Este texto dedicado a José Bergamín ha sido publicado en Gara:
Aprovecho para presentarles la biografía de José Bergamín (cortesía de Wikipedia):
Cristina Maristany | Escritora
Bergamín y Euskadi
Han transcurrido ya 25 años desde aquel tristísimo día de su muerte en medio del temporal que asoló Euskadi entera: era el 28 de agosto de 1983. Un año antes se había trasladado a vivir allí con su hija Teresa. Había anunciado que se iba de España, que pensaba exiliarse; no podía aguantar más este país que tanto había amado e idealizado, y que tanto llegó a despreciar. Fue a encontrarse con su mundo, un mundo que él entendía y en el que era entendido. De su estancia guardo cartas en las que rezumaban felicidad los días vividos en Donostia. Atrás sólo quedó el profundo asco que sentía hacia esa España servil y desconocida que rehusaba. Fue como una ablación, quiso desnacerse y supo cortar ataduras con un país que había dejado de ser el suyo.
Cada vez se sentía más identificado con la lucha del pueblo vasco. Decía que no se puede exterminar a los pueblos cuando sus hombres mueren por ellos y que un resistente es todo lo contrario de un terrorista. Además, allí no se había apostado por la reforma, sino por la ruptura.
Durante sus años en el Estado español fue permanentemente ninguneado, habiendo sido una de las figuras claves de la vida literaria de este país desde los años veinte. Errabundo siempre, cuando al fin regresa siente la incomunicación total que le rodea. La caducidad de los seres y de las cosas es difícil de asimilar; son auténticas mutaciones las que se producen en ese mundo de intelectuales podridos y mediocres que nunca pudieron entender la grandeza de su obra ni su rebeldía republicana. Con la monarquía asumida por todos los partidos políticos, incluido el comunista, se presentó como candidato de Izquierda Republicana al Senado. Fue la única vez que concurrió a unas elecciones, en 1979, y aún se recuerda su inolvidable mitin en el cine Europa.
De las cartas que nos envió desde Donostia a mi compañero Rafael Lorente y a mí, recuerdo una muy divertida cuando le pedimos un poema para el libro sobre la PAZ que editaba el Ayuntamiento de Madrid, o sea, Enrique Tierno Galván. Con enorme cariño y guasa, como un niño travieso, nos escribía diciéndonos: «¿Pero cómo se os ocurre invitarme a colaborar con sepulcros blanqueados, con el gran tartufismo internacional fariseo? ¿O es una broma municipal tiernogalvanista? Bueno, ya podíais haberme hecho el honor de suponer mi respuesta con los tres jamases históricos: jamás, jamás, jamás. Os lo perdono. ¿Cuándo vais a venir por acá para una comilona en Guetaria? Y esto no es broma, estáis invitados en serio y se os espera».
Más adelante le propusimos que nos enviara poesía combativa para un libro en el que interveníamos varios poetas y pintores: su título «Antología de la libertad». Lo editó la editorial Revolución. Esta petición sí le gustó y nos envió el poema «Chapucería y basura (España 1983)». El libro fue publicado en Mayo, tres meses antes de su muerte. En el diario «El País», en sus reseñas sobre la feria del libro de ese año en Madrid, decía que Agustín Rodríguez Sahagún se había ido directo en busca del libro.
Creo que, transcurridos esos veinticinco años, ahora sí habría apostado por la paz, como lo hizo Jon Idígoras en su último acto político importante en Anoeta. Dijo: «Hemos pagado una cara factura, pero lo hemos hecho en pie y con el puño cerrado, y lucharemos hasta la victoria final... Para avanzar hay que ser generosos y hay que abrir nuevos caminos, pese a los riesgos». Pero la lucidez de Pepe y su profundo conocimiento de la cobardía del Partido Socialista también se habrían dejado oír.
Después de aquel maravilloso 22 de marzo, tras el anuncio del inicio de la tregua que supuso una esperanza para tantos millones de personas dentro y fuera del Estado español, contemplábamos asombrados cómo día a día el hecho más importante ocurrido en este país tras la muerte de Franco, iba aceleradamente hacia el fracaso. Todas, absolutamente todas las puertas se iban cerrando a quienes (por primera vez en su historia llevaban tres años y medio sin muertes) habían declarado el alto el fuego permanente, y todas sus intervenciones eran a favor de la búsqueda de la paz.
El presidente Rodríguez Zapatero no sólo no movió ficha: ni siquiera insinuó que tuviera la intención de hacerlo. Tal vez Bergamín habría intuido que se trataba de una baladronada zapateril, un acto más del camaleónico presidente que nada tenía que ver con aquel recién llegado a la Moncloa que sí se atrevió a retirar las tropas de Irak.
Antonio Alvarez-Solís decía en un artículo «¿Cómo es posible convivir con los que no existen? Doscientos, trescientos mil vascos, sobre una población de dos millones, son declarados inexistentes». Los artículos de Bergamín sobre los hechos acaecidos, incluido el pucherazo electoral, habrían sido antológicos.
Florence Delay le define así: «Andaluz nacido en Madrid, enterrado bajo la bandera vasca en Fuenterrabía, encarna una figura extrema cuyo corazón fue la República». Yo sólo quiero rendir mi más humilde homenaje al hombre, al poeta, al gudari que ya en su primer libro «El cohete y la estrella» dijo que «existir es pensar, y pensar es comprometerse», y repetir con los amigos vascos: Bergamín, herria zurekin.
