Este escrito ha sido publicado en Gara:
Iñaki Soto | Licenciado en Filosofía
Ahora sí que todos vamos a ser navarros por un tiempo
Por fin los deseos de miles de vascongados que han renegado de su ciudadanía para reconocerse a sí mismos como navarros de noble estirpe se van a cumplir. A partir de que los trámites parlamentarios se agoten y de que, pese a que nadie nos lo terminamos de creer, Ibarretxe sea desalojado por la Policía de Ares de la trinchera que ha montado en Ajuria Enea, los vascos de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa pasaremos a ser como los vascos de Nafarroa. Puede que Ibarretxe también se sienta un poco navarro y que, emulando a quienes en la defensa del Gaztetxe Euskal Jai de Iruñea se subieron al tejado, consiga mantener la ikurriña en lo alto de Ajuria Enea por unas horas. Las horas justas hasta que un tribunal español determine que no es constitucional que sólo ondee la enseña vasca y, en consecuencia, Izaskun Bilbao le convenza de que más vale un asiento de cuero en culo que miles de ikurriñas volando.
Creo sinceramente que lo que une políticamente a los vascos no es el Estado navarro de hace quinientos años, sino sobre todo la resistencia frente a los estados francés y español del último siglo. Es más, diría que son las humillaciones que a través de los siglos se han perpetrado contra este pueblo -incluidas sin duda aquellas de 1512- las que nos hacen, en gran medida, mantener nuestra postura irredenta.
Pero también tengo que reconocer que, al menos en mi caso, pesan más las memorias de aquellas humillaciones que me ha tocado vivir en persona -tanto en mi anterior vida en Nafarroa como en la actual en Gipuzkoa-, que las que ocurrieron allá por 1500 contra gentes que, si mis escasos conocimientos de genealogía no me engañan, en mi caso al menos no pertenecen a mi bastardo linaje.
Recuerdo entre esas humillaciones la noche en la que Mikel Iribarren y Mikel Ayensa cayeron abatidos por disparos de la Policía española en Iruñea. Recuerdo cuando estuvimos horas esperando en Hondarribia los restos de los cuerpos de Joxi y Joxean, y cómo terminamos perseguidos y apaleados por la Ertzaintza. Recuerdo los interminables días que mi hermano y mis amigos permanecieron incomunicados y los relatos de las torturas que sufrieron. Recuerdo el desdén de decenas de policías y funcionarios en controles o visitas. Recuerdo, y además procuro no olvidar jamás, que mis recuerdos son tan sólo una pequeña gota en un océano de sufrimiento. A veces, cuando me dejan, también intento recordar que no sólo somos nosotros quienes sufren, y que ellos y ellas no sean conscientes no evita que yo tenga que recordarlo para ser más justo, más humano, menos como ellos.
Creo que ese sentimiento de humillación sistemática es el que ha llevado a los abertzales de Nafarroa a resistir y, en muchos frentes, a estar muy por encima de sus connacionales a este lado de la sierra de Aralar. Sólo cabe esperar que el PNV no logre lo que ha estado a punto de lograr en Nafarroa. Y que el resto de abertzales no se dejen.
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