En México estos días se ha estado viendo el documental "En las manos de extraños" a través de un canal por cable. Este documental nos detalla como fue que miles de niños judíos escaparon de Alemania y se refugiaron en Inglaterra en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Desafortunadamente, en la (convenenciera) obsesión por erigir a los judíos como las únicas víctimas de la barbarie Nazi, los que elaboraron el documental intentan dar a entender que los niños judíos fueron los primeros en ser salvados gracias al esfuerzo de los que supieron ver lo que se avecinaba. Pues bien, esa visión es un dislate histórico imperdonable pues fueron los vascos los primeros que supieron ver a que extremos podían llegar los fascistas (italianos, españoles y alemanes) y fueron también los primeros en tejer una red de solidaridad que llevo a niños vascos a refugiarse en lugares como Inglaterra, Rusia, Holanda, México y Francia (Estados Unidos se negó a recibir niños vascos para "permanecer neutral"). A estos miles de niños refugiados vascos se les conoce como la "Generación Gernika" y en la página La Voz de Salamanca han publicado este texto al respecto.
Irónicamente, para cuando los niños judíos comenzaron a llegar a los campamentos de refugiados en Inglaterra muchas de la enfermeras y trabajadoras sociales que los recibieron eran a su vez niñas vascas que habían llegado a esos campamentos como refugiadas y que al paso de los años al no poder regresar a casa se habían a su vez sumado a los esfuerzos humanitarios desplegados durante la barbarie de la conflagración mundial. Los judíos lo olvidaron, nosotros no.
Desafortunadamente esos refugiados vascos viviendo en Inglaterra desde niños ahora promueven la obtención de la ciudadanía española, traicionando así la entereza de aquellos que ante la genocida marcha de Franco, Hitler y Mussolini se apresuraron a poner a los más indefensos a salvo para poder luchar contra la ignominia de una casta dominante que al día de hoy aún gobierna en Madrid. Esos vascos han olvidado y hasta perdonando, nosotros no.
Recordemos, al día de hoy aún hay refugiados y exiliados vascos a causa del mismo fascismo que en 1936 destrozó su tierra.
En lo que respecta a los crímenes cometidos por los españoles en Nabarra, ni olvido ni perdón.
Éxodo y odisea de los “niños de Guernica”
Braulio Hernández Martínez
Todos los años, un grupo de vascos se reúnen en el sur de Inglaterra, en un acto de fraternidad. Constituyen el pequeño resto de unos niños, hoy octogenarios, que, en 1937, tras el bombardeo de Guernica, fueron evacuados a Gran Bretaña, huyendo de los horrores de la guerra civil española. Guernica no era un objetivo militar, sino un símbolo de la resistencia. El 26 de abril de 1937, en un día de mercado, la villa vasca era destruida por los modernos aviones alemanes de la Legión Cóndor, al servicio de Franco. Los bombardeos indiscriminados, durante casi cuatro horas, sobre Guernica, fueron un anticipo de lo que poco después sucedería, a gran escala, en la II Guerra Mundial.
El mundialmente famoso Guernica de Picasso representa «el símbolo de las atrocidades de la guerra moderna»: una de cuyas secuelas más trágicas son los sufrimientos infligidos a la población civil. Se dice que la Guerra Civil española fue el laboratorio perfecto para poner a prueba una nueva generación de aviones que llevaran el conflicto armado a una dimensión completamente nueva. Guernica, que fue literalmente arrasada, vivió un apocalipsis del que nunca se supo el número oficial de víctimas.
Los bombardeos se prolongaron, después, sobre Bilbao. Ante el pavor que causaban los aviones alemanes, y barruntando lo que se les venía encima, muchos padres vascos se vieron obligados a evacuar a sus hijos al extranjero. Miles de niños, emprendieron un éxodo con destino a Francia, Rusia, México y Gran Bretaña. La odisea de “los niños de Guernica”, el primer éxodo protagonizado sólo por niños, supuso “el mayor contingente de exiliados llegados a Gran Bretaña de una sola vez”.
El pasado 12 de diciembre, en el programa La noche temática, en la TV2, se emitió un excelente documental, Los niños de Guernica. Una producción británica, dirigida por el historiador Adrian Bell, donde se vertían imágenes, comentarios y recuerdos de los protagonistas de aquella odisea. Muchos han muerto. Los hoy supervivientes ya son octogenarios. La expedición, con 4.000 niños vascos, estaba lista para partir al exilio el 21 de mayo de 1937. Los niños desembarcaron en las costas de Gran Bretaña, en el puerto de Southampton (famoso por la partida del Titanic). Fueron instalados en un campamento gigantesco, en Eastleigh, cerca de Southampton. “¿Por qué se ha ignorado un acontecimiento histórico tan fundamental?” decía el documental.
Los 4.000 niños vascos vivieron una estancia desesperadamente duradera. «Nos dijeron que veníamos para tres meses, como unas vacaciones largas. No nos dábamos cuenta de lo seria que sería aquella situación y lo que llegaría a ser», cuenta Laura Williams. “Nadie pensaba que Franco se aferrara tantos años al poder”. Otro superviviente recuerda el momento cuando el La Habana fue interceptado por un barco de los sublevados (el Cervera), cuyo capitán envió un mensaje al La Habana para que retornara al puerto si no quería que lo hundieran. “El buque se dio la vuelta pero, por fortuna, su capitán envió mensajes a barcos ingleses por la zona y aparecieron dos cruceros de combate, garantizando la seguridad del La Habana«. Tras más de 48 horas de travesía, cuando los niños divisaron el Basque Children’s Camp, en su inocencia, pensaron que aquello era»un campamento de indios".
Entre los recuerdos de quienes hoy perviven, permanece la imagen fija de cuando sus padres, entre abrazos y sollozos, les llevaron hasta el puerto para embarcarlos en el buque La Habana. «Mi madre estaba embarazada y tuvo que llevarme mi padre al puerto. Aún sigo recordando ese momento de pena y dolor cuando mi pobre padre se dio la vuelta de repente y se marchó una vez que me entregó», cuenta Herminio Martínez. Otra superviviente (la menor de tres hermanos embarcados), recuerda cómo se agarraba a las faldas de su madre, teniendo que llevársela sus otros dos hermanos a rastras hacia el barco. Los 4.000 niños iban con lo puesto y unas mudas. «El mar estaba embravecido, viajábamos apiñados en la cubierta. Mareados, caíamos al suelo y nos rebozábamos con nuestros propios vómitos».
La evacuación de los niños fue posible a pesar de la oposición del Gobierno británico, «más preocupado por apaciguar a Hitler que por echar una mano al Gobierno legítimo de la República». En septiembre de 1936, dos meses después de producirse el sangriento Alzamiento, Gran Bretaña se había mostrado muy ambivalente, haciendo oídos sordos a la petición de ayuda del Gobierno de la República. Gran Bretaña ayudó a negociar el Tratado de no Intervención y las principales potencias europeas abandonaban a su suerte a la República. Sin embargo, “Alemania e Italia siguieron abasteciendo de gran cantidad de armamento a Franco”: una consecuencia de ello fue el bombardeo sobre Guernica.
El acogimiento de los niños en suelo británico fue posible gracias a la presión popular británica. Se convocó “una reunión de emergencia en la que se implicaron sindicatos, la iglesia católica, scouts, empresarios de la región y la universidad. Urgía buscar un emplazamiento«para los niños vascos. Pero el Gobierno británico dejó claro que él no aportaría una sola libra de las arcas públicas para costear la evacuación, y que ésta se haría sin tener en cuenta las adscripciones políticas de los progenitores de los niños. Su política de no intervención se mostró vergonzosa:»Nos daban seguridad a la par que dispusieron que el Gobierno no daría un solo centavo para nuestra manutención. Algo que no sucedió en otras partes".
La idea de la evacuar a los niños vascos a otros países “ya se había planteado antes del bombardeo de Guernica«. El Comité Nacional Conjunto para socorrer a España ya había presionado al Gobierno británico. Pero éste, acogiéndose a que ello supondría una vulneración del Tratado de No Intervención, rechazó esa idea humanitaria.»El embajador llegó a argumentar que acoger a los niños vascos permitiría que los vascos resistieran mucho más ante el acoso de los nacionales, lo que supondría una intervención en la guerra«. Fue a raíz del bombardeo de Guernika, con la desbandada de su población a la vecina Bilbao, lo que hizo cambiar al Gobierno británico:»temía que si el Comité Nacional Conjunto para socorrer a España evacuaba a gran cantidad de niños y los dejaba en las cercanías de Portsmouth, el Gobierno no podría devolverlos sin acarrearle grandes protestas públicas".
