Implacable, desde su espacio habitual en La Jornada, Hermann Bellinghausen hace cera y pabilo de las élites mexicanas que en días recientes se mostraron elegantemente serviles ante el príncipe borbónico franquista y su esposa.
Bellingausen aprovecha para tocar dos temas de los que nos hemos ocupado en este blog, mismos que tienen como hilo conductor al aprendiz mexicano del inquisidor Baltasar Garzón; César Flores Rodríguez.
Aquí en este blog no nos cansaremos de denunciar a César Flores, tanto por el papel jugado en el proceso de extradición a los seis refugiados políticos vascos de la fársica Operación Donosti como en su grotesco actuar para dotar con la más completa impunidad a los autores intelectuales de El Halconazo en 1971.
Adelante con la lectura:
Cortesanos
Hermann Bellinghausen
Los hemos visto revolcarse en su Neverland de calumnias y cuentos chinos de importación (hasta ese monopolio detentan, digo, el chino), disponer de la riqueza pública con un afán de lucro sin llenadera, hacer de la ilusión de sus electores democráticos un cucurucho para las trompetillas. Sus performances, aunque mediocres, han saturado el mercado de las noticias, además de mantener boyantes a los publicistas. Ahora nos regalaron otra joya del comportamiento público al adoptar su literal papel de cortesanos.
Hemos de saber que a casi dos siglos de la Independencia, las elites nacionales aún se apantallan hasta la pleitesía con la corona española, esta ocasión en la persona del heredero al (digamos) trono, a su paso por nuestro país. Ante tal entusiasmo, exhibido puntualmente por los medios impresos y electrónicos, uno se pellizca para convencerse de que no está soñando.
La cosa fue en serio. También los intelectuales oficiales y transexenales acudieron jubilosos a los saraos en honor de los príncipes de Asturias. Era cosa de ver a los hijos del liberalismo mexicano trotando a paso redoblado al encuentro con don Felipe y doña Letizia, no se fuera a hacer tarde.
¿O todo es un cuento de hadas, con portadas en Hola y un rating encantador? La ''pareja presidencial'' no desperdició la oportunidad de arrimarse a la fotogenia de los nobles visitantes yendo a misa, de paseo o en animada tertulia.
Entre las mil anécdotas, un detalle: la primera dama obsequió a la nueva prinzesa un bolso y una mascada con ''motivos huicholes'' (pero de boutique, conste; los wixárika ni se enteraron allá en sus cerros de Jalisco y Nayarit). Doña Letizia lució las rojas y lucidoras prendas casi de inmediato, para que vieran que le gustó el presente. Como dijera algún diario de los llamados nacionales, ''qué detallazo''.
En un país lejano que, qué chistoso, también se llama México, la seguridad social iba en picada, los escándalos financieros se sucedían al ritmo de La Boa del Fobaproa, el Congreso preparaba nuevas traiciones al pueblo que lo eligió y la investigación por los ''crímenes políticos del pasado'' gozaba de un pasajero flashazo publicitario que culminaría en la renovación de la carta blanca a la impunidad, pues es vitalicia. Eso sí, los marginados eran casi 20 por ciento menos por órdenes del Banco Mundial.
En tanto, embajadores, banqueros, industriales, escritores, comerciantes, socialités, legisladores, jefes de partido y funcionarios corrían a brindar y retratarse con el heredero de la corona española y su televisiva cuanto distinguida esposa.
Sin abundar aquí en la discutible legitimidad de tal corona en un Estado español francamente republicano a pesar de los Juan Carlos y los Aznares, nuestras elites y autoridades se desvivieron en mostrarnos esa debilidad monárquica que se acecha en el alma de los conservadores mexicanos, inmune al paso de los siglos.
Bueno, eso de la monarquía ornamental es un tema que eluden hasta los ciudadanos españoles. Tal vez no hay que exagerar. Fuera de que la realeza sale cara, ¿acaso importa? Luego éstas pobres gentes de la elite local: hacen vida social, para eso están. Que salgan en la foto. Que los ricos se codeen con los famosos. La vida es un coctel. A qué invocar las formas políticas, si ya perdieron contenido.
Quién que es no anhela participar en algún episodio de la interminable luna de miel de los príncipes, y tener miga de sobremesa en banquetes y ceremonia por venir. Siempre habrá más ''recepciones'' en la agenda de los parásitos felices de la nación. Pero pocas con reyes y reinas de carne y hueso. ''¿Te fijaste qué enterado y desenvuelto ese este muchacho, el futuro rey de La Zarzuela?''. ''Deja tú. Conocía mis novelas al dedillo''.
Desde allí no queda lejos admitir en los programas educativos que la historia de México empieza con la llegada de los conquistadores; extraditar a los vasco-mexicanos que exige España; vejar en Guadalajara a ciudadanos mexicanos y españoles, y triturar a unos y otros bajo una misma aplanadora de ninguneo informativo. Proteger con el dinero del pueblo mexicano las deudas (o nerviosismo financiero) de la banca española (entre otras), dueña de una parte grande de la banca ''nacional''.
No resta sino suponer que los príncipes se sintieron a gusto en México. En pocas partes les hacen tan bonita la corte, tan agradable.
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