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jueves, 24 de junio de 2021

Egaña | Tomás Hernández

La memoria, a menudo, queda en deuda con ciertos represaliados, estamos hablando de los desaparecidos.

No así en el ejercicio que hace Iñaki Egaña, quien rescata la figura de Tomás Hernández Navarro con este texto que ha publicado en su página de Facebook:


Tomás Hernández, un desaparecido ignorado

Iñaki Egaña

Mencionado históricamente por la izquierda abertzale como uno de los cuatro desaparecidos forzosamente en el contexto del terrorismo de Estado, junto a Pertur, Naparra y Popo Larre, y presente asimismo en el informe que en 2019 proclamó el Foro Social, junto a los citados y los tres funcionarios de aduanas naturales de A Coruña, Tomás Hernández Navarro, es el que menos literatura y noticias ha generado de entre todos ellos.

La razón se halla en la campaña de desinformación y manipulación que generó su secuestro, la pasividad policial y el hecho de que Inés Martínez Izagirre, su pareja, natural de Irun, se encontrara refugiada en Paris y su familia más cercana en Barcelona. La lejanía no ayudó en las investigaciones. Hace unos días falleció en Hendaia su sobrino Javier Martínez Ibarogien, Triki, concejal por Euskadiko Ezkerra de Irun en la primera legislatura tras la dictadura y ya en la década de 1990 por Herri Batasuna. Triki había mantenido en solitario la llama encendida sobre el recuerdo de su tío desaparecido.

Tomás Hernández nació en 1911 en Zaragoza. De niño se trasladó a Barcelona, donde creció junto a dos hermanos. Desde muy joven militó en la FAI, grupo anarquista, y quienes le conocieron lo describieron como sumamente activo, vehemente y amigo de la acción. Cuando estalló la guerra se alistó en la Columna Durruti que el 24 de julio de 1936 salió de Barcelona con la intención de liberar Zaragoza, entonces en poder de los sublevados. Llegaron cerca de su objetivo, liderados por el mítico Buenaventura Durruti y crearon el llamado Consejo de Aragón, un proyecto anarquista de gestión integral en medio de la guerra. Tomás fue de los primeros que regresó a Barcelona y, al parecer, estuvo destinado en un centro de detención irregular en la calle Diputación, antiguo Seminario, de la capital. Una checa a la que se le imputaron decenas de ejecuciones extrajudiciales.

Concluida la guerra se refugió en Francia, donde colaboró con la resistencia. Tras el desembarco de Normandía salvó a una joven en Lisieux de ser capturada por los nazis que retrocedían ante el avance de las tropas aliadas. Se llamaba Inés Martínez Izaguirre, huida de Irun en agosto de 1937 y refugiada en Noyon, en el departamento de Oise. A partir de entonces se convirtieron en pareja, no tuvieron hijos, ni se casaron. Tomás jamás tuvo pasaporte español y no cruzó la muga hacia el sur, mientras que Inés lo solicitó en 1977 con motivo del decreto de amnistía, para visitar a su familia de Irun.

La familia de Inés Martínez, 15 hermanos, era una de las sagas anarquistas más conocidas de Gipuzkoa. Varios de sus hermanos habían estado presos con motivo de la Revolución de Octubre y salieron amnistiados en febrero de 1936 con la victoria del Frente Popular. Hasta seis de ellos fueron condenados a penas de muerte durante la guerra. Paco y Félix fueron capturados durante la ocupación nazi en Ipar Euskal Herria y enviados al campo de concentración de Gurs desde donde concluirían en campos de exterminio. Paco murió en Mauthausen y Félix tuvo la fortuna de resistir con vida hasta la entrada del Ejército norteamericano en Buchenvald, en abril de 1945.

La pareja se instaló en Paris, en una vivienda cerca de la Gare du Nord. Tomás trabajó como empleado de mantenimiento en una cadena de tiendas llamada Prix Unique e Inés en una guardería. Todos los veranos, la pareja se acercaba hasta Hendaia, donde alquilaban un apartamento, para que Inés estuviera cerca de la familia de Irún. Con motivo de la jubilación de Tomás, en 1976, alquilaron un pequeño apartamento en el número 45 de la calle Hapetenia de la población fronteriza, donde pasaban la temporada estival, de mayo a setiembre, repartiendo el resto con París.

Tomás Hernández fue secuestrado por tres individuos que viajaban en un turismo Citroën GS de color beige y matrícula del distrito 47, correspondiente a Lot-et-Garonne y con el que embistieron al ciclomotor en el que llegaba a su vivienda. Los individuos lo introdujeron en el coche y se dieron a la fuga.  Un vecino que trabajaba en su huerta vio todo el movimiento y sería el que avisaría a Inés y luego a la Policía. Tomás había pasado la tarde con unos amigos, como era habitual, en el bar Luisito, cerca de la estación ferroviaria. Como todos los días, volvía a casa en moto, siempre antes de las ocho de la tarde. Era el 15 de mayo de 1979, martes.
Durante décadas, las escasas noticias sobre la desaparición de Tomás Hernández tuvieron como única fuente la que ofreció la revista Enbata. Enbata señaló que la única pista que dotaba de alguna lógica a la desaparición de Hernández era la que apuntaba a que pudo ser testigo accidental del incidente ocurrido unos días antes en la Escuela Profesional de Hendaia, muy cercana a la calle Hapetenia, en la que resultó herido mortalmente el refugiado Francisco Larrañaga Juaristi Peru.

