Ahora que la ultraderecha iberoesférica se colude en México firmando pactos para detener el avance del comunismo nos queda claro que tendrán objetivos bélicos a corto, mediano y largo plazo, no por nada incluyeron en su reunión cumbre a cierto influencer argentino así como a delegaciones de la gusanada de Miami y de los escuálidos al servicio de Guaidó. Ante este escenario, consideramos es bueno llevar a cabo un sano ejercicio de memoria histórica y de solidaridad internacionalista -específicamente con Cuba- a través de este texto que Iñaki Egaña ha dado a conocer en su muro de Facebook:
Morir por el pueblo cubano
Iñaki EgañaAcostumbrados como estamos a recibir retazos oficiales de nuestra historia en clave política, ciertos pasajes han sido silenciados en favor de una construcción falsaria que obedece a intereses específicos de una elite habitualmente económica. Los hechos son descontextualizados, a veces transformados de forma ramplona y cuando el tema es demasiado escabroso, silenciados de manera grosera.
Hace poco recordaba en twitter la embestida del yate del dictador Franco contra la barca que hacía el trayecto a la isla en la Concha donostiarra, y que provocó cinco muertos. El desconocimiento del hecho indujo a que decenas de miles de twitteros leyeran la crónica y centenares la expandieran. Un grupo de militares había hecho, probablemente, desaparecer el expediente correspondiente al accidente del archivo municipal, para proteger la honorabilidad del tirano. En el archivo había constancia de que los documentos habían “volado” tras una visita castrense. Los negacionistas del caso, apoyándose en la escasa documentación, lanzada por la prensa de la oposición entonces en el exilio, atizaron al mensajero, en un hecho habitual, y me tildaron de “cuenta cuentos”.
Crónicas similares amparan ese batiburrillo que quieren convertir nuestro pasado, para llegar al presente y conformarlo de una manera determinada. Me viene al pelo esta reflexión para abordar el tema que quiero deslizar en las siguientes líneas. La desinformación, a través del silencio, y el posterior manoseo del concepto de víctima. Sucedió en setiembre de 1964, hace ahora 55 años. Un barco vasco, el Sierra Aránzazu, fue pautado por aviones de EEUU cuando se acercaba a Cuba con sus bodegas llenas de alimentos, telas y herramientas de labranza. Llevaba 20 tripulantes.
En octubre de 1960, el presidente Dwight Eisenhower había impuesto el embargo parcial y el bloqueo de la isla. Dos años después fue el embargo fue total. Más de 4.000 millones de dólares anuales en pérdidas. Un genocidio económico. Hoy, sin embargo y paradójicamente, son diversas las voces que defienden el embargo, aunque en otra página de su declaración niegan su existencia. Aducen que están “recuperando” las deudas contraídas por la Revolución, cuando las expropiaciones a los negocios norteamericanos, incluidos a los de la mafia.
Este modelo de embargo no es nuevo. Tuvo su origen en la estrategia utilizada por Francia con respecto a una nación cercana a la cubana, Haití. En 1804, tras la insurrección de los esclavos, Haití accedió a la independencia. Pero ningún país la reconoció. Aislados internacionalmente y con un país arrasado por la guerra, en 1825 Haití tuvo que firmar un tratado con Francia para lograr su reconocimiento. Según este tratado, debía pagar 150 millones de francos a París (su PIB anual multiplicado por 10), por sus propiedades y esclavos perdidos en la rebelión. Haití firmó, ante la presión de la flota francesa que amenazaba en la costa la intervención. Un banco francés le concedió el préstamo. Finalmente concluyó el pago de la deuda en 1947, 122 años después de ser impuesta por París. Francia, recordemos, Un modelo “democrático de libertades”. Era el arquetipo que Washington deseaba y desea para La Habana.
Tras ser señalado por la aviación yankee, el Sierra Aránzazu fue rodeado por tres lanchas rápidas y acto seguido sus tripulantes ametrallados, provocando la muerte de su capitán, Pedro Ibargurengoitia, de Gorliz, y Javier Ceballos y José Vaquero Iglesias. Se contabilizaron en el casco más de 800 orificios de bala, algunos de hasta más de 15 centímetros de diámetro. Tirar a matar. Busquen en listas de víctimas del terrorismo y a pesar de que la totalidad comienzan en 1960, no encontrarán a ninguna de ellas. Ni siquiera a Ibargurengoitia en las del Gobierno vasco. Aquel fue un acto típico de terror, para mandar un mensaje claro: que no se acercasen más barcos a la isla con alimentos o ropa, que Washington estaba dispuesto a defender no solo diplomáticamente sino también militarmente el embargo. Después del fracaso de la invasión directa de 1961 por Playa Girón.
La primera información que llegó del acto terrorista no fue tal. Silencio. Cuando el Gobierno cubano la lanzó al mundo, recogió los restos del barco, la propaganda oficial señaló que habían sido los propios barbudos revolucionarios los que habían originado el ataque. Cuando aparecieron las pruebas de que no fue así, entonces la versión oficial admitió por vez primera que hubo un ataque reivindicado por un grupo anticastrista (MRR) y que se trató de un error, que en realidad querían ametrallar al Sierra Maestra, un barco cubano. Y que lo de “Sierra” les confundió.
No hubo investigaciones, ni imputaciones. En 1998, EEUU desclasificó algunos documentos relacionados con el caso, en los que se apuntaba a un conocimiento de los hechos por la Policía española. Pero jamás he encontrado una pista en los archivos españoles. Crímenes sin resolver que dirían en algún cenáculo, victimas sin inventariar en mi diccionario. Manuel Artime, a quien se atribuye la preparación del ataque, murió en 1977 y su nombre fue llevado en Miami a los altares. Los supervivientes y cadáveres del Sierra Aránzazu, en cambio, fueron rescatados, a iniciativa de EEUU, por un barco holandés que los llevó a Guantánamo. Desde la base militar, fueron enviados a Madrid.
Pedro Ibargurengoitia García, en contraste, que murió con 42 años, no tuvo siquiera un recuerdo. Tampoco su viuda María Basarrate Mota, de Getxo. Sus hijos no tuvieron el reconocimiento de otros. Ana María tenía siete años cuando falleció su padre. Fue profesora en Sarriko. Pedro, que tenía cinco años cuando el ataque, decía que el aniversario y el día del suceso, 13 de setiembre, es el peor de su vida. Participó en la mítica trainera de Kaiku que ganó en la Concha, en 1980, precisamente al día siguiente del aniversario del asesinato de su padre. Es hora de que las instituciones se acuerden de un hijo de nuestro pueblo, víctima mortal del terror, Pedro Ibargurengoitia García.
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