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sábado, 24 de agosto de 2019

Solidaridad y Lágrimas en Loiu

La sociedad vasca es generosa y solidaria, eso lo hemos repetido en más de una ocasión en este blog.

Deia trae a nosotros un ejemplo más:


El aeropuerto de Loiu fue ayer y volverá a ser hoy un hervidero de lágrimas. Llega la despedida de los 48 niños y niñas del Sahara y países del Este acogidos por familias vizcainas para pasar el verano en Euskadi

Ángela Fdez. de Diego

Este programa lleva funcionando casi 20 años, pero hace 11 que comenzaron a llegar niños de Europa del Este gracias a asociaciones como: Bikarte, Chernobileko Umeak, Asociación Chernobil Elkartea, Acobi y Ukrania Gaztea. Estas últimas se dedican principalmente a traer a niños que viven cerca de la central de Chernóbil y aún sufren las consecuencias del desastre nuclear producido en 1986. Los niveles de radiación en su cuerpo son extremadamente altos y pasar el verano en Euskadi les supone una importante mejora para su salud. Muchos de ellos vienen también en Navidad y generan fuertes vínculos con las familias de acogida, que se implican mucho en ofrecerles a estos niños un futuro mejor con el que poder sobrepasar las dificultades que se les plantean por haber nacido en esos lugares. Todas las familias comenzaron en el programa con la intención de participar en una buena labor social y todas ellas han dando lo mejor de sí mismas para poder seguir acogiendo niños y animar a otras familias a que participen de esta experiencia.

Mónica encontró una pequeña reseña en la que se solicitaban familias de acogida para la campaña de Navidad de hace dos años. En ese momento decidieron pedir más información y comenzaron a formar parte del programa de acogida de la mano de esta asociación. Ellos viven en Abadiño y acogen, desde entonces, a Maryna Harbachenka, una niña de 9 años procedente de Bielorrusia, considerando que rebajar los niveles de radiación con los que vive habitualmente es algo a lo que debían comprometerse. También tienen hijos propios y pretenden seguir participando en el programa en un futuro. Nunca han viajado a Bielorrusia ni conocen a la familia de la niña, pero mantienen el contacto con ellos vía telefónica. Consideran que esta es una experiencia muy enriquecedora porque les “ayuda a ver cosas de las que normalmente no somos conscientes por darlas por supuestas. Conoces otras realidades y otras culturas que poco tienen que ver con la nuestra, aunque las necesidades de esta niña sean las mismas aquí que en cualquier otra parte del mundo. ”Maryna ha aprendido castellano con su familia de Euskadi, lo que más le gusta es ir a la playa y a la piscina, porque “en Bielorrusia no tenemos playa, a mis padres les llevo conchas de regalo”. Conoce a algunos niños que también participan en el programa de acogida y que son de su misma escuela en Bielorrusia.

Belén y Virgilio son los padres de acogida de Dasha, una niña bielorrusa de 8 años procedente de una aldea de Gomel, al sureste del país, cercana a la frontera con Ucrania. Su experiencia acogiendo niños comenzó hace 15 años cuando Belén acudió al Ayuntamiento de Laudio para recibir información sobre los requisitos necesarios para acoger a niños de orfanatos en zonas de Rusia, muy cercanos a zonas con contaminación nuclear y donde estaban expuestos a climas extremos. Cuentan que la primera acogida fue muy positiva y duró varios años. “Es importante tener en cuenta la dedicación y paciencia necesarias, aprendiendo que el éxito de la acogida es lograr ponerse en el lugar del niño”, dicen. Desde aquel primer año en el que decidieron acoger, Belén es voluntaria de la asociación Bikarte, en la que trabajan porque cada año sean más los niños y niñas acogidos, apoyando en los duros procesos burocráticos, la búsqueda de nuevas familias y buscando financiación, ya sea a través de donativos o de subvenciones.

En el caso de Dasha, es una niña que vive en una aldea altamente afectada por la radiación, donde, tal como aseguran sus padres de acogida, “las opciones de futuro son limitadas”. Estar aquí ayuda a reducir los niveles de radiación en su cuerpo, por lo que su salud mejora apoyada por la ingesta de alimentos no contaminados y el yodo aportado por el sol. Durante el verano que pasa aquí recibe la atención médica y tratamientos necesarios, como el control de la tiroides, problemas cardiológicos, traumatológicos y pruebas de leucemia, todo ello enfermedades a las que estos menores están muy expuestos por sus habituales condiciones de vida. Junto a Dasha viaja Marina, su hermana mayor, que es acogida por otra familia en Zarautz. También tienen una hermana más pequeña a la que quieren introducir en el programa a partir de este invierno, cuando tendrá la edad necesaria para viajar a Euskadi.

