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sábado, 11 de septiembre de 2021

Egaña | 11 de Setiembre

El 11 de septiembre es una fecha para la memoria y para la reflexión.

Les dejamos este texto con el que Iñaki Egaña aborda de forma magistral los diferentes hitos que marcan esa fecha en el calendario:


11 de setiembre

Iñaki Egaña

Es inevitable que un día como hoy, nuestra atención derive hacia acontecimientos cercanos cuyo aniversario recordamos. El pasado se esfuma entre las corrientes de la modernidad a una velocidad supersónica. Aunque aquellos hechos que nos acontecieron, también a nuestros antepasados, siguen siendo refuerzo de nuestra memoria y, en consecuencia, de nuestras convicciones. Dicen que el pasado no cuenta para vivir el presente y menos para construir el futuro. Pero unos y otros, negacionistas y confirmadores, echamos mano a las cuentas traseras para fraguar nuestro relato.

A finales del siglo XIX un grupo de catalanes tomó la fecha del 11 de setiembre para rememorar a las víctimas del Ejército borbónico, dirigido por un tal Felipe V en el sitio de Barcelona de 1714. La Segunda República española institucionalizó el día y años más tarde, el presidente de la Generalitat fue ejecutado con la colaboración francesa por los esbirros de Franco. La Diada del 11 de setiembre fue un símbolo de lucha antifranquista, pero sobre todo de reafirmación de una identidad nacional. Hoy es la fiesta nacional de Catalunya. Símbolo de un pueblo cuyas aspiraciones nacionales han sido cercenadas a golpe de sable desde hace, al menos, 200 años.

Tal día como hoy, lo recordamos entre la melancolía de las notas rasgadas por Víctor Jara, un grupo de militares liderados por un tirano similar a Franco, se hizo con el poder al otro lado del océano. Un país tan lejano al nuestro que sus ríos vuelcan al Pacífico. Pinochet condensa unanimidad. Fue un dictador que mató a más de 3.000 chilenos y que torturó a 37.000 de sus compatriotas. A este lado del planeta, la tortura, las muertes y el pasado no sólo del franquismo sino de la democracia monárquica sigue sin tener el reconocimiento que se merece, y la cita a los verdugos de la libertad.

Aquel golpe de 1973 nos dejó, asimismo, imágenes de dignidad. Salvador Allende, con un casco y una metralleta AK-47, regalo de Fidel Castro, en su última instantánea antes del suicidio. Tanques y aviones rodeando La Moneda. Washington preparó y financió el golpe de Pinochet, avalado por un Henry Kissinger que, tres meses después, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz. A pesar de que la CIA había avanzado que la dictadura traería “una matanza considerable y prolongada”, hoy los de las barras y estrellas siguen siendo adalides de la democracia. Hipocresía.

Con el 20 aniversario de los ataques yihadistas sobre Nueva York y el Pentágono, el 11 de setiembre de este año acaparará portadas sobre los 2.996 muertos y 24 desaparecidos que provocaron los aviones secuestrados. Esta vez, los documentales de Spike Lee han recuperado esa tesis tan extendida desde 2001, la del conocimiento previo de cierto sector de militares de la preparación de los atentados y el dejar realizarlos para tomar la vanguardia en la llamada “guerra contra el eje del mal”.

Aquel eje del mal concitó las guerras en Afganistán, Irak, Pakistán, Libia, Siria, Somalia y Yemen. En Irak la estimación es de 2,4 millones de muertos. En Siria medio millón y en 20 años de ocupación militar y guerra en Afganistán, 240.000 víctimas mortales. En esos escenarios se han probado los últimos ingenios militares y las empresas armamentísticas han visto revalorizadas sus acciones, mientras sus consejeros se han hecho más opulentos a cuenta del sufrimiento de millones de personas. Por eso, las notas de Spike Lee, acertadas o no, golpean en las consecuencias de ese icono al que han convertido las torres gemelas de la Gran Manzana. No sólo fueron los 3.000 muertos de Nueva York.

Nuestros 11 de setiembre son más modestos pero cargados también de emotividad. A veces echo en falta una agenda propia a la hora de los recuerdos lejanos y cercanos. Ya sé que es imposible competir con las grandes corporaciones de propaganda, con las cadenas de televisión, con la nube tóxica de Hollywood. Y que nuestra solidaridad y empatía con los chilenos represaliados, con los catalanes apaleados esta vez por agentes de Felipe VI, con los refugiados que huyen de Afganistán, con los bomberos de Manhattan es también parte de nuestra identidad.

Pero es verdad que nuestros 11 de setiembre también concitan recuerdos, no tan lejanos. Resuenan los nombres de aquellos vecinos de Peralta que un día como hoy fueron sacados de sus casas para llevarlos a Andosilla, donde fueron ejecutados por manos malditas, las mismas de Barcelona, Santiago o Falluja. Nombre y apellido apenas sirven para destilar el drama, pero al menos lo acercan: Fidel Chaurrondo, Ambrosio Pellejero, Ancieto Jericó.

Hoy debería ser, asimismo, un día marcado con tonos oscuros en el calendario. Porque el dictador cuyos lacayos aún continúan en los callejeros de la España de la pandereta machadiana, puso la primera piedra del que llamó Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo. Eufemismo para encarcelar a la disidencia que, al contraerse el régimen, llamó Tribunal de Orden Público, y al rehabilitar la monarquía se mudó en Audiencia Nacional. Un censo de los vascos que pasaron por esos tres tribunales nos haría temblar el pulso.

Me quedo también, entre esos millones de tragedias, con Jon Urzelai, un militante vasco al que se la tenían jurada porque había escapado de prisión. Cuando entraba en una vivienda clandestina de Zorroza, en Bilbo, la Policía le ametralló. Perdió la vida un 11 de setiembre de 1974, primer aniversario de la muerte de Allende. Escapó Andoni Campillo que murió un año después en otra emboscada, esta vez en Barcelona, la ciudad que Lluis Companys soñó frente a un pelotón de ejecución en 1940.

Un 11 de setiembre de 1975 Euskal Herria vivió una huelga general pidiendo la libertad de varios de sus hijos condenados a muerte. Unas semanas después el régimen, haciendo oídos sordos, mató a Txiki y a Otaegi. Son retazos de nuestra agenda universal y también particular, como los ecos que rescatan nuestros arqueólogos desde Amaiur hasta Luhuso.

 

 

 

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