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martes, 27 de noviembre de 2007

Carrera Indigesta

Dos empleadillos del ministerio de propaganda franquista de Madrid decidieron participar en la carrera Behobia-San Sebastián, este es su reporte en El Mundo, adornado con todo el veneno hacia la lucha del pueblo vasco al que nos tienen acostumbrado:

Entre 'abertzales' y a la carrera

§ Dos periodistas de EL MUNDO corren los 20 kilómetros de esta competición popular

§ Deporte, independentismo y manifestaciones proetarras, mezcladas a partes iguales

JUAN FORNIELES | EDUARDO SUÁREZ

SAN SEBASTIÁN.- San Sebastián se sometió el pasado domingo a una invasión consentida: 14.000 corredores venidos de toda España inundaron sus calles para participar en la Behobia-Sebastián, tal vez la carrera de 20 kilómetros con más tirón del calendario por la belleza del paisaje por el que transcurre, el calor humano que se respira en ella y el incansable –y en ocasiones siniestro- carácter reivindicativo que la envuelve.

Son las nueve y media de la mañana. Siguiendo las indicaciones de la organización -el prestigioso Club Deportivo Fortuna-, nos dirigimos a la línea de salida en el Euskotren. Aborregados y entre efluvios de Reflex, partimos con una puntualidad que para sí quisieran los usuarios de RENFE en Barcelona.

El viejo tren deja Amara para adentrarse en el corazón industrial donostiarra: Pasajes, Oyartzun... Nombres de localidades donde la libertad política está en entredicho y donde la lucha callejera y las manifestaciones proetarras son moneda corriente.

Nos bajamos del tren en Irún y nos montamos en un autobús que hace una pequeña 'tournée' por la localidad fronteriza de Hendaya. Un pequeño garbeo por Francia antes de dejarnos en la salida, junto al Puente Internacional.

Un par de trotes para entrar en calor y empezamos a ver que desentonamos. Nuestro idioma es puramente minoritario. Miles de corredores hablan vasco con fluidez, lo que aleja la creencia de tantos de que ésta es una lengua muerta que sólo tiene vida en los caseríos de valles recónditos. El segundo idioma es el francés y muy cerquita se encuentran el español y el catalán, representado por clubes atléticos de Gerona o Mataró. Algunos de ellos participan especialmente del ambiente independentista de la prueba.

Nuestras miradas de periodistas no dejan de llenarse con pequeños detalles. Minutos antes de empezar posamos frente al Mesón El Faisán, un restaurante fronterizo que meses atrás fue clausurado por el juez Grande-Marlaska por ser parte del entramado financiero de ETA y que dio origen a decenas de informaciones sobre un chivatazo policial a la banda terrorista.

Seguimos el carrusel fotográfico fijándonos en deportistas que lucen dorsales en los que exigen la libertad de los presos terroristas o, al menos, que cumplan las penas en el País Vasco. Hay catalanes que se suman al coro con sus propias propuestas: "Una nació, una selecció", corean pensando en sus combinados de hockey, fútbol y fútbol sala.

Intentamos volver a concentrarnos en la competición porque ya han comenzado las salidas parciales. Primero, el cajón de los 'máquinas' (Martín Fiz, Chema Martínez, Kamal Ziani, Sarah Kerubo…); luego, los que aspiran a bajar de la hora y media… Y así hasta llegar a nosotros, que damos las primeras zancadas sobre el río Bidasoa persiguiendo a la 'liebre' que lleva el globo con la leyenda 'Más de dos horas'.

Arrancamos muy apiñaditos por la Nacional I, pasamos por el centro de Irún y ya comenzamos a sentir el calor humano de los espectadores, asignatura en la que los guipuzcoanos sacan matrícula de honor. Tras los primeros aplausos, el pelotón se estira. Nosotros aceleramos rozando unos más que conservadores cinco minutos por kilómetro.

Antes de llegar al avituallamiento del kilómetro 5, y muy cerca de Ventas, pasamos junto a un desvencijado caserío que nos recibe con música vasca a todo volumen. Una especie de mezcla de 'txalaparta' electrónica con acordeón que nos ayuda a apretar el paso todavía más.

