Les compartimos el comentario de nuestro amigo Iñaki Egaña con respecto a la postura oficial del gobierno de la CAV con respecto a 'Txiki' y Otaegi, víctimas del terrorismo de estado español de las que se han hecho recientes declaraciones que ponen sobre la mesa lo más repulsivo del relato españolista.
Adelante con la lectura:
Pancartas
Iñaki EgañaEl periodo estival parece falto de noticias y, por ello, alguien inventó el término “serpientes de verano”. La verdad es que estos dos meses han rebasado cargados de acontecimientos, lo suficientemente dramáticos como para obviar las frivolidades. Pero parece que la costumbre llegó para quedarse. Los de siempre han estado especialmente activos, con temas relacionados con presos, el comodín eterno de la séptima letra del alfabeto griego, pancartas y lugares festivos. Nada nuevo, lo que también demuestra la poca imaginación que poseen los dueños de las letras escritas y los foros televisivos. Como dicen los andaluces, “no se les puede pedir peras al olmo”. Aunque quizás, en esta ocasión han renovado el repertorio, tirando de aniversarios, los 50 años del recuerdo de los fusilamientos de Txiki y Otaegi, y han avivado, de paso, las emociones de la caverna. Podrían haber hecho una relectura de la dictadura, de los crímenes de Franco, de cuya muerte también se cumplirá en breve medio siglo, pero han seguido fieles a la misma monobenzona que utilizó Mikel Jackson para aclarar su piel, el blanqueo de su tiempo y la criminalización de quienes se opusieron a la dictadura. Acompañados por otro grupo, opositor a aquella tiranía, hoy acomplejado para no despertar a la bestia, como si alguna vez hubiera hibernado.
Asombrosamente los carteles sobre Txiki y Otaegi, al igual que otros de distinto espectro, se han convertido en pancartas de “apoyo a ETA”. En entrevista en el Vocento donostiarra, el habitual experto en la séptima letra del alfabeto griego, afirmaba que “ha vuelto el debate abierto por la aparición de pancartas de apoyo a ETA en las fiestas”, para luego preguntar a la sucesora de Alfredo Retortillo en la viceconsejería de Derechos Humanos del Gobierno de la CAV, “¿Las ha visto?”. La respuesta es rebuscada, pero como era de esperar no se atreve a dar un sí. En su lugar, “Mi rechazo lógicamente es total y absoluto a las pancartas, a los carteles”. ¿A qué, a cuáles se refiere? Pues mi impresión es que a todo lo reivindicativo. Supongo que descarta todas esas pancartas, anuncios, spots y publicidades que jalonan en particular nuestros espacios festivos, especialmente los institucionales. Los nombres de los espectáculos de antaño han desaparecido para dar paso a espónsores, sin importar su trastienda. Pero en fin, eso es otra cuestión.
Al hilo de las pancartas sobre Txiki y Otaegi, uno que tiene buena memoria, cultivada con miles de papeles que acogotan las estanterías de mi biblioteca, quisiera recordar precisamente aquellas inscripciones de cuando se produjeron los fusilamientos. El primero de octubre de 1975, el dictador llamó a un acto de reafirmación en la plaza de Oriente madrileña, donde se abrazaban hasta un millón de españoles de buena fe. Se trataba de un acto de desagravio porque, en Europa, los ciudadanos honrados habían salido a la calle a protestar contra la dictadura. Incluidos gobiernos que retiraron a sus embajadores. Con la excepción de Washington, inmovilismo histórico, que a través de Henri Kissinger, dos años antes nobel de la paz, afirmó “ni tomamos posición, ni condenamos, ni deploramos ni queremos decir nada al respecto”. El escenario de la Plaza de Oriente estaba repleto de pancartas. Pueden consultar las hemerotecas si mis letras les confunden: “Más ejecuciones", "Los extranjeros son unos hijos de puta y unos cornudos", "Después de Franco Juan Carlos, franquismo siempre", "No somos muchos pero somos machos", "De una puta y un gitano nace un guipuzcoano". La prensa tampoco se quedó atrás. El diario Arriba editorializaba el mismo día: "Las prostitutas de Lyon solicitan al Santo Padre la inmediata excomunión del Jefe del Estado español. Hasta el momento se ignora si las prestigiosas prostitutas de Lyon han redactado el telegrama en nombre propio o en el de sus numerosos hijos instalados ya en altos puestos políticos de la Europa del milagro".
Con buen criterio, me dirán que cada acontecimiento hay que ubicarlo en su contexto particular y general. De acuerdo. Pero el latiguillo aplíquenlo con traslación universal. Y recuerden que se han enrocado en convertir a dos víctimas en verdugos (utilizando el término “victimario” que queda asociado a estándares internacionales). Víctimas por partida doble: nacidos en una dictadura criminal y fusilados por la misma. El contexto. Hobsbawm lo explicaba con sencillez: hay que comprender las continuidades y rupturas que vinculan el ayer con el hoy. Y, por lo que intuyo, pocas rupturas hispanas con el pasado. Al hilo. ¿Por qué traigo a colación aquellas pancartas? Por una razón simple, que algún lector avispado ya habrá adivinado. Con un léxico más propio de 2025 que de 1975, los mismos rótulos se encuentran por doquier, desde la prensa escrita hasta las redes sociales. Xenófobos, machirulos, monárquicos, franquistas, autoritarios, criminales, chulapos de pedigrí (“me gusta la fruta”)…
Por eso me asombra tanta tozudez en el tema de las pancartas festivas y la campaña mediática para eliminarlas. Hay carteles de distinto signo y a uno le gustarán más los cercanos a sus posiciones que los lejanos. Cultura popular. Unos y otros sabemos que es mentira eso de que se trata de “carteles de apoyo a ETA”. Si lo fueran sus autores ya estarían en prisión. Centenares de antenas monitorizan hasta el último rincón de los recintos festivos. Convertir los reivindicaciones de los derechos de los presos en apología no tiene ni pies ni cabeza. Y ahí rescato las palabras de 2011 de González Pons, vicesecretario de Comunicación del PP, en la Conferencia de Aiete: "Los extranjeros que vienen a una supuesta conferencia de paz en el País Vasco realmente no tienen ni puñetera idea del país en el que se encuentran". El texto de Aiete lo rubricaban dos expresidentes de Estado, por cierto uno de EEUU, y un exsecretario general de Naciones Unidas. Pero parece, parecía, que desde la concentración de la plaza de Oriente, apenas habían pasado unas semanas.
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