Con esta editorial desde Gara le enmiendan la plana a los cosmopaletos del PSOE y a sus valedores jeltzales, estos últimos capaces de poner sobre la mesa cualquier argumento con tal de mantener todo atado y bien atado.
Lean por favor:
Cosas que, si a la gente no le importan, le deberían importar
«Las cosas que le importan a la gente» es una coletilla que suele utilizar el unionismo como contraste con lo que ellos llaman «las obsesiones nacionalistas». Eso sí, en Euskal Herria, Catalunya o Galiza su proyecto se basa en que la gente no pueda votar más allá de las elecciones, ni sobre lo importante ni sobre lo accesorio. Ni de las cosas del comer ni de las del sentir. Pero es lógico que la ciudadanía quiera elegir el Estado en el que vive, sus estructuras, sus prioridades y las relaciones con sus vecinos. Precisamente el argumento de mucha gente en favor de la independencia es que no quiere formar parte de un Estado donde mandan más los jueces que los parlamentos y las compañías eléctricas que los gobiernos.
La soberanía y la organización social y el reparto de los recursos son dos caras de la misma moneda. Para negar esa realidad hay que negar los fundamentos de la democracia. En el Debate de Política General en Gasteiz, Eneko Andueza defendió el veto de la minoría a la voluntad democrática de la mayoría. En el fondo, sostuvo un privilegio: que su voto vale más que el de sus vecinos independentistas. Y lo hizo con aires de cosmopolita, cuando su discurso fue el de un reaccionario.
Claro que su socio, el PNV, se lo había puesto en bandeja para parecer el moderno de la cuadrilla. El lehendakari Iñigo Urkullu planteó como referencia deseable los pactos previos al año 1839, cuando por ejemplo faltaba medio siglo para que se electrificase el alumbrado público de Bilbo. En 2021, en una pandemia global, Urkullu situó el futuro del autogobierno en los tiempos de los faroleros, antes del desarrollo industrial.
Es difícil saber a quién se dirigía, a quiénes apelaba. Aunque intentase proyectarlo a futuro, no parece que las generaciones más jóvenes se puedan vincular a esas referencias. Esta es su tercera legislatura y año a año sigue prometiendo cosas que dijo que haría en la primera, y no parece que las vaya a hacer. En parte parece que la estrategia es que a nadie le importe nada en absoluto. Rebajar el nivel. Eso sí, el PNV mantiene sus obsesiones contra los soberanistas de izquierda mientras permite que su socio minoritario desprecie sus posturas.
Agenda, estrategias, alianzas y activismo
Las fuerzas de la Declaración de Llotja de Mar lanzaban el mismo jueves una iniciativa sobre uno de esos «temas que importan»: la rampante subida del precio de la electricidad, que en el Estado español está empobreciendo a muchas familias y dificultando la viabilidad de las empresas. Estas fuerzas catalanas, galegas y vascas (entre ellas EH Bildu) impulsarán un apagón eléctrico y una cacerolada para el 8 de octubre. Denuncian el desmantelamiento del sistema público a manos del PSOE y del PP, la avaricia de las empresas que forman un oligopolio, la vulnerabilidad a la que se enfrentan miles de familias y la falta de soberanía para hacer frente a esta estafa. Invitan a entidades y organismos a sumarse. Muchas personas pueden compartir esas demandas.
Si además de las cosas materiales nos referimos a valores democráticos, ¿qué hay políticamente más importante ahora en nuestro país que defender los derechos humanos, conjurarse contra la desigualdad y la crueldad, y combatir los proyectos reaccionarios y opresores? Ayer se convocaron en todo Euskal Herria actos «contra la cadena perpetua, por los derechos humanos, la convivencia y la solución». El movimiento de Sare ha destapado a sus críticos. A los diez años de Aiete, ¿no sería lógico que los partidos democráticos apoyaran estos actos? Más aún cuando enfrente se sitúan fuerzas como Vox o el PP, que defienden el castigo injusto y la violencia, que hablan sin tapujos contra los derechos humanos y que persiguen cercenar la libertad y los derechos de todo aquel que no piense o sienta lo que ellos.
Protestas como el apagón y actos como los de ayer abren un nuevo ciclo movilizador en un momento político complicado e interesante. Estos actos son una llamada, pueden vincular distintas luchas y generaciones. Marcan una agenda y temas relevantes. Y si a la gente no le importa que crezcan las desigualdades y la pobreza para que unos pocos vivan en una obscena opulencia, le debería importar. Si los electos no pueden tomar decisiones para detener una estafa empresarial, les debería afectar. Si personas que deberían estar en libertad siguen presas y a la gente no le importa, está mal. Si se promueve la crueldad, hay que combatirla. Si no puedes votar lo que quieres, o si tu vecino no puede, debería importar. La política no debería promover la desidia.
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