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lunes, 12 de julio de 2004

Roitman | Ciudadanía Estatal o Civil

Consideramos que este artículo de opinión publicado en La Jornada ayudará a los internautas que visitan este blog a entender lo que significa ser vasco, catalán, galego o andaluz en el estado español.

Disfruten la lectura:


Ciudadanía estatal o civil

Marcos Roitman Rosenmann

Para que la ciudadanía civil sea una realidad los sujetos deben unir al sentimiento "patrio" de ser mexicano, francés o argelino, el de cooperación participante propio de la vida en comunidad. El pasaporte indica pertenencia a un Estado, no a un pueblo, etnia o sociedad civil si existiese. Sin embargo, la mayoría de las ocasiones se confunden ambos planos, al extremo de hacer imperceptibles las diferencias.

Poseer un carnet de identidad, un permiso de conducir y estar inscritos en el censo electoral configura una identidad restringida al espacio jurídico. Somos un número sin personalidad. Pagar impuestos, acceder a la educación pública y a un puesto de trabajo o circular libremente dentro del territorio nacional son algunas de las ventajas de usufructuar la ciudadanía estatal. Las leyes de extranjería con sus permisos de residencia y trabajo son la otra cara de la moneda. Los sin papeles no tienen ningún derecho. En su circunstancias la indefensión, la arbitrariedad política y judicial dictan las normas. Pero tampoco tienen iguales derechos los emigrantes con papeles que los oriundos. Los límites están señalados sobre todo en el terreno político. No pueden participar en los procesos electorales, ser candidatos o acceder a la función pública. Si por alguna razón el emigrante termina por nacionalizarse, puede quedar inhabilitado para determinados cargos o funciones. Dobles lealtades están en la mente de los legisladores a la hora de promulgar leyes discriminatorias en esta dirección.

Igualmente, en circunstancias extraordinarias, los gobiernos tienen potestad para retirar o conceder la ciudadanía estatal. Durante las tiranías de Pinochet, Bánzer, Videla o Stroessner, muchos chilenos, bolivianos, argentinos o paraguayos perdieron su nacionalidad y se quedaron sin pasaporte. El caso de Orlando Letelier, embajador y ministro del gobierno de Salvador Allende, es emblemático. Días antes de su asesinato en Washington se le privó de su nacionalidad. Otro ejemplo en sentido contrario fue la concesión de la españolidad por el gobierno de Felipe González al peruano Mario Vargas Llosa una vez que éste renunció, en agravio por no haber ganado las elecciones presidenciales, a ejercer como peruano. Asimismo, el triunfo de la selección de Grecia en el pasado torneo europeo de futbol es motivo de concesión de nacionalidad a su entrenador. Como vemos, las causas son múltiples y variadas cuando se trata de conceder, renegar o retirar la ciudadanía estatal.

Por otro lado, la pertenencia a un Estado determina en muchas ocasiones sentimientos de solidaridad que anulan las diferencias ideológicas, políticas o de clase. Durante la guerra de las islas Malvinas lo importante fue sentirse argentino. Por un momento desapareció la guerra sucia. Vencer a Gran Bretaña se transformo en un objetivo común: salvar la patria. Apelar a los valores primarios de la nacionalidad facilitó la cohesión frente al enemigo, encarnación del mal. Un agrio debate. Otro caso de comunión con el Estado materno aflora al romperse abruptamente el cordón umbilical. La condición de emigrante, que abre la puerta a la añoranza, es motivo de cohesión. Se reproducen fiestas, comidas, costumbres y se milita en el chovinismo. Sentirse ecuatoriano en España, chileno en México o italiano en Argentina se transforma en motivo de orgullo. Se recrea en suelo ajeno la identidad nacional. Personas que en sus países no hubiesen cruzado sus vidas lloran juntas los triunfos de sus equipos de futbol y comparten con nostalgia el olor de los tamales, los tacos, las empanadas y la chicha, antes ignorados e incluso despreciados. El sentimiento de poseer una identidad estatal los transforma en soldados de la patria, sin diferencias de clases: todos se recrean en la pertenencia a un Estado. Incluso cuando se trata del exilio afloran ciertos rasgos de chovinismo.

La ciudadanía civil se construye de otra manera. Los vínculos que la configuran no emergen del orden jurídico, sino de los fines comunes derivados de la cooperación y la acción solidaria. Cooperación entre diferentes y solidaridad entre iguales. La ciudadanía civil compromete y discurre por la vivencia, no impone la universalidad. Transforma al ciudadano estatal en parte activa del proceso de toma de decisiones y lo dota de autonomía. Postulado que le permite asumir responsablemente la crítica. No es una imposición del Estado: expresa una relación entre bien común, sentido ético de la acción, responsabilidad y la conciencia del yo ciudadano. Se construye en el espacio de lo público, sitio por excelencia donde se articula el debate de las opciones y se resuelven los asuntos de interés general.

Su plenitud se logra cuando se relaciona la práctica social de ser ciudadano con la instauración de una democracia radical. Muchos son los ejemplos que dan pauta para pensar en una ciudadanía civil en ciernes. El terremoto de México en 1985 con la organización social y popular de una parte importante de la sociedad civil; asimismo, en frases tales como: "Todos somos Marcos", para hacer frente a la campaña de desprestigio del subcomandante del EZLN o, más recientemente, en los atentados del 11 de marzo en Madrid, al declamar "todos íbamos en ese tren".

Hablamos de proyectos para revolucionar la sociedad civil, concepto ambiguo que en manos de la clase dominante constituye un eufemismo. Para Adam Smith, la sociedad civil era el lugar "donde todos los individuos pueden practicar su egoísmo transformándose en comerciantes y luchar por aquello que supone un beneficio y afirma los actos ajenos, sólo en cuanto pueden servir a sus intereses propios". Asimismo, Gramsci definió la sociedad civil como el momento en el que el Estado produce su hegemonía y legitima su coacción. El sitio donde se reconocen el "conjunto de los organismos vulgarmente llamados privados y que corresponden a la función de hegemonía que el grupo dominante ejerce en toda sociedad".

La ciudadanía civil trata de romper la falsa dicotomía entre lo nacional estatal, expresión del gobierno, y lo nacional popular, concreción de la comunidad. No existe tal dualidad. En los hechos, la práctica de una democracia radical conlleva transformar la inocua sociedad civil en sociedad política. Si otro mundo es posible, lo será por ser inclusivo de ciudadanía civil o simplemente no será. 




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