Labor social

Aseguran con entusiasmo que seguirán participando en el programa, cada vez más convencidos de la importante labor social que realizan con la experiencia de cada niño. “Nos gustaría que a través de la acogida, además de mejorar en salud, disfruten de un verano y de unas navidades como deberían corresponder a cualquier niño, libre de otras preocupaciones que el resto del año mantienen y que no debería padecer ningún niño, que a la vez vean que hay otro mundo, que se motiven para estudiar y en un futuro pueda ayudar a su familia”, declaran Belén y Virgilio. Con la acogida pretender hacer realidad el lema de Bikarte: “No podemos cambiar el mundo, pero sí que podemos cambiar el mundo de esta niña”. Se plantean su participación en el programa como un proyecto a futuro. Así creen que han ampliado la familia.

Belén y Virgilio viajaron la pasada Semana Santa a la aldea donde vive Dasha en Bielorrusia para conocer de primera mano la realidad de la niña, sus necesidades y las de su familia. “Nos abrieron las puertas de su casa, contentos de que les visitemos y agradecidos por las oportunidades brindadas a sus hijas durante las vacaciones”. Allí, según cuentan, comprobaron que los medios de subsistencia son mínimos y que las duras condiciones de trabajo de los padres no les permiten, en ocasiones, dedicar el suficiente tiempo o atención a sus hijos, quienes, desde muy pequeños, toman responsabilidades propias de adultos. Con este viaje lograron comprender cómo desde aquí resulta relativamente fácil ayudar con pequeños gestos como llevar agua corriente a algunas viviendas o enviar comida variada. “Ha sido un viaje muy enriquecedor y nuestra idea es repetir el próximo año”, afirma la pareja.

Durante el resto de año mantienen contacto con la familia de Dasha a través del teléfono. Cuando por esta vía no es posible, optan por recargar desde aquí los saldos de los móviles o visitar la página web de los colegios al que acuden los niños y en la que publican las fotografías de su día a día. Coinciden con el resto de familia en la creencia de que, contando su experiencia, “gratificante al 100%”, más familias se animen a formar parte del programa y lanzarse a acoger. A Dasha le encantan las playas, los parques de atracciones, las playas y las tiendas. “Estando aquí conozco a mucha gente y hago muchos amigos”, asegura.

Los estudios de Ros Mª Mar y Luisma son de Portugalete y este es el décimo año que participan en el programa, los seis últimos acogiendo al mismo niño, a Ros, un ucraniano de Orane, en la región de Ivankiv, muy cerca de la central de Chernóbil. Con 16 años, este es el último año que Ros podría participar en el programa, pero sus padres de acogida planean futuros viajes para que pueda estudiar aquí en un futuro. También quieren continuar en el programa de la mano de Ukrania Gaztea con su hermana de 6 años. Mª Mar y Luisma comenzaron a acoger con el fin de colaborar y ayudar en lo que fuera posible y, tal y como cuentan, “no podemos sacar nada negativo de la experiencia”. Ros viene durante 60 días en verano y en las vacaciones de Navidad. Al principio, su adaptación fue complicada, Mª Mar estaba embarazada por aquel entonces de Uxue, que pide intervenir en la conversación con sus padres: “Ros para mí es mi hermano”, dice emocionada. Aunque no han visitado nunca el pueblo de Ros, planean un viaje para Semana Santa. La comunicación que mantienen con la familia biológica del chico es complicada porque no saben castellano, por lo que, a través de cartas, es Ros quien hace de intérprete. También hablan a través de redes sociales y muestran su agradecimiento por hacer que Ros sea uno más de la familia y se sienta integrado. “Él sabe que tiene mucha suerte”, dice Mª Mar, recordando que hay muchos otros niños de su misma zona que no han tenido la oportunidad de disfrutar de los beneficios de pasar un verano fuera de su pueblo. Ros asegura que verano es la época en la que más le gusta venir para poder disfrutar de la playa y la piscina.

Las oportunidades futuras que tendrán estos niños gracias a sus familias de acogida serían impensables en sus lugares de origen. El compromiso de quien se inicia en este proyecto es admirable y las mejoras en la vida y en la salud de los niños que participan son inspiradoras.


¿Se imaginan si Madrid no hubiera estado vaciando las arcas de la sociedad vasca durante los últimos 50 años?

¿Que el dinero gastado por las familias que acuden a ver sus parientes presos, el de las multas a Gara o el requisado en el caso Herriko Tabernak hubiese sido utilizado para apuntalar financieramente la visita de los niños ucranianos y saharauis?

Piénsenlo, porque hasta ahí llega el impacto de la estrategia tardocolonialista de Madrid en Hegoalde.





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