Opresores jugando a ser víctimas para así manipular a su antojo la percepción acerca de sus desmanes en el panorama internacional, logrando así la complicidad de tirios y troyanos.
Lean lo que nos reporta Naiz en su especiales dedicados a la hemeroteca de Egin:
«Síndrome del Norte»: Patologías policiales a la carta
La situación de guardias civiles y policías españoles en Euskal Herria fue un tema recurrente en los 80 y 90. Hasta se intentó teorizar sobre un «Síndrome del Norte» que acabó justificando toda actuación de cualquier agente que hubiera pasado por tierras vascas.
Beñat ZalduaUn grupo de mujeres de Policías españoles se encerró tal día como hoy de 1987 en la sede de su asociación en Donostia para denunciar que vivían «en ghettos como los judíos en sus tiempos», pedir al Gobierno español que dejase de tratar a sus maridos «como subnormales» y reclamar su traslado fuera de Euskal Herria.
La pieza del 'Egin' también recoge otros reclamos de las mujeres de policías destinados en tierras vascas, como que se reduzca su presencia en Euskal Herria y «que la policía autónoma tome las competencias que le corresponden».
La noticia no paró ninguna rotativa, pero sirve para traer a colación un tema recurrente durante los años 80 y 90: la situación de guardias civiles y policías españoles en Euskal Herria en lo más crudo del conflicto armado. La imagen de unos agentes abandonados a su suerte en tierra hostil fue ampliamente reproducida en medios españoles, los mismos en los que no había sitio para exponer las razones que explicaran semejante rechazo.
Este discurso victimista tuvo su máxima expresión en un esfuerzo por patologizar y particularizar las consecuencias psicológicas que tenía para las fuerzas de seguridad españolas desempeñar su trabajo en Euskal Herria. Se le llamó «Síndrome del Norte» porque llamarlo «Síndrome del País Vasco» hubiera implicado evocar operaciones en tierra ajena –caso del «Síndrome de Vietnam» o «Síndrome del Golfo»– y sirvió de cajón de sastre para justificar las conductas de cualquier agente del orden que hubiera pasado por Euskal Herria. Para muestra, dos botones.
Primero. Según investigaciones académicas que, con cuarenta años de retraso, tratan hoy de recuperar el término en la batalla por el relato, la primera vez que se menciona el «Síndrome del Norte» en la prensa española es en 1985. La noche del 30 de abril de aquel año, tres jóvenes buscaban caracoles con linternas en el municipio de Auñón, Guadalajara. Dos guardias civiles les dieron el alto y, sin mediar palabra, uno de ellos comenzó a disparar, matando a uno de ellos. El gobernador civil de Guadalajara lo achacó a que el agente estuvo destinado en Donostia seis meses antes: «Es una suposición, pero tal vez ocurrió lo que algunos llaman síndrome del norte. El guardia civil, al ver la luz, puede que reviviera alguna situación de tensión anterior, y disparó. La verdad es que no tiene una explicación lógica».
Segundo. Según el mismo artículo académico, firmado por los investigadores de la Universidad Complutense de Madrid Jesús Sanz y María Paz García-Vera, la primera vez que un médico reconoció dicho «Síndrome del Norte» fue en julio de aquel mismo año, como explicación a una muerte que los autores del texto califican sorprendentemente de «inexplicable».
Los hechos: «En la medianoche del 14 de abril de 1985, un guardia civil, de 25 años, contactó con un travesti en una zona de prostitución de Barcelona. El travesti subió al coche del guardia civil y, poco después, este le disparó a quemarropa en la cabeza causándole la muerte. Horas más tarde, el cuerpo sin vida del travesti, envuelto en una manta y atado de pies y manos, fue encontrado en otra zona de Barcelona».
El informe médico encargado por el juez apuntó que el victimario había estado destinado unos meses en Euskal Herria y que padecía el «Síndrome del Norte» a consecuencia de la «tensión psicológica que viven las fuerzas de Seguridad del Estado» en tierras vascas, lo que había hecho que «la situación psicológica y emocional del encausado no era normal».
Escaso recorrido
Para cerrar la historia cabe añadir que el juez no aceptó aquel supuesto atenuante y condenó a 11 años al guardia civil por homicidio doloso. Esa fue la tónica general. Los jueces apenas aceptaron la existencia de aquel síndrome. Tampoco lo hicieron los responsables de esos agentes.
Una nota de Europa Press de 1987 recogía que los directores de la Policía española y de la Guardia Civil afirmaban que los estudios encargados sobre el tema concluían que «no existía dicho síndrome» y que «el porcentaje de suicidios y dolencias psíquicas en los policías destinados en el País Vasco y Navarra es similar al que se da en otras regiones, como Andalucía o Castilla».
Los investigadores de la Complutense, que tratan ahora de dar la vuelta a la tortilla, reconocen que «solo se han encontrado dos trabajos empíricos dirigidos específicamente a examinar la existencia del síndrome del norte, y los dos negaban su existencia».
El «Síndrome del Norte» fue sobre todo un producto mediático que sirvió, por un lado, para mejorar las condiciones laborales de los agentes destinados en Euskal Herria –ahora se da la situación exactamente contraria, con complementos salariales y sin amenazas– y, por otro, para justificar cualquier comportamiento homicida o suicida de agentes destinados en algún momento en tierras vascas.
El contraste, en este punto, resulta delator: cualquier desajuste psicológico de la parte española es consecuencia de la acción de ETA y la hostilidad del pueblo vasco; por contra, síntomas similares en militantes de ETA y otros activistas vascos solo se vinculaban a su intrínseca debilidad y a unas decisiones vitales erróneas.
Es obvio que prestar servicio en un país en conflicto pudo acarrear consecuencias psicológicas a algunos agentes. Pero el «Síndrome del Norte» nunca tuvo como objetivo profundizar en ellas. De lo contrario, se hubieran visto obligados a contestar la pregunta obvia: ¿Por qué sufrían los agentes destinados en Euskal Herria situaciones y síntomas equiparables a los de soldados en tierra ajena?
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