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sábado, 16 de junio de 2018

La Nostalgia Imperial de Albert

Lo hemos dicho nosotros de distintas formas pero que mejor que un maestro de la pluma para dejar bien claro que el españolismo ultra hunde sus raíces más profundas en el fascismo del Siglo XX -y a su vez este en el imperialismo del Siglo XV-, una de las etapas más sanguinarias y retrógradas de la humanidad.

Aquí les presentamos pues este texto dado a conocer por La Marea:


El orgullo de nación se construye obviando la culpa y la responsabilidad sobre los trazos oscuros de la historia de cualquier identidad nacional. El revisionismo y la negación de la memoria histórica construyendo una historia selectiva que incida solo en lo mejor de cada país son preceptos fundamentales del nacionalismo español que nace de la nostalgia del imperio.

Antonio Maestre

A comienzos de Pradial conviene remitirse a Brumario. Decía Karl Marx que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa. Esa es la sensación que el conocimiento de la historia del siglo XX dejan los métodos empleados por Albert Rivera para llegar al poder. La bojiganga patriotera representada con pendones digitales y exaltación chovinista marca el alcance exacto de la tragedia venidera. No se puede esperar de la inanidad ideológica e intelectual de Albert Rivera nada más que la repetición de representaciones del pasado realizando un pastiche con una pátina de modernidad que se parece demasiado a una de las figuras más oscuras de nuestra historia.

Uno de los mitos de la Europa postcrisis es que en España no ha prendido ninguna opción de extrema derecha. Solo la cercanía de los grandes medios de comunicación con Ciudadanos impide que el partido sea catalogado así de forma mayoritaria en la opinión pública. Es debatible si el término científico para denominar a estos partidos es el de extrema derecha, es más extendido el de derecha radical, pero deja poco margen para el debate que la última proclamación nacional-populista de Albert Rivera en la puesta en marcha de su plataforma España Ciudadana esté más cerca de Libertas que de Emmanuel Macron.

Los asesores de Albert Rivera deberían saber que los procesos políticos, los discursos y la escenografía no son exportables. Si intentas plagiar, casi literalmente, el discurso de Barack Obama en la Convención Demócrata de 2004 y trasladarlo a la realidad social española no vas a parecerte al expresidente de EEUU, te pareces más a Unión Patriótica de los años 20. Te pareces más a José Antonio Primo de Rivera. El discurso de Obama era una oda a la diversidad, el de Rivera ha sido un grito a la uniformidad. Un repliegue identitario que busca capitalizar la identidad de España frente la antiespaña.

El líder de Ciudadanos terminó su intervención con un alegato tercerposicionista que intentaba minar cualquier matiz, que buscaba transmitir que los intereses de un empresario y un obrero serán los mismos por el simple hecho de compartir bandera y nación. Un alegato joseantoniano que eliminaba las clases para apelar a la emoción de la patria y que establecía una diferenciación entre buenos y malos españoles, entre ciudadanos que se adhieren a sus formas y símbolos frente a aquellos que tienen otra visión del mundo, del país, y de la vida:

“Cuando viajo por España yo no veo rojos y azules, yo veo españoles. Yo no veo urbanistas o rurales, veo españoles, yo no veo jóvenes o mayores, veo españoles, yo no veo a trabajadores o empresarios, yo veo españoles. Yo no veo a creyentes o agnósticos, yo veo españoles. Por eso, os propongo a todos que a partir de ahora nos pongamos las gafas de la España ciudadana. Unas gafas que permiten unir a la gente. Una visión que no divide sino que une, una visión de la España que suma pero no resta. Una visión de una España futura, que está al llegar, que es la España que viene. Compatriotas, conciudadanos, vamos a por esa España. Vamos a volver a sentirnos orgullosos de ser españoles. Vamos a recuperar la dignidad que nunca debimos perder. Una España de libres e iguales. Ya está aquí la España ciudadana. Únete”.

El 1 de enero de 1935 José Antonio Primo de Rivera hizo una declaración pública a los medios para intentar explicar por qué su proyecto se diferenciaba de los fascismos europeos. Las similitudes discursivas con lo enunciado por el líder de Ciudadanos no son difíciles de encontrar: “Tengo una fe resuelta en la que están vivas todas las fuentes genuinas de España, España ha venido a menos por una triple división, por la división engendrada por los separatistos locales, por la división engendrada entre los partidos, y por la división engendrada por la lucha entre clases. Cuando España encuentre una empresa colectiva que supere todas esas diferencias, España volverá a ser grande como en sus mejores tiempos”.