El País Vasco, que se había mantenido fiel a la República, quedó aislado en medio de los territorios tomados por Franco. Cuando en el campamento de los niños corrió la noticia de la toma de Bilbao, éstos lo vivieron «con histeria, como una tragedia». Entre los menores cundió la desesperación: «Ahora, ya no podremos volver»; «¿qué va a ser de mis padres?…». Semanas después, los niños eran realojados en colonias por todo el país. Se crearon más de cien hogares, muchos gestionados por comités de voluntarios, por la Iglesia. El Ejército de Salvación jugó un papel fundamental. «Por la tarde no había clases, había actividades extraescolares. Se ponía mucho énfasis en que los niños expresaran sus miedos o ansiedades. Al principio, los niños sólo querían dibujar aviones: pero siempre aviones que arrojaban bombas».
Pero, también, la presencia de los menores empezó a ser molesta en ciertos sectores: los que comulgaban con la causa de Franco: los niños empezaron a ser vistos como «apestosos hijos de rojos». En una carta, un padre le escribe a su hijo: «Querido hijo: si te preguntan si eres rojo, di llanamente que eres proletario, humano y cristiano. Esos malvados hombres infringen los sagrados mandamientos y nos declaran la guerra; así que, si eso es ser rojo, como nos dicen los asesinos, entonces somos rojos como una amapola. Pero somos rojos porque han derramado nuestra sangre, y nuestros cuerpos están manchados del rojo que corre por nuestras venas».
Al finalizar la guerra civil, Franco exigió la repatriación de los niños. Para el Gobierno británico, empeñado en que Franco no tomara parte en la inminente guerra que se avecinaba, la presencia de los niños en suelo británico era embarazosa. El Gobierno de Londres presionó al Comité para los niños vascos. Se acordó que sólo regresarían aquellos que fueran reclamados por sus padres. Pero estaba el drama de los niños que desconocían el paradero de sus progenitores, unos muertos o fusilados; otros en prisión. Y, además, muchos padres se habían exiliado tras ganar Franco la guerra. Los menores empezaron a regresar, pero el estallido de la II Guerra Mundial frenó su repatriación. Al finalizar aquella, aún quedaban en Gran Bretaña 450 menores. Hubo elecciones y ganaron los laboristas, pero “su ministro de Asuntos Exteriores decidió, para nuestra desgracia, que Franco (considerado un baluarte contra el comunismo) debería continuar en el poder«. Algunos padres se opusieron a que sus hijos regresaran, porque no tenían recursos para darles de comer:»muchos años después pregunté a mis padres por qué me reclamaron. Me dijeron que no lo habían hecho: no podíamos recibirte en condiciones; nunca firmamos nada. La firma había sido falsificada".
A pesar de su odisea, los niños vascos acogidos en Gran Bretaña fueron «unos afortunados». Los que sobreviven, ya octogenarios, se muestran muy agradecidos con la solidaridad de ese país. Otros niños, procedentes de otros países con los que hubo “repatriaciones forzosas o secuestros”, tuvieron menos suerte: «eran internados en orfanatos o devueltos a familias que Franco consideraba adecuadas». Un 10% de los “niños de Guernica” decidieron permanecer para siempre en Gran Bretaña, donde rehicieron sus vidas. “Me siento medio galés, medio español y medio vasco”, confiesa uno. Otro, suprime lo de español. Más de 72 años después, los supervivientes que decidieron permanecer en Gran Bretaña permanecen muy unidos. Al igual que Guernica, varios años después, las ciudades de Gran Bretaña eran bombardeadas. La mayor parte del casco histórico de Southampton fue destruida por los bombarderos alemanes durante la II Guerra Mundial.
Irónicamente, para cuando los niños judíos comenzaron a llegar a los campamentos de refugiados en Inglaterra muchas de la enfermeras y trabajadoras sociales que los recibieron eran a su vez niñas vascas que habían llegado a esos campamentos como refugiadas y que al paso de los años al no poder regresar a casa se habían a su vez sumado a los esfuerzos humanitarios desplegados durante la barbarie de la conflagración mundial. Los judíos lo olvidaron, nosotros no.
Desafortunadamente esos refugiados vascos viviendo en Inglaterra desde niños ahora promueven la obtención de la ciudadanía española, traicionando así la entereza de aquellos que ante la genocida marcha de Franco, Hitler y Mussolini se apresuraron a poner a los más indefensos a salvo para poder luchar contra la ignominia de una casta dominante que al día de hoy aún gobierna en Madrid. Esos vascos han olvidado y hasta perdonando, nosotros no.
Recordemos, al día de hoy aún hay refugiados y exiliados vascos a causa del mismo fascismo que en 1936 destrozó su tierra.
En lo que respecta a los crímenes cometidos por los españoles en Nabarra, ni olvido ni perdón.
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