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viernes, 2 de agosto de 2019

Egaña | El Club de los Siete

En vísperas de la non grata cumbre del G7 en Miarritze traemos a ustedes este texto que Iñaki Egaña ha dado a conocer en su muro de Facebook:


Iñaki Egaña

Hace ya muchos años, como 75, el mundo fue repartido en dos áreas de influencia. Hubo tres tratados que lo confirmaron, en Yalta (Crimea), Dumbarton-Oaks (Washington) y Potsdam (en las cercanías de Berlín). Stalin, Churchill, Truman… los nombres son conocidos. Más desconocido, sin embargo, es el hecho de que la previa de Potsdam estaba programada en Biarritz.

En la ciudad costera de Lapurdi, los nazis habían ubicado su centro de operaciones, la sede de la Gestapo y esa estructura opaca que les llevó a controlar el sur vasco de la muga. Antes, una limpieza ideológica extraordinaria, comenzando por la detención de sus jóvenes, que fueron enviados a campos de trabajos forzados, y de la comunidad hebrea a campos de exterminio.

Cuando llegó la derrota militar de las tropas de Hitler, los norteamericanos se hicieron durante una buena temporada con el control de Biarritz. El general Eisenhower, que todavía no era presidente de EEUU, inauguró el llamado Centro Universitario Americano para soldados y marines. Unos 2.000 soldados se ubicaron en la costa lapurtana y tuvieron incluso una radio propia, AFN Biarritz, dirigida por el teniente Louis Adelman, que emitía 20 horas diarias ininterrumpidamente y exclusivamente en inglés.

Para la conferencia de Potsdam, Truman y Churchill (EEUU e Inglaterra) habían pactado un encuentro previo en Hendaia. Churchill apareció en el lugar elegido, el Palacio de Bordaberry, pero no así Truman. Las razones aún no se conocen, pero parece que fueron de seguridad. Aun así, las medidas de seguridad fueron impresionantes, se cortaron carreteras y al acceso a Hendaia, Urruña y Donibane Lohizune fue restringido.

Churchill fue agasajado al “estilo vasco”, con sesiones de canto, a cargo de dos sopranos, un partido de pelota entre pelotaris locales y, como era de esperar, con manjares de la tierra. Una situación que vamos a conocer de nuevo, con más fasto. Aparecerán dantzaris, se habilitarán los tópicos de la “histórica hospitalidad de los vascos”, se repetirá en la televisión pública vasca aquel documental en blanco y negro de Orson Welles. Y se intentará convertir en mundano lo que es un tremendo acontecimiento propagandístico de 25 millones de euros de presupuesto: la frivolización del crimen organizado.

Porque ahora llegan a nuestra tierra los monstruos de la hostilidad permanente, esos que han hecho posible que 26 personas tengan, al día de hoy, más riqueza que otros 3.800 millones de personas que comparten el mismo planeta. Esos mismos que avalan un sistema que diariamente provoca la muerte por desnutrición de 8.500 niños (Unicef). Los que gestionan que el hambre afecte severamente a 822 millones de personas (Naciones Unidas). Los que atesoran mientras 41,3 millones de desplazados huyen de la guerra, 25,9 millones se refugian en otros países y 3,5 millones solicitan asilo por razones políticas (ACNUR).

Nos dicen que el acontecimiento de agosto acogerá a los máximos dirigentes políticos de los siete grandes. En realidad, no son las siete economías más pujantes del planeta, sino aquellas que hicieron causa común contra uno de los bloques de Potsdam, el soviético. Han pasado 75 años y todavía el mundo se mueve con esas tendencias. Cualquiera lo diría.

Sabemos, sin embargo, que los presidentes y sus equipos que tomarán Biarritz para acometer su actividad propagandística, no representarán a siete estados-nación. Sino a los siete grandes de la economía mundial, las siete mayores fortunas. Recuerden sus nombres para que luego los medios no les engañen con segundones como Macron, Trudeau o Conte. Estos son: Bill Gates, Carlos Slim, Warren Buffett, Amancio Ortega, Larry Ellison, Charles y David Koch, Christy y Jim Walton y Liliane Bettencourt. En realidad son diez, pero qué más da.

Faltaría en esta lista el Vaticano, revestido también de un dirigente (Bergoglio) mediático que dice una cosa y hace la contraria. Al hilo de los tiempos. ¿Por qué el Vaticano? Porque es el nexo de unión entre nazis, Truman, Churchill, G7 y lo que toque. Y porque el Vaticano es la mayor fortuna del mundo. Sólo en reservas de oro, la iglesia católica posee 60.350 toneladas de oro, acumuladas de un despojo sostenido y milenario. Esa cifra duplica el tamaño de las reservas oficiales de oro del mundo y supone un 30,6% del extraído en la historia de la humanidad.

Han elegido Biarritz porque le tocaba el turno de los Siete a París. Porque quieren una ciudad de pedigrí aristócrata, con sus palacios al borde del mar. Porque en esa elección y desde 2009, ya no hay grupos terroristas vascos en la lista de la Unión Europea. Y porque hacerlo en la costa mediterránea o en la capital francesa, supondría un riesgo añadido por los precedentes yihadistas. La costa normanda hubiera parecido una sumisión francesa al relato del desembarco norteamericano en los estertores de la guerra mundial. Así que, por descarte, y por nudo de comunicaciones menor para las protestas, salió elegida Biarritz.

Sé que no sucederá, pero ya que han llegado a Biarritz, aprovecharé la ocasión para requerirles lo que hace ya unas décadas les exigió su alcalde, Guy Petit. ¿Qué hay de las 4.000 toneladas de residuos nucleares que un barco de bandera británica echó al mar en 1971 en el Golfo de Bizkaia, a 200 kilómetros de la costa de Biarritz? Entonces, otro ilustre como el comandante francés Jacques Cousteau se unió a la protesta, pero nunca contestaron. Hoy sabemos, que en ese Atlántico que nos azota, los residuos nucleares no fueron únicamente los 4.000 que denunció el alcalde de Biarritz, sino que han llegado en dos décadas hasta los 115.000. Ya saben que los residuos nucleares (Greenpeace) permanecen activos durante cientos, miles de años.

Así que vinieron para jodernos y ahora, como entonces, para proseguir con nuestros hijos y nuestros nietos. Que sepan que no son bienvenidos, a pesar de los sopranos, “pelotaris” y demás que saldrán a extenderles una mano sumisa.






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