No habría ningún problema si las complicidades ideológicas entre Albert Rivera y su primo homónimo no pasaran de calcar un discurso falangista ultranacionalista en un momento puntual de exacerbada emoción patria. Sería irresponsable, pero no preocupante para el futuro. El problema aparece cuando es reiterativo en el tiempo y ocupa el vacío ideológico de un partido oportunista con ambición desmedida.

La masa orteguiana

“¿Qué lee para conformar su pensamiento?”, preguntaba Pepa Bueno a Albert Rivera para cuestionarle sobre cómo conforma esa idea del patriotismo civil que contrapone al nacionalismo. “Desde Popper a Ortega”, contestaba Rivera. Lo cierto es que no aclaró qué ha leído de estos autores, más allá de citarlos porque estuvo en un acto de Mario Vargas Llosa sobre su libro La llamada de la tribu, donde el autor peruano habla de ellos. La mención de Rivera a José Ortega y Gasset como referente aplicada al tema que nos concierne es también definitoria.

La doctrina falangista bebía de dos intelectuales: Eugenio D´Ors y José Ortega y Gasset. Preguntado José Antonio Primo de Rivera por el periodista Francisco Bravo sobre la influencia de estos autores, respondió: “No cabe duda que en Ortega están las raíces intelectuales de nuestra doctrina, en especial en este postulado que yo estimo fundamental de la ‘unidad de destino’, para situar firmemente nuestro Movimiento ante los problemas de la realidad española y el futuro Estado”. Pero no es la única premisa del pensador que comparten los antiguos falangistas y el nuevo ciudadanismo. La soberbia intelectual y la división entre clases de individuos está influida por la doctrina de la masa orteguiana expresada en su obra La rebelión de las masas. Para José Antonio existían unas minorías excelentes que debían encauzar a las masas. Ese pensamiento es radical en la conformación de Ciudadanos, tal y como expresaba Félix de Azúa, uno de los fundadores de la formación naranja en los estadios iniciales del partido: “Las masas agonizan de horror vacui cuando no se les da todo muy evidente”.

No pedir perdón por el pasado

El orgullo de nación se construye obviando la culpa y la responsabilidad sobre los trazos oscuros de la historia de cualquier identidad nacional. El revisionismo y la negación de la memoria histórica construyendo una historia selectiva que incida solo en lo mejor de cada país son preceptos fundamentales del nacionalismo español que nace de la nostalgia del imperio. De épocas pasadas gloriosas y de nuevo aspiracionales. “La España que vuelve a liderar el mundo”, dijo Rivera en su mitin patriotero. Pero hubo en su diatriba una frase perdida con una carga simbólica muy importante en un contexto como el español, que tiene miles de muertos sin desenterrar por los crímenes del franquismo: “No tenemos por qué volver a pedir perdón por nuestro pasado y sentirnos orgullosos”, sentenció el lider de Ciudadanos. La construcción de ese discurso también tiene referentes, y no deja en demasiado buen lugar a quien quiere transmitir que su relato es patriótico pero no nacionalista.

La misma construcción discursiva lógica en un entorno de negación fascista fue realizada por Marine Le Pen el año pasado en fechas previas a las elecciones presidenciales francesas. La candidata xenófoba negó en una entrevista la responsabilidad de Francia en las deportaciones a Auschwitz ocurridas en 1942 en el Velódromo de Invierno. Le Pen añadió que estaba cansada de poner en cuestión al Estado francés poniendo énfasis solo en los “los aspectos históricos más oscuros”, algo necesario para culminar con su conclusión: “Yo quiero que estén orgullosos de ser franceses”.

Poco Habermas y mucho Millán Astray

Por inventar, Ciudadanos no ha inventado ni ese intento vano de darle una pátina de modernidad al ultranacionalismo español. Ponerse camisas blancas y banderas patrias en leds mientras se enfunda la camiseta de la selección, que es el equipo ganador de turno, es lo que Manuel Vázquez Montalbán llamaba nacionalcatolicismo pijo. Lo que venía a ser el intento aznarino de maquetar el rancio abolengo de la idea carcundera de la patria franquista echando “purpurina imperial a la cosa”, y poniéndose la camiseta del Real Madrid, que era el equipo que entonces ganaba.

Albert Rivera e Inés Arrimadas han negado muy ofendidos ser nacionalistas. Lo nuestro es patriotismo civil, han clamado. Supongo y entiendo que confundiéndolo con el patriotismo constitucional elaborado por Jürgen Habermas: una teoría elaborada a partir del Verfassungspatriotismus de Dolf Sternberger. Digo supongo y entiendo porque he intentado con mucha insistencia y poco éxito que algún miembro de Ciudadanos responda a las dudas sobre esta confusión.

