Un blog desde la diáspora y para la diáspora

lunes, 5 de febrero de 2018

Dos Goyas Secuestrados

Uno de los momentos más bochornosos en la historia de la entrega de galardones cinematográficos se vivió durante la ceremonia de los Oscar de 1999 cuando la persona designada para entregar la estatuilla de Mejor Película Extranjera fue nada más y nada menos que Sophia Loren. El mensaje estaba claro, había ganado la empalagosa fantasía pro-sionista de Roberto Benigni. Lo que siguió fue aún peor, con un Benigni comportándose como un patético bufón, queriendo congraciarse con sus amos de Hollywood, amos que quisquillosos, finiquitaron la carrera de Benigni esa misma noche. La película significaría para el mediocre comediante italiano tanto su debut como su despedida, el burro había tocado la proverbial flauta... pero era al mismo tiempo ese flautazo se convirtió el último canto del cisne, afortunadamente.

El episodio nos enseñó que la industria del cine, misma que disfruta retroalimentando a sus propias vacas sagradas, podía ser abiertamente cínica. Así que hace un par de meses, cuando se anunciaron los candidatos a los premios Goya, muchos de los cuáles apuntaban hacia el filme euskaldun Handia, nos asaltó la duda con respecto a sus verdaderas posibilidades, dado el encono por parte de los españolitos en contra de todo lo vasco. A pesar de nuestra suspicacia todo parecía ir bien... hasta que hace unos cuantos días las actrices y directoras españolas se montaron en el furgón de cola del tren que lleva como maquinista a la infumable Oprah Winfrey. Sospechosamente calladas tras estallar el escándalo de Harvey Weinstein de pronto sacaron a relucir el tema. El escenario estaba servido.

El asunto era claro, los galardones importantes no serían otorgados a la película que los merecía, no, el ramplón feminismo burgués se prestaba como arma arrojadiza en contra de la producción fílmica vasca y tanto la dirección como los papeles protagónicos de Handia recaían en varones. Lo políticamente correcto iba a prevalecer sobre la creación artística.

Y así fue.

Desde este blog respondemos a las cuestionantes presentadas en esta reseña dada a conocer en Noticias de Gipuzkoa:


Harri Fernández

Dos mundos que chocan, uno que se queda atrás y otro que empieza a emerger: El entorno rural y las nuevas fronteras a través de los ojos de nuestro John Merrick particular. De eso es de lo que trata, entre otras cuestiones, Handia, y esos dos mundos son encarnados por los personajes de Eneko Sagardoy y Joseba Usabiaga. En definitiva, se trata del avance del tiempo, la evolución de la sociedad y el descubrimiento de nuevos horizontes. Desde el sábado todo el mundo tiene claro que existe un nuevo horizonte hacia el que mirar: la industria cinematográfica vasca.

Los diez Goyas que viajaban ayer de Madrid hacia Euskal Herria no hacen más que confirmar una tendencia. La trayectoria iniciada con películas como Loreak o Amama y ahora culminada con Handia, demuestra que se puede hacer muy buen cine que nace desde una sociedad muy pequeña para un público generalista, y en un idioma para nada mayoritario como el euskera.

Cuando se estrenó Handia en el Zinemaldia ya dije que no debíamos dejar que la magnitud del bosque nos impidiera ver los árboles, que no debíamos dejarnos alumbrar por las luces del éxito y teníamos que mirar más de cerca, a todos esos profesionales que han conseguido que el Gigante de Altzo crezca aún más.

Se ha explicado ya muchas veces que el filme es un empeño personal de uno de sus directores, Jon Garaño, que insistió una y otra vez a sus compañeros de Moriarti para sacar adelante el proyecto. Si no lo hubiese hecho, esta obra no hubiese servido como escaparate al mundo. Handia es hoy el mayor exponente de lo que es capaz de hacer esta sociedad, de todo lo que somos capaces de lograr aquí, tanto a una escala grande como a una más pequeña. Desde la capacidad de quien da puntadas para el diseño de vestuario pasando por quien dedica horas en la sala de montaje a darle ritmo a una película, hasta llegar a los responsables que marcan las pautas del qué, el cómo, el cuándo y de qué manera.

Handia goza de una factura técnica estupenda, tal y como atestiguan todos los cabezones recibidos. Por lo tanto, desde el sábado la única duda que me queda es la de saber por qué la Academia no ha reconocido también a la película en su conjunto y a sus directores, teniendo en cuenta, precisamente, que son estos los que marcan por dónde debe ir cualquier cuestión técnica, así como de actuación. Son ellos los que tienen la visión y la que la plasman en la obra.

No se equivoquen, aunque técnicamente me guste mucho, todo el que me conoce sabe que Handia me parece que está lejos de ser perfecta. Es más, creo que caer en la autocomplacencia social lo único que haría es perjudicar en primer lugar al propio filme, luego al sector cinematográfico vasco y, por último, a la propia sociedad. No obstante, me sigue extrañando la elección de Isabel Coixet y su edulcorada La librería -mucho más que la novela de Penelope Fitzgerald- como Goya a la Mejor Dirección y a la Mejor Película, teniendo en cuenta que la tendencia de toda la gala era otra. La propia Coixet, cuando subió al escenario a recoger el galardón por Mejor Guion Adaptado, reconoció con cierto humor que pensaba que se iba a ir de vacío de la gala -solo recibió los citados tres premios-.

Lo que llama la atención es que los académicos hayan sido tan valientes de premiar con todo lo premiable a Handia, convirtiéndola en la tercera película con más premios Goya de la historia -detrás de ¡Ay, Carmela! y Mar Adentro-, y a la hora de la verdad hayan apostado por un filme mucho más convencional. Se entendería más, quizá, si se hubiesen premiado otros aspectos de La librería o si los fantásticos Emily Mortimer o Bill Nighy hubiesen sido galardonados.

Sea como fuere, está claro que Handia ha conseguido que un concepto tan subjetivo como la grandeza haya adquirido un valor cuantitativo: un premio especial del jurado en un festival de categoría A, más de 100.000 espectadores y, ahora, diez Goyas, no hacen sino demostrar la calidad y la salud del cine vasco. La película de Garaño y Arregi ha conseguido darle la vuelta al aforismo: el pez pequeño sí que puede comerse al grande. Y en nuestro entorno hay un banco con muchos de esos peces pequeños.






°

No hay comentarios.:

Publicar un comentario