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viernes, 24 de julio de 2020

Egaña | Libertarios

Desde su muro de Facebook compartimos con ustedes el texto que Iñaki Egaña ha dedicado a la memoria de Lucio Urtubia y otros luchadores que han encontrado en el anarquismo la respuesta a las lacras sociales que nos aquejan.

Lean por favor:


Iñaki Egaña

Se nos ha ido Lucio Urtubia a engrosar la mochila de narraciones patrias, aunque pueda parecer que esa expresión no es demasiado acertada, por eso de que los anarquistas, grupo ideológico al que Lucio se asociaba, acuñaron aquello de “Ni Dios, ni patria”. Sin embargo, entenderán que mi reflexión, aunque forzada, no es baldía. Las siguientes líneas servirán para extender la paradoja de libertarios vascos que sintieron la evocación de Euskal Herria como sentido a su combate universal.

Félix Likiniano, aquel que diseñó en su camping de Biarritz el hacha y la serpiente que simbolizaron a una organización a la que Txillardegi había puesto el nombre de ETA, ocurrente desde la seriedad que la daba la gravedad de su voz, dijo en cierta ocasión que a la espera de que la liberación llegara desde el exterior, la revolución mundial, resultó que los combatientes habían surgido desde su pueblo, esta vez en referencia a Arrasate: Txomin Iturbe, Gautxo, los hermanos Etxabe, Peixoto… En aquel mítico camping de Biarritz y a la sombra de una buena comida preparada por Likiniano, se reagruparon los autores del magnicidio de Carrero Blanco.

Conocí a Lucio en Paris en su casa que había bautizado con el nombre de la comunera Louise Michel y que abría con el letrero de “Les temps de cerises”, hace ya muchos años. Mi interés era interesado. Buscaba pistas sobre la muerte a manos de un sicario español de otro anarquista, Laureano Cerrada. En 1948, Laureano intentó acabar con la vida de Franco en Donostia, un día de regatas. Fue el intento de atentado más serio contra el dictador. Un chivatazo frustró el proyecto, cuando la avioneta de Cerrada sobrevolaba ya el yate de Franco, en la Kontxa. Suponía yo que el sicario que acabó con la vida de Cerrada en París en 1976, estaba inducido por los servicios secretos españoles, en venganza por el atentado frustrado de 1948. Lucio me ofreció su versión. Laureano había sido compañero suyo durante años porque la falsificación de billetes y documentos eran su especialidad.

La implicación de Lucio en la causa vasca, lejos de ese apoyo paradójico y reciente a EHBildu, venía de lejos. En 1974 había sido objeto de chantaje por la Policía francesa, que lo confinó en la isla de Ré hasta que los GARI liberaron a Baltasar Suárez, director del Banco de Bilbao en París. Luego, trabajó en varias operaciones con los Polimilis, lo que, por reacción, provocó el recelo a su persona de los Milis. Ya con el nuevo siglo, su casa comenzó a abrirse para esos presos que salían en condicional con el requisito de tener una residencia de acogida en la capital francesa. El primero fue Julen Madariaga, fundador de ETA y precisamente encarcelado por descubrirse un zulo para los Milis en su residencia de Senpere.

Otra casa, la de Mark Legasse en Ziburu, aquel anarquista burgués, fue también refugio de manuales, gentes y conspiraciones. Preparando precisamente uno de sus libros, salimos a la terraza de su vivienda un atardecer y me habló con su reposada cadencia. Con este mar delante, el puerto de Donibane Lohizune, y esa retaguardia pirenaica avanzada por Larrun, no tenía otro remedio que ser abertzale. Estaba predestinado.

De la época de Likiniano recuerdo sus encuentros sabatinos en la Plaza Easo. Llegaba con Marcos Azkarate, que había hecho la guerra dirigiendo una compañía del PNV y luego fue detenido por hacer de correo entre la dirección de ETA y alguno de sus comandos. También con Pepe García, de ANV que había sido condenado a perpetuidad por haber quemado una iglesia de una población cántabra en la que jamás había estado. En verano, la cuadrilla se ampliaba con Manolo Chiapuso, profesor entonces en la Sorbona, escritor y autor de numerosas originales que se perdieron en EGIN cuando Garzón ordenó el asalto. Compartí conferencias con Manolo, que en su jubilación se compró una mini vivienda en Biarritz. En uno de sus viajes a Hegoalde, perdió la vida en una carretera cercana a Bilbo.

Aquella Plaza Easo, la Plaza Roja según las conversaciones policiales “encriptadas”, tenía muchos tonos rojinegros. Con el tiempo lo supimos. Joserra Izaga, Marcial en la clandestinidad, me regaló un libro para uno de mis primeros cumpleaños, cuyo título no recuerdo, una crítica anarquista a la Revolución bolchevique. Marcial era anarquista sin saberlo y militaba en Laia-ez. Josetxo Etxeberria, animador de la radio libre RAI (Resistencia Amara Irratia), libertario hasta las cejas y depositario de escritos y dibujos de Kaxilda y Likiniano, entró en ETA. Después de más de 20 años de prisión, salió con motivo de la llamada Doctrina Parot.

A Joseba Merino, asiduo a la Plaza Roja, le llamábamos Durruti. Con sus rizos y su cara de niño, parecía la mascota del grupo. En 1984 sobrevivió a la muerte de cuatro de sus compañeros autónomos. Hace unos meses le acompañé en una tumultuosa conferencia en un lugar de moda donostiarra. Me llamó para compartir lecturas del pasado. El debate fue agrio, intenso. Tanto que algún Torquemada moderno me ha vetado la entrada en el local donde tuvo lugar el encuentro.

Hace unos años rescatamos los que suponíamos restos de Isaac Puente, uno de los mayores teóricos del anarquismo mundial. Había sido detenido por la Guardia Civil en Maeztu y ejecutado. Su biógrafo nos llevó hasta Pangua. Desenterramos el cadáver y la prueba correspondiente de ADN nos reveló que estábamos equivocados. Aún no sabemos quién era el muerto, mientras Puente, médico y militante, sigue desaparecido.

La influencia libertaria en el movimiento emancipador vasco ha sido y es notoria. Cuando los primeros activistas de ETA entraron en la cárcel, allá por 1960 y 1961, Vicente Moriones, que había sido detenido en 1947 en las cercanías de la Plaza Roja donostiarra, estaba en prisión, cumpliendo una condena de 40 años. Era la referencia vasca enjaulada. Falleció ya en libertad en Barakaldo, en 1970. Para su epitafio eligió una frase de Goethe: “Proseguid la lucha. Adelante, adelante siempre, por encima de las tumbas”.






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