El complejo nacionalista patrio de los que quieren declararse españoles sin complejos es muy conocido y tiene referentes. Manuel Vázquez Montalbán, que ya analizó todo Ciudadanos habiendo muerto antes de su eclosión, lo narra en su libro La Aznaridad. En octubre de 2002, José María Aznar se sacó de la manga la idea de colocar una bandera enorme, inmensa, como el imperio español de Felipe II de grande, en la plaza de Colón, a la que se rendiría homenaje cada mes. La idea era una reacción a la deriva soberanista del lehendakari Ibarretxe. La enseña, de 294 metros cuadrados, situada en un mástil de 50 metros de altura y 19 toneladas de peso, fue la respuesta reaccionaria del aznarismo al nacionalismo vasco. La propuesta y la puesta en escena del entonces ministro de Defensa, Federico Trillo, propició un cachondeo similar al que provocaron las lágrimas de Marta Sánchez en el acto patriotero de Ciudadanos. La pasada de frenada nacionalista de José María Aznar hizo recular al PP y dejar la bandera ondeando sin acto mensual sacramental de exaltación: “Era mucho más inteligente la influencia de Habermas sobre el PP que el retorno a Millán Astray. El patriotismo según Habermas es una cuestión de gentes racionalmente convencidas y, según Millán Astray, ya sabemos lo que es: ‘¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”.

Para Jürgen Habermas, “el patriotismo de la Constitución significa, entre otras cosas, el orgullo de haber logrado superar duraderamente el fascismo”. La construcción del concepto filosófico político nacía precisamente de la necesidad de asirse a unas ideas contrapuestas a las que precisan enarbolar banderas y apelar a la nostalgia de un pasado mejor. Justo lo contrario que hizo Albert Rivera en su mitin al ansiar “una España que vuelva a liderar el mundo”. El concepto de Habermas estaba precisamente indicado para Estados plurales que precisaran una identidad nacional común. Es antagónico para el filósofo alemán construir una idea de patriotismo constitucional apelando a elementos culturales nacionales preexistentes. Antagónico. Para que Albert Rivera lo entienda: no es posible establecer una idea del patriotismo constitucional con la bandera española detrás de tu atril mientras realizas un discurso que habla de adversarios internos.

La idea del patriotismo constitucional es incompatible con la pretensión de arrogársela un solo partido. Porque la esencia del pensamiento de Habermas implica que tiene que ser compartida y construida por todas y todos. No es patrimonio de nadie ni puede ser liderada por ninguna parte de ese todo. Los intentos por patrimonializar de una manera partidista el patriotismo constitucional se remontan, otra vez, a la época de Aznar. En el año 2001, el entonces presidente del gobierno ordenó a FAES, en aquellos años liderada por Esperanza Aguirre, apropiarse del concepto. Este había sido introducido en España por el senador del PSOE Juan José Laborda, que adaptó al contexto nacional el pensamiento de Habermas tras una conferencia del alemán en Madrid en 1991. El pistoletazo de salida lo dio Esperanza Aguirre en un pregón en Ciudad Rodrigo (Salamanca). La entonces presidenta del Senado afirmó: “Nuestro patriotismo es constitucional, fundamentado en el pleno ejercicio de la libertad de los ciudadanos… Tenemos que reivindicar nuestro patriotismo, que viene de las Cortes de Cádiz… Un patriotismo que no es la nostalgia de un pasado quimérico, ni son las ataduras a mitos que chocan con nuestra razón”. FAES organizó unas conferencias para maquillar su discurso nacionalista con el pensamiento del filósofo alemán en las que participaron una panoplia de importantes intelectuales que ahora se encuentran en Ciudadanos o que estuvieron en su formación, como Francesc de Carreras o Félix de Azúa.

“No puedo imaginarme que el patriotismo constitucional sea una idea de derechas”, dijo Habermas al ser preguntado sobre el uso de su pensamiento por parte del PP. No solo no es nuevo el intento de Ciudadanos por atribuirse la idea del patriotismo constitucional, es que bebe de lo más reaccionario de nuestra democracia y está creado por los mismos ideólogos que lo hicieron durante el aznarato en favor del PP. Se trata, además, de un intento utilitarista de pervertir el pensamiento de Jürgen Habermas para ocultar su nacionalismo español contraponiéndolo al catalán, de un modo que les permita atacar lo más tóxico del pensamiento nacionalista atribuyéndoselo a los otros, al adversario, mientras ellos patrimonializan los réditos populistas del pensamiento identitario. Ellos, nacionalistas; nosotros, patriotas. Creerse Habermas, ser Millán Astray.





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