Desde Gara traemos a ustedes este reportaje que celebra el vigésimo aniversario de una de las acciones solidarias con el colectivo de presos políticos vascos más exitosas y creativas.
Lean ustedes:
Dos solidarios disfrazados de Giraldilla, la mascota del Mundial de Atletismo de Sevilla, se colaron en el escenario de la gala inaugural del último acto deportivo de primer nivel que acogió el Estado español. Bailaron durante varios minutos y estrecharon la mano del presentador, Carlos Herrera. Todo ello fue retransmitido por 60 televisiones en directo. En sus trajes lucían banderolas con el mapa de Euskal Herria pidiendo la repatriación de los presos.Aritz IntxustaVista hoy día, la acción de Las Giraldillas parece haber ido mejorando con el tiempo, macerando como un buen vino. En parte, quizá sea por la expresión facial del protagonista involuntario de aquella muestra de solidaridad. El periodista Carlos Herrera, convertido hoy en una caricatura de sí mismo a sueldo de “la Cope”, tuvo que lidiar con aquellas dos gigantas de gomaespuma. Los solidarios le ganaron de mano al locutor y convirtieron la gala con la que el Estado español quería mostrarse al mundo plenamente europeo en una ventana a través de la cual se denunciaba la existencia de presos políticos.Había 60.000 personas en aquel estadio. Según afimaron los medios al día siguiente, «3.500 millones de personas» siguieron la retransmisión del arranque de los Mundiales de Atletismo de 1999. Desde luego, se trata de una exageración (en ese año el censo de todo el planeta era de 6.070 millones de personas). Probablemente, hicieran referencia a los televidentes potenciales. Pero que se diera esta cifra tan abultada viene a revelar qué importancia se daba en el Estado a lo que vendían como «el último gran acontecimiento del milenio».En Madrid, decididamente, estaban muy venidos arriba con esa cita atlética, su siguiente hito internacional después de las Olimpiadas y la Expo de 1992. De hecho, no han vuelto a acoger un acontecimiento deportivo de semejante envergadura desde entonces. La prensa se puso furiosa y espumeó bilis.“Marca” cargó contra los 8.500 policías que no supieron impedir que esas giraldillas solidarias se pavoneasen alegremente por el escenario con sus carteles por la repatriación escritos en inglés y tampoco que otros solidarios se descolgaran para desplegar pancartas cerca del palco de Felipe de Borbón. Muy a destacar el detalle que recoge el diario “Sur” sobre las vestimentas de las falsas giraldillas. «Los proetarras iban vestidos con trajes de poliuretano y llevaban la cabeza almohadillada para amortiguar previsibles golpes». Como se ve, los golpes en la cabeza, para este medio, no eran posibles, sino «previsibles». El ministro del Interior ese año era Jaime Mayor Oreja.En “La Razón” acaban zumbando (esta vez dialécticamente) al propio Herrera, quien sin empaparse de nada todavía, da la mano a una de las mascotas que ya se había quitado la tela verde del vestido y mostraba en la pechera la banderola en favor de los presos vascos.En total, según publicó GARA el sábado 21 de agosto de 1999, se acabó deteniendo a los dos giraldillos y otras siete personas más que les acompañaban (solidarios que repartían pasquines, el cámara que acudió a grabar y los que se descolgaron con la pancarta).La acción se completó enviando un comunicado a distintos medios a nombre del colectivo de Solidarios con los Presos. En él se justificaba la acción como acto de denuncia por el incumplimiento de la legalidad penitenciaria de los estados español y francés. Se exigía, asimismo, la liberación de los presos incurables o de los que hubieran rebasado ya las tres cuartas partes de la pena. Además, se recordaba el derecho que les asistía a cumplir condena cerca de sus familias. Por entonces, el colectivo de presos rondaba las 730 personas.Casi un año después, diez solidarios fueron juzgadas en Sevilla por aquella acción. Defendieron la absolución alegando que la protesta fue «imaginativa y simpática». Y la consiguieron. La juez entendió que no hubo desórdenes públicos.
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