Jazzaldia (Festival Internacional de Jazz) se ha escuchado y se sigue escuchando a las grandes leyendas del jazz y, en los conciertos en la playa de Zurriola o en el nuevo Kursaal, han actuado desde el cantautor cubano Silvio Rodríguez hasta Bruce Springsteen. Y en su universidad gastronómica el Basque Culinary Center estudian los que en un futuro serán los chefs más solicitados del mundo.

Con este currículo es fácil adivinar que Donostia es también una de las ciudades más turísticas de Europa. Por lo tanto, el boom de los apartamentos turísticos ha hecho su trabajo neoliberal y la ha convertido en una ciudad donde la vivienda ha dejado de ser un derecho para considerarla un negocio de alto standing.

Sin embargo, detrás de esa imagen tan exclusiva existe otra ciudad más anónima. La que se viste con las miserias de la injusticia capitalista, la que duerme en la calle y forma parte de la pobreza oculta. Hoy en Donostia, según fuentes institucionales, 404 personas viven en la calle, en su mayoría hombres jóvenes o inmigrantes. “Probablemente habrá más que no aparecen en los informes del Ayuntamiento”, afirma Agus Rekalde, una de las responsables de la plataforma ciudadana KAS (Kaleko Afari Solidarioak, nombre en euskera de Cenas Callejeras Solidarias). Este colectivo, los 365 días del año y desde el 2020, reparte comida a las personas en situación de calle y a otras muy vulnerables económicamente. Lo hace en tres puntos de la ciudad, el barrio de Egia, Amara y junto a los arcos de la Konsti, en la parte vieja.

Al leer algunos medios de comunicación o escuchar ciertas opiniones políticas sobre esta iniciativa ciudadana, volví a pensar en el poder que tienen las palabras para crear una realidad y adaptar el pensamiento de la gente a la ideología hegemónica de la gobernanza mundial. A cuenta del trabajo solidario de KAS, en Egia, un barrio que se puede definir entre trabajador y de clase media, ha surgido un grupo de vecinos entre los que se encuentran concejales del Partido Popular, que han decidido convocar manifestaciones en contra de estos actos solidarios. Para ello han elaborado un contundente mensaje hablando de inseguridad, criminalidad, delincuencia e inmigración. Como escribí hace unos días, estas palabras constituyen la clave necesaria para articular un discurso racista e inculcar en la clase media el miedo a ser pobres algún día. La consecuencia fue que el Ayuntamiento prohibió el reparto de comida para “garantizar la seguridad” de los vecinos. A pesar de la prohibición administrativa y policial, las cenas han continuado en otras partes de la ciudad y, además, como confirman responsables de la plataforma, han contado con un inesperado y activo apoyo popular. La intención y la idea de mostrar la solidaridad como una idea perturbadora del orden que caracteriza la indiferencia del individualismo ha fracasado ante la práctica real de lo que, en la batalla de las ideas y no de las palabras, se llama desobediencia y rebeldía social.

En todas las ciudades siempre existen dos historias que contar. El relato lo escriben la desigualdad que impone el capitalismo y la lucha de clases que se desnuda mil veces ante la realidad, aunque, al hablar de ella, se le cubra con otras palabras más obedientes y olvidadizas.

 

 

 

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