Aprovecho para presentarles la biografía de José Bergamín (cortesía de Wikipedia):
José Bergamín Gutiérrez (Madrid, 1895 - Fuenterrabía, 28 de agosto de 1983) escritor, ensayista, poeta y dramaturgo.
Su padre llegó a ser presidente del cantón de Málaga; su madre fue una católica fervorosa; nunca renegó de esta doble herencia y toda su vida trató de congraciar catolicismo y comunismo ("con los comunistas hasta la muerte... pero ni un paso más", dirá). Estudió leyes en la Universidad Central. Sus primeros artículos aparecieron en la revista Índice, dirigida por Juan Ramón Jiménez, en los años 1921 y 1922; su amistad con el gran poeta será tan intensa y duradera como la que sostuvo con Miguel de Unamuno, que es también una de las principales fuentes intelectuales en su obra. Fue en la revista Índice donde, según él, surgió toda la nómina de escritores de la Generación del 27, marbete que detestaba, pues el prefería denominarla "Generación de la República". La crítica oficial le ha negado siempre su pertenencia a dicho grupo y le clasifica más bien entre los miembros de la Generación de 1914 o Novecentismo, pero la verdad es que participó en los comienzos del 27, colaboró en todas sus publicaciones y fue editor de sus primeros libros, por lo que puede decirse que fue uno de sus representantes más genuinos. Por otra parte, se considera a Bergamín como el principal discípulo de Unamuno y uno de los mejores ensayistas en español del siglo XX, y se aprecia en sus escritos la calidad de página de un consumado y original estilista. Sus temas preferidos van desde los mitos literarios a España, el Siglo de Oro, la mística, la política o la tauromaquia.
Pero es precisamente la originalidad de su obra literaria y su gusto unamuniano por lo paradójico lo que ha desconcertado a los historiadores menos sensibles de la literatura española, perjudicando a su fama pese a su activísima labor literaria en el terreno del aforismo, el ensayo, la lírica, la edición y el teatro. Eso no le importaba demasiado y, de hecho, él mismo deseo convertirse en lo que fue: un auténtico fantasma en el mundo cultural español.
Opuesto a la dictadura de Miguel Primo Rivera, participó en un mitin político en Salamanca junto a Unamuno en apoyo de los ideales republicanos. Ocupó además por breve tiempo el cargo de Director General de Seguros en el primer Ministerio de Trabajo republicano a las órdenes de Largo Caballero. En 1933, fundó y dirigió la revista Cruz y Raya, "revista del más y del menos" o "de la afirmación y la negación", sin duda la publicación más original, abierta e independiente de entonces y donde participaron numerosos autores del 27. Su último número, el 39, aparece en junio de 1936, días antes del levantamiento militar, y muere con la República.
Durante la Guerra Civil Bergamín presidió la Alianza de Intelectuales Antifascistas y fue nombrado agregado cultural en la Embajada española en París, donde se ocupó en buscar apoyos morales y financieros para la decaída República; su nombre está asociado en esta época a casi todas las empresas culturales durante la contienda. Escribe en las revistas El Mono Azul, Hora de España y Cuadernos de Madrid. Preside en 1937 en Valencia el segundo Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, que reunió a más de un centenar de intelectuales llegados de casi todas partes del mundo.
Al triunfar Franco marchó al exilio llevándose un ejemplar que le había dado Federico García Lorca poco antes de morir de Poeta en Nueva York, que editará él mismo. Marchó primero a México y luego a Venezuela, Uruguay y finalmente Francia. En México fundó la revista España peregrina, que recogió las aspiraciones de los escritores exiliados, y la Editorial Séneca, donde aparecieron las primeras Obras completas de Antonio Machado y obras de Rafael Alberti, César Vallejo, Federico García Lorca y Luis Cernuda, entre otros. Volvió a España en 1958, pero fue arrestado como sospechoso por sus relaciones con la oposición al régimen y su apartamento fue quemado, por lo que ante tantas hostilidades, y sobre todo por por haber firmado un manifiesto con más de cien intelectuales dirigido a Manuel Fraga Iribarne en que se denunciaban torturas y represión contra los mineros asturianos, tuvo que exiliarse de nuevo en 1963; volvió definitivamente en 1970.
Vivió en Madrid muchos años y se convirtió en un disidente del proceso político conocido como "Transición", cuyas componendas fue lúcidamente uno de los primeros en percibir, lo que le supuso ser expulsado sucesivamente de varios periódicos. Fue republicano en las primeras elecciones democráticas y publicó el manifiesto Error monarquía; "mi mundo no es de este reino", escribirá. Los últimos años de su vida los vivió en el País Vasco; allí colaboró en el periódico Egin y en la revista Punto y Hora de Euskal Herria, situándose políticamente solidario con la izquierda abertzale. El tema de España se halla también muy presente en su obra, y acaso expresó su postura de la forma más sintética en su soneto "Ecce España". José Bergamín tuvo como última decisión la de ser enterrado en Fuenterrabía "para no dar mis huesos a tierra española."
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