La opinión de Julen Arzuaga con respecto a la jornada electorera publicada en Gara:
Julen Arzuaga | Giza eskubideen Behatokia
Una democracia de cómic
Las circunstancias en las que se ha desarrollado el proceso electoral que hoy culmina en las urnas conforman el argumento de un cómic ambientado por la Ley de Partidos y que el autor del artículo narra viñeta a viñeta. En la última de esas viñetas dibuja un «Parlamento ilegítimo» y el intercambio de cromos para crear gobierno.
Somos la generación del cómic. Por él se nos abrieron las puertas al mundo. Crecimos al ritmo de cada nueva entrega de Asterix y ahí supimos que «están locos estos romanos». Aprendimos a maldecir con el capitán Haddock, a divertirnos con Spirou y quisimos ser más rápidos que la sombra de Lucky Luke. Había en las estanterías de la biblioteca un cómic hoy sugerente: las aventuras del infame visir Iznogud. El nombre del personaje, un juego de palabras de la frase inglesa «is no good», revela su naturaleza: un ser traicionero y envidioso que se sirve de los métodos más miserables para cumplir su máxima ambición: «Ser califa en lugar del califa», arrebatar el puesto al bonachón y bobalicón califa Harún El Pussah.
Acabamos de padecer un proceso electoral de cómic, en una ambientación diseñada por la Ley de Partidos. Unos quieren «ser lehendakari en lugar del lehendakari», mientras que éste se aferra a su cargo por una cuestión de designación cuasi-divina. Otros también aspiran a «ser la izquierda abertzale en lugar de la izquierda abertzale», intentando como aquéllos rentabilizar los réditos que otorga la aplicación de aquella ley.
Un cómic llamado «Elecciones 09» en diez viñetas. En la primera se presenta una candidatura de electores que reciben un importante respaldo en firmas. Para la segunda viñeta, algunos ya los habían asumido como ilegales y protestaron por el «desafío al estado de derecho» que la simple presentación suponía. Otros con mejor voluntad pero más ingenuos aconsejaron que se presentaran «listas blancas», el famoso juego de la segregación y el apartheid. También las hubo.
En la tercera viñeta, los tribunales imponen la trama: en sus «fundamentos jurídicos» (sic) niegan que hayan causado una restricción del derecho de sufragio pasivo ni de la libertad de expresión de los candidatos, que se mantiene intacta. Dicen que están regulando el derecho de acceso a cargos públicos, y ahí han detectado a personas que han elegido mal el instrumento para vehiculizar ese derecho: han escogido partidos contaminados, infiltrados, siempre negros. Pueden pensar lo que quieran, incluso ejercer sus derechos individuales, pero no juntos. Para hacerlo correctamente deben (des-)integrarse en otros partidos limpios, que para eso está Aralar.
Cuarta viñeta, la vis tragicómica, la interpretación histriónica de la realidad de Garzón el bufón: detenciones arbitrarias entre cuernos de muflones muertos y ataques de ansiedad. Quinta viñeta, el drama: el eterno califa nos dice: «en un estado de derecho hay que confiar en la Policía, en la Justicia y también en la responsabilidad de los líderes políticos para arreglar las cosas a través del diálogo». Sí hombre, otro cheque en blanco a vosotros... ¿para qué? Le supera Patxi Zabaleta: «A Batasuna le ayuda Garzón, el Estado, y la Policía». ¡Qué miseria!
Sexta viñeta, irrumpe la caballería: cae un informe de las Naciones Unidas que habla de la «pendiente deslizante» por la cual se ha lanzado el estado español y que, como un alud, coge velocidad y lo arrastra todo, sin que nadie sepa cómo, cuándo y dónde se detendrá. Séptima viñeta, nadie se da por aludido, adhesión al guión original. No conviene a nuestros próceres que les den lecciones de democracia y menos en plenas elecciones: la campaña continúa como si no pasara nada. Se habla de lo típico, sabiendo que ahí el compromiso adoptado sale gratis: bajarán impuestos, resolverán el problema de la vivienda, impondrán medidas que sin duda resolverán la crisis, les doran la píldora a jóvenes, pensionistas, empresarios o trabajadores porque resolverán todos sus problemas sectoriales. ¡Pero si todos ellos han tenido experiencia de gobierno, en un lado o en otro! ¿Qué han hecho hasta ahora?
Octava viñeta, ellos también tienen su propia caballería: la Ertzaintza ataca violentamente una manifestación en la que los ciudadanos blanden blancas papeletas. Estarán presentes en toda la campaña retirando carteles, interviniendo papeletas, hostigando a quienes piden cierto voto crítico. Novena viñeta, jornada de urnas con sesión continua en ETB, la fiesta de la democracia. ¿Final feliz? No, décima viñeta y epílogo: se conforma un Parlamento ilegítimo e intercambio de cromos para crear gobierno. Donde dije durante la campaña «haré» ahora digo «amén» y sobre lo que no prometí ahora no me exijas. Cuatro años más de democracia cero.
Decía M. Foucault que «es feo ser digno de castigo, pero poco glorioso castigar». Por eso retiran de la vista de la sociedad a los castigadores y castigados, y los recluyen a los primeros en tribunales y a los otros en penitenciarías. Pero hay una modulación sobre la primera premisa: ¿y si resulta que no se es digno de castigo? ¿cuál es, entonces, la razón de ser del castigador? Aquí se apunta una cuestión de enjundia: la dicotomía entre legalidad y legitimidad. Según la legalidad española, el disidente político es digno de castigo -¡vaya que sí!- pero no lo es en base a una legitimidad universal, al estar amparado por la libertad de opinión y expresión. Es aún menos glorioso castigar a quien sólo pretende participar en una institución para ejercer el derecho a expresarse, base del «hacer política». Un estado -o un político con acceso a los resortes de castigo- que trata a los ciudadanos discrepantes como enemigos no se debería sorprender del tratamiento recíproco, es decir, que los ciudadanos vean al estado -o al político concreto- como al villano del cómic.
Ninguno de ellos ha planteado el verdadero nudo gordiano de la cosa: una reflexión sobre una nueva interpretación de la democracia, de la gestión de la «res publica», basada realmente en las decisiones adoptadas por las y los ciudadanos. Unos porque no los quieren ni oír. Otros porque sólo los quieren consultar para sus cosas. Es más fácil dejarse llevar, hacer política de espaldas a los problemas, obviando que lo que está en juego hoy en este país es una profunda regeneración democrática. Han reventado conceptos tan simples como «un ciudadano un voto», ha estallado el ejercicio de los derechos civiles y políticos de todos y todas, han agotado el cupo de credibilidad de sus instituciones. La responsabilidad del político comprometido -no de éstos- se sitúa en dar una vía política plausible a las legítimas aspiraciones de la ciudadanía. En enfrentar un cambio no de fachada, de caras siempre sonrientes, sino en valores, en la forma de hacer política, en una nueva dimensión de la soberanía popular, secuestrada hoy por la soberanía de los líderes. Así pues, reflejados en esta realidad de cómic, la crisis de legitimidad de los nuevos califas no puede ser mayor, la brecha entre la casta dirigente y el ciudadano, la distancia entre la institución y la calle rasa es kilométrica. La convicción popular sobre la incapacidad de los políticos profesionales para encarar problemas que parecen sencillos de resolver, es profunda y arraigada.
Siendo chavales aprendimos que había «una aldea de irreductibles galos que resisten hoy y siempre al invasor, con una poción mágica que les hace invencibles». El cerebro, que decía Evaristo. Yo, me voy a votar lo invotable.
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