En el kilómetro 8 rematamos el repechón de Gaintxurizketa (89 metros) y empezamos a disfrutar de la zona de toboganes que desembocan en la industrial Lezo. A la entrada del pueblo nos espera un grupo de familiares de presos etarras con sus correspondientes fotografías. Gritan por la libertad de sus héroes, de sus 'gudaris', de sus encarcelados políticos y, cómo no, lo hacen ante una audiencia que les aplaude y corea con ellos 'Gora Euskadi askatuta'.

Salvamos el escollo reinvindicativo pero entre la serpiente de corredores se siguen colando deportistas que llevan colgadas con imperdibles imágenes de sus parientes entre rejas. "Yo corro por Jon, yo por Mikel, yo por Amaia...". Evidentemente, la mayoría lleva un 'look abertzale' que nos recuerda a los miembros de la Mesa Nacional de Batasuna o a los dirigentes de ANV: melena larga, muchos pendientes, mostacho sublabial...

Para superar el rompepiernas de Lezo nos distraemos fijándonos aún más en los que corren disfrazados, otra de las tradiciones de esta competición. Los hay vestidos de payaso vasco, de preso, de cocinero e, incluso, uno que va desnudo. Cualquier cosa con tal de despistar a la fatiga y a las lesiones.

Olvidado el ecuador, en el kilómetro 12 descubrimos la bajada al puerto de Pasajes (Pasaia). La 'grande boucle' multicolor discurre entre camiones de gran tonelaje y cargueros repletos de toneladas de madera. A pocos metros de los asistentes que nos gritan "aupa, venga, ya falta poco..." vemos a un humilde guardia civil, la única autoridad '100% española' que ha tenido el coraje de contemplarnos en primera línea mientras hacía su ronda. Eso sí, tan rígido él, parecía completamente fuera de lugar entre tanta euforia secesionista.

Tras engullir un gel hipercalórico con cafeína y una bebida isotónica en pleno trote –hagan la prueba y verán que es bastante difícil-, el barrio de Trintxerpe nos recibe con música autóctona en directo, chistularis, tamboriles y acordeones, todo un lujo para nuestras sudadas y concentradas cabezas.

En el kilómetro 17 nos espera el último escollo, el Alto de Miracruz. Ya estamos en la ciudad y, permítannos la ligereza, ya tenemos la carrera casi acabada. Ahora queda una gran bajada y una recta de postal.

El cordón humano formado por el público del Barrio del Gros pone la carne de gallina. Ya prácticamente han dejado de asombrarnos las ikurriñas y los portadores de carteles con mensajes relacionados con la banda terrorista ETA. Son desgraciadamente parte de un paisaje de imposible normalidad. Giramos a mano izquierda y ya volamos por la playa de la Zurriola. Seguro que mientras nosotros estamos sudando la gota gorda cientos de surferos armados con traje de neopreno esperan una ola que justifique el baño en el frío del Cantábrico.

Pasamos a toda mecha el modernísimo y polivalente Kursaal. Las piernas duelen menos con los gritos del público. Más animados que nunca y con cierto aire de ilusos, aceleramos al máximo, como si la media de la carrera dependiera de este sprint. Como si lleváramos las alas de una conocida bebida isotónica enlatada, entramos bajo el arco cronometrado con la mejor de nuestras sonrisas, lo hemos conseguido. Eduardo, en 1:38.14; Juan, en 1.45.50.

En pleno Boulevard de San Sebastián, caminamos unos metros más para estirar y quitarnos el chip que controla nuestros tiempos –que no nuestros pensamientos- y para recibir un refrigerio. A nuestra derecha queda la Alcaldía. Ni que decir tiene que la fachada color tierra de La Concha no luce la bandera española –o nosotros no la vimos-. Imaginamos que al bueno de Odón Elorza –en la cola como un atleta más en la recogida de dorsales- simplemente se le olvidó.


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