La muerte de Larrañaga fue un acto que, al día de hoy, sigue sin esclarecerse y las distintas versiones oficiales fueron un cúmulo de informaciones inverosímiles para evitar responsabilidades. El oscurantismo policial ahondó en la tesis de que las muertes de Hernández y Larrañaga tuvieran una posible conexión. La de Hernández para tapar la probable ejecución de Larrañaga en un control policial.

En la madrugada del 11 de mayo de 1979, el joven refugiado, natural de Azkoitia, fue herido de gravedad en la cabeza aparentemente por el conserje de la Escuela Profesional de Hendaia. Larrañaga viajaba en un ciclomotor hacia su domicilio cuando, al ver un control policial, se escondió en las instalaciones del centro educativo. El guarda, ex legionario en la guerra de Indochina, le disparó con tal puntería que una bala le dio en la cabeza. La versión oficial señalaba que el conserje disparó en la oscuridad y que la bala después de rebotar en una farola, se incrustó en el cráneo de Peru.

Sin embargo, la familia, Inés en particular, siempre negó esta versión. Por la sencilla razón de que Tomás Hernández estaba en su vivienda y ya dormido cuando ocurrió la muerte de Larrañaga. No pudo ser testigo, ni siquiera involuntario. Había, sin embargo, un hecho perturbador. El aspecto de los secuestradores, similar al de los autores de otros atentados reivindicados en nombre del Batallón Vasco español, en concreto Jean Pierre Cherid y Mohamed Talbi.
La familia también sostuvo que Tomás Hernández no tenía trato con los refugiados, que consideraba a ETA como un grupo de activistas “pequeño burgueses” y que tampoco mantenía relaciones con anarquistas vascos como Félix Likiniano o Manolo Chiapuso. En 1989, la administración francesa dio por fallecido a Hernández y unos años más tarde, murió su viuda Inés Martínez. La familia estaba convencida de lo que le había sucedido a Tomás, que había sido secuestrado y trasladado a Barcelona, pero lo guardaron sin hacerlo público. Hasta que en 2008 los Hernández-Martínez sufrieron un terremoto emocional. La lógica del secuestro y de su conjetura se completaba.

Como una de las hipótesis de trabajo, el juez Andreu reabrió en 2008 la causa sobre la desaparición de Pertur siguiendo una pista iniciada el año anterior por  Ángel Amigo, que había estrenado la película “El año de todos los demonios”. Según testimonios recogidos por jueces italianos en 1984, significados neofascistas italianos actuaron en Ipar Euskal Herria contra refugiados vascos en la década de 1970. Entre aquellas acciones relataron el secuestro de un refugiado vasco (nunca apareció específicamente el nombre) al que narcotizaron y trasladaron a Barcelona. Amigo supuso que el secuestrado era Pertur, pero algunas de las pistas no cuadraban.

En cambio, parecía encajar con el caso del anarquista secuestrado en Hendaia. Según su familia, el secuestrado no fue Pertur sino Hernández. Las diligencias abiertas señalaron a tres mercenarios italianos: Pierluigi Concutelli, Sergio Calore y Ramón Izzo. Este último declaró que el secuestrado estuvo detenido en una masía catalana, cerca de Barcelona y que el nombre con el que la conocían era “La Fábrica”.

La masía catalana no estaba en Barcelona, sino en Lleida. La localización de esa masía que Ángel Amigo supuso para Pertur y la familia de Hernández para Tomás, debería ser la que usaron diversos ultras para preparar sus fechorías, entre ellos Miguel Gómez Benet, acusado del atentado en 1977 contra la revista satírica El Papus que causó la muerte de uno de sus trabajadores. Gómez Benet, fue un republicano acusado de matar a presos del bando rebelde en Valencia y Barcelona que, al final de la guerra, se pasó al lado franquista, ejerciendo también de represor. Es muy probable que conociera a Tomás Hernández en las checas de Barcelona. La masía en cuestión era el Castell de Remei, en el municipio de Penelles, a 40 kilómetros de la ciudad de Lleida.

Así, este desconocido refugiado llamado Tomás Hernández, según la hipótesis más sólida, fue secuestrado por un acto de venganza de familias pudientes catalanas franquistas, que se aprovecharon de la infraestructura paralela del Estado contra los refugiados, para saldar viejas cuentas. Fue un acto de represalia con 40 años de retraso por la actividad de Hernández en las ejecuciones del Barcelona republicano. Inés Martínez ya intuyó en 1979 quienes, incluso, habían ordenado el secuestro de su pareja. Uno de ellos diplomático y el otro capitán general, ex combatiente de la División Azul.

 

 

 

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