Es curioso, los españolazos y los vasquitos insisten en que en Euskal Herria se debe hablar castellano y punto, que el euskera es un anacronismo y que debe ser borrado del mapa, remitido a los anales de la pre-historia. Y es curioso por que tal como se denuncia en esta nota, los españolazos y los vasquitos tienen un uso muy pobre, reducido, esquemático, del hermoso lenguaje que defienden a capa y espada... mucha espada.
Les presentamos este texto publicado en Noticias de Navarra:
Santi Leoné
No es infrecuente que tradiciones intelectuales distintas utilicen términos similares, pero atribuyéndoles significados diferentes. Esto, lógicamente, da lugar a confusiones y malos entendidos. Algo así ha ocurrido con unas declaraciones que yo hice en este periódico hace ya algunos días. Con motivo de una charla organizada por la fundación Manu Robles-Arangiz, en una entrevista que se me hizo repetí la tesis (ya expuesta hace cinco años en un ensayo publicado en euskara) de que las naciones son "inventos" culturales, y que deben ser imaginadas por los ciudadanos para que puedan existir. Euskal Herria (como España, diré de paso) existe porque los vascos (algunos, por lo menos) somos capaces de imaginarla. En ese contexto, "invención" y "nación imaginada" no son sinónimos de falsedad ni de "nación inexistente". En ese sentido, sigo lo dicho por Benedict Anderson y otros al usar el término "comunidad imaginada" y subrayar la importancia de los procesos culturales en la formación de las naciones. En la publicación digital Navarra confidencial, sin embargo, entendieron las cosas de otro modo, y utilizaron mis palabras (debidamente sacadas de contexto y manipuladas), para probar que, "en un arranque de sinceridad", yo había reconocido que Euskal Herria es un invento, es decir, una mentira.
Al comienzo, he citado la importancia de la tradición intelectual en la que uno se sitúa, y cómo a veces palabras similares adquieren significados distintos dentro de esas tradiciones. La persona detrás de Navarra confidencial (miembro de UPN, por cierto) defendía ya hace unos años que el Holocausto judío es un invento y, por tanto, una mentira. De ahí, supongo, la creencia de que todo aquél que utilice ese término lo hace para denunciar la falsedad de algo. Las cosas se aclaran si señalo que, obviamente, yo no me reconozco en la tradición negacionista de ese historiador (?), y que doy otro valor al término invención.
Por lo demás, las tradiciones intelectuales implican prácticas diversas a la hora de hacer la historia. En el navarrismo, es una costumbre bien implantada (véase, por ejemplo, la obra de Jaime Ignacio del Burgo) el citar los documentos omitiendo lo que a uno no le interesa, de modo que digan lo que uno quiere que digan. Hay que reconocer que la fidelidad de Navarra confidencial para con esa práctica es ciertamente conmovedora, y que su manipulación ha obtenido los efectos deseados, pues la cita ha llegado, de mano del diputado Carlos Salvador, al Congreso de los Diputados en Madrid. Que la cita que utilizó Salvador fuera manipulada y que no tuviera nada que ver con lo que se estaba discutiendo en el Congreso no resta mérito alguno al esfuerzo de Navarra confidencial (es interesante, en todo caso, que Salvador citara como fuente a Diario de Noticias y no a la mencionada publicación digital -cuestión de dignidad, seguramente-). Sí me gustaría señalar, no obstante, que tampoco me veo reconocido en dicha práctica y que, por lo general, prefiero citar los documentos correctamente y rebatir al contrario con argumentos.
Afirmar que Euskal Herria es imaginaria es afirmar que no es una realidad tangible, sino una idea que formamos de modo colectivo. Pero eso mismo puede decirse (y yo lo he dicho, no solo en el libro al que anteriormente me he referido, sino también en la entrevista que Navarra confidencial extractó libremente e interpretó imaginativamente) de cualquier comunidad nacional. Digamos, por ejemplo, que la Navarra foral y española que Carlos Salvador y compañía defienden como inmemorial, es de elaboración bien reciente, no mucho más allá del siglo pasado. A diferencia de Euskal Herria, sin embargo, la Navarra foral y española ha tenido durante cuarenta años unos propagandistas sin oposición posible, y un medio de comunicación que ha sabido naturalizar esa idea y convertirla en nacionalismo banal, en la estructura que, de cotidiana, se hace invisible. Quede claro, en cualquier caso, que lo que puede reprocharse a esa idea de Navarra no es ser reciente: es su forma de construirse (apoyada en una dictadura, basada en la exclusión del contrario), sus contenidos de exclusión y falta de respeto hacia las minorías, y sus maneras autoritarias. Y cuando hablo de imaginar Euskal Herria, me refiero precisamente a la construcción de una nación más respetuosa con las lenguas pequeñas, más dispuesta al debate democrático, abierta a la crítica. Pero de nuevo -pido perdón- estoy manejando conceptos ajenos a la tradición intelectual y política de Navarra confidencial y Carlos Salvador.
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