Un blog desde la diáspora y para la diáspora

sábado, 20 de septiembre de 2025

Egaña | Transmisión

La importancia del relevo, de que alguien esté dispuesto a tomar el testigo para llevarlo durante el siguiente tramo, es analizada por nuestro amigo Iñaki Egaña con este texto que ha publicado en su cuenta de Facebook:


Transmisión

Iñaki Egaña

La Carta de los Derechos de Euskal Herria, divulgada por Udalbiltza que fue criminalizada en 2003 por el sempiterno Baltasar Garzón en tiempos de José María Aznar, el capo de las Azores, fue una maravilla. Más de 20 cargos electos, que salieron absueltos en el juicio celebrado en 2010, habían sido imputados por un proyecto que el fiscal llamó “Construcción Nacional de Euskal Herria”, amparado por aquel paraguas tan enorme que cubría desde la Bardena hasta las Encartaciones: “todo es ETA”. Unos meses antes de su detención, los electos de los siete territorios vascos dieron luz a la citada Carta. Entre sus requerimientos, uno transversal a todos los capítulos: el derecho a la transmisión: “Euskal Herria tiene derecho a expresar su cultura y señas de identidad. Tiene derecho a expresar y transmitir su arte, historia y cultura, contribuyendo de ese modo al patrimonio de la humanidad”. Asimismo, el euskara se citaba como vehículo de transmisión y al currículo educativo se le daba asiento prioritario. Mientras tanto, desde aquella amplia mediática caverna madrileña, se lanzaban arengas contra lo que decían “adoctrinamiento” en las ikastolas, a la sombra de argumentos franquistas. Por lo visto, conocer que el Zadorra o el Errobi eran afluentes de nuestros ríos, que Aiztandi u Ogoño eran cabos en la costa vasca o que Txamantxoia o Gorbeia era elevaciones cercanas, rallaba la delincuencia. Para explicar la geografía ya estaban asentados el Pisuerga y el Guadarrama, Tarifa y Gata o el Mulhacén y los montes de Toledo.

Cualquiera que no viviera aquella época, bilógica o intensamente, pensará que esa reivindicación de Udalbiltza era un anacronismo. Las sociedades modernas de Occidente tienen suficientes mecanismos para recuperar el pasado, también el simbólico, y transportarlo a las nuevas generaciones. Pero, en ese comienzo del siglo XXI, los estrategas de la información habían diseñado un apartado especial para evitar esa transmisión necesaria en cualquier sociedad para acarrear valores e identidades. Ilegalizadas buena parte de las asociaciones y partidos más activos del espectro vasco, en lo que fue relatado como la batalla definitiva para desactivar a la disidencia y al independentismo, cortar el cordón umbilical se convirtió en tarea preferencial. Una actividad de manual de contrainsurgencia: “Ahogar al bebé en su propia leche”, evitar precisamente la transmisión, sin dejar crecer al neonato o cuando lo haga rompiendo los vínculos con su comunidad. En otra escala, obviamente, pero algo así como Israel realiza con los niños y adolescentes palestinos. Hacerlos desaparecer para que no halla continuidad generacional, ni siquiera en los cementerios.

Durante siglos, en particular en la Euskal Herria rural, la transmisión fue oral. Mitos, leyendas y crónicas moldeadas que algunos viajeros extranjeros describieron con sus plumas tintadas. La elite que pasaba al papel el mundo real y el simbólico, se concentraba en los conventos y la expansión de las ciudades abrió la espita a otros mundos. Los arrantzales nos trajeron la diversidad cultural del planeta que adaptamos a nuestra medida. Nada fuera de lo habitual en otros lugares. Sin embargo, cuando surgieron los estados-nación, la transmisión autóctona se volvió peliaguda. Madrid y París impusieron su narrativa y aquel hecho natural anterior de transmisión se convirtió en una actividad defensiva, de reafirmación nacional. Los unos con la fuerza del poder, los otros con la de la cohesión comunitaria. Este último, un factor que desdeñaron los chauvinistas modernos que construían sus dos estados a golpe de sable. Por ello, la pelea se concentró, en educación y cultura: el anillo en las escuelas, la construcción de mitos hispanos y franceses, la nación periférica como región. las prohibiciones sistemáticas. En casa y en tiempos de derrota, regresó la continuidad de la oralidad como eje de transmisión. Las mujeres difundieron el descalabro, oralmente, pero no con signos de capitulación. La sociedad estaba acogotada, en el exilio, en prisión, en las cunetas. Ellas transmitieron lo que habían heredado de sus antepasadas. Fue algo así como un reseteo… y a la trinchera de nuevo.

Así, cuando una nueva generación acudió al rescate de las señas de identidad patrias, la formación de todos esos apartados que 40 años después describiera la Carta de los Derechos de Euskal Herria, se convirtió en una obsesión. A modo de ejemplo, mientras Txabi Etxebarrieta convocaba una manifestación en Gernika denunciando el bombardeo, minoritaria y apaleada, su hermano José Antonio ultimaba su trabajo: “Vientos favorables, Euskal Herria 1859-1959)”. Surgieron módulos de estudio clandestinos, una universidad de verano en Ipar Euskal Herria, centros de lectura de libros prohibidos (Ortzi, Fanon, Marighella, Oloriz, Krutwig…), hasta la llamada Academia Errante impulsada por Ángel Cruz Jaka.

¿Qué contar de época posteriores? La obsesión por la transmisión, tanto escrita como oral, se trasladó a las organizaciones disidentes del sistema centralista, incluidas las organizaciones armadas que tuvieron presencia en Euskal Herria en la década de 1980: Iparretarrak, Comandos Autónomos, ETA, incluidos cursillos para conocer la crónica vasca levantisca. Hasta época bien reciente. Entre las organizaciones independentistas civiles, esos cursillos fueron también habituales, así como los textos y talleres de pre-militancia. Hasta que llegó la Doctrina Garzón del “todo es ETA”, y la transmisión revolucionaria volvió a las catacumbas.

Por eso, el reciente impulso de rescatar nuestra narrativa -robada o prohibida- a través de iconos del (in)consciente colectivo vasco -Txiki y Otaegi entre ellos- tiene un valor adicional cuando se realiza, como en este caso, por jóvenes cuyos padres probablemente ni se conocían cuando los fusilamientos de 1975. Un golpe de adrenalina para quienes ya vemos más cerca el ocaso biológico particular, tras comprobar que hay mimbres para continuar aquello que comenzaron nuestros recordados pioneros.

 

 

 

° 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario