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lunes, 21 de noviembre de 2016

25 Años Más Allá del Roble

Para forjar nuestro relato ante la maraña de mentiras y tergiversaciones con las que se maneja nuestro presente y nuestro pasado en los medios de comunicación afines al fascismo colonialista, nada mejor que tener lugares donde resguardar el legado de quienes nos antecedieron.

Dicho lo anterior, les presentamos este reportaje publicado en Deia:
 

Ha pasado un cuarto de siglo desde que abrió sus puertas el museo Euskal Herria de Gernika-Lumo. Creado para explicar el sistema foral, durante estos años ha logrado aunar historia, deporte, cultura y tradiciones

Aritz Erdaide

Cuando se habla de museos se tiende a pensar en un primer instante en aquellos mundialmente conocidos e instalados en el imaginario colectivo como el Louvre de París, el Guggenheim de Bilbao o New York o el londinense British Museum. Todos contienen unas colecciones artísticas e históricas de incontable valor. Pero existen otras joyas de menor tamaño que suelen estar más cerca y que también suman valor y relevancia. Una de ellas es el museo Euskal Herria ubicado en Gernika-Lumo y que este año ha cumplido sus primeros 25 años de existencia.

El museo nació como una apuesta de la Diputación de Bizkaia con el objetivo de mostrar una exposición que ayudara a captar el significado histórico, político y cultural del entorno foral en el que se halla y explicar las características de la comunidad espiritual que Euskal Herria conforma. Porque el museo de la villa foral está ubicado en un entorno privilegiado, al lado de un símbolo como el Árbol de Gernika y la Casa de Juntas, y teniendo como sede el palacio barroco de Alegría. “El museo nace de la proximidad a esos lugares y la necesidad de explicar su significado” detalla Asier Madarieta, director gerente de Bizkaikoa. “A la gente que viene a ver el Árbol se le habla de fueros, por lo que hacía falta un espacio que explicara su significado, en todas sus vertientes, tanto histórica, como su translación a la sociedad para saber cómo se articulan políticamente”. El museo, por tanto, aporta una visión histórica y política del país, teniendo como elementos vertebradores la música, el deporte, las tradiciones y los elementos que conforman Euskal Herria en su conjunto.

El propio edificio que alberga el museo es la primera pieza de valor que contempla el visitante. Es un conjunto de tres plantas donde el medio físico copa el primer piso, la historia de los territorios la planta intermedia y arriba se encuentra la cultura. Un edificio con historia y presencia en la localidad, cuyos antiguos dueños estuvieron profundamente implicados con la historia al redactar el fuero en la iglesia de Gernika y donar más tarde los terrenos adyacentes hacia 1835 para que hubiera un lugar de reunión.

El museo ha vivido dos etapas distintas en este cuarto de siglo. La primera sería desde el año en que abrió sus puertas en 1991 y hasta 2006, cuando se instaló una colección de piezas que aún conserva la Diputación en sus fondos. Pero tras un periodo de reflexión y con la intención de actualizar el discurso representativo y siguiendo la demanda del público visitante, se concluyó en la necesidad de lograr unas salas más dinámicas donde la gente pudiera interactuar con los diferentes espacios, intentando lograr una visión más moderna. Por ello, fue en 2006 cuando se reinauguró el museo tal y como se conoce actualmente. En palabras de Felicitas Lorenzo, directora del museo, “pasó de ser el museo de Euskal Herria, a ser el museo para Euskal Herria”. En la nueva etapa adquirió importancia la interactividad de las exposiciones, teniendo en cuenta el aspecto museográfico, la colocación de las piezas, el tipo de mobiliario incluso y haciendo hincapié en las actividades didácticas que rodean a las exposiciones. “Si este museo tiene algún valor es que tiene una actividad didáctica muy potente. Ahí es donde intentas interactuar con el público y hacerle partícipe de la exposición que tienes” apunta Asier Madarieta.

Interactividad

Dentro de las actividades que apunta el director gerente de Bizkaikoa destacan los talleres que llevan a cabo durante todo el año, la forma de hacer las visitas y las exposiciones temporales que también forman parte de esa interactividad con los que el museo acerca su discurso al público. “Cuando comenzamos a trabajar teníamos una exposición muy estática, con diferentes cuadros y sus respectivos carteles debajo. Sin embargo, en el tema de etnográfica, la historia o la cultura, lo que hicimos fue utilizar soportes audiovisuales”, resalta la directora Felicitas Lorenzo.

Este cambio ha supuesto un salto cualitativo, ya que las nuevas tecnologías han permitido una mayor inmersión en los temas o en los objetos que guarda el museo. Y es que el museo Euskal Herria alberga unos fondos pictóricos de gran calidad con obras de pintores vascos como las de los distintos hermanos Arrue, pinturas de Josep María Sert y de algunos primeros espadas dentro de los autores vascos tradicionales. Además, caben destacar otros objetos que, aun con menos valor económico, guardan un gran valor simbólico, como por ejemplo una cesta propiedad del puntista Txurruka o cerámicas de la antigua fábrica de Busturia.

Ante la dificultad de poder señalar lo más valioso para la directora, ella lo deja en manos del visitante y sus gustos, “porque a cada uno le pueden interesar cosas distintas” afirma. “El fondo de pintura es muy bueno, y para mí, la colección de cartografía también, que además la hemos ido completando hasta convertirla en una parte muy importante de la colección permanente”, señala. Y es que al final es el público el que decide cuál es la joya de la corona, al tener cada persona su prisma sentimental, histórica y profesional. Como detalla Madarieta, “al final es lo que tiene que conseguir un museo: que cada uno tenga su propia joya. Identificar a un solo objeto sería ir en la dirección en la que el museo decide cuál es”.

Exposiciones

En este cuarto de siglo de vida el museo Euskal Herria ha tenido entre sus muros varias colecciones de éxito que han logrado atraer a mucho público. Entre las más destacadas están Emakumea eta Euskal Pelota, que tuvo muchas visitas y también una colaboración que hicieron con el Museo de Bellas Artes de Bilbao, sobre varios carteles. El trabajo conjunto acometido junto a otras pinacotecas también ha dado sus frutos en este tiempo, con una exposición de pintores vascos cedida por el museo de Bellas Artes de Gasteiz o alguna otra que luego ha viajado hasta el museo de San Telmo.

Y es que más allá del tamaño, los pequeños museos pueden servir de rampa de lanzamiento de importantes colecciones e ideas de las que luego se nutran las grandes salas. Como señala Madarieta “tiene que haber museos grandes, pero también pequeños como este, que ayuden al visitante con cuestiones que no puede ganar en otros lugares, con una visita mucho más interactiva, más personalizada y en la que el grado de satisfacción sea mucho mayor”.





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