Nuestro amigo Iñaki Egaña hace coincidir en este texto pasado y presente, arte cinematográfico y deporte, posturas éticas y no tan éticas.
Lean ustedes:
Los que llegan tarde
Iñaki EgañaRecordarán la película Braveheart, una mítica cinta que recogía la vida de William Wallace, héroe de la primera guerra de Independencia de Escocia. Mel Gibson interpretó el papel estelar con, a decir de los expertos, múltiples errores históricos. Pero como producto de la ficción histórica, a los que no somos duchos en esas etapas, nos sirve, como también a los escoceses, molestos o no con el producto por razones diversas, para expandir por el mundo su ansia independentista. Hay ejemplos más cercanos, como Operación Ogro de Gillo Pontecorvo, con un final desastroso desde la objetividad de los hechos, pero que sirvió, en su tiempo, para difundir la causa vasca.
En un escena de Braveheart, en la que aparecen un grupo de nobles escoceses que debaten entre el apoyo a las fuerzas independentistas o en renovar su alianza con la corona británica, un padre manifiesta a su hijo que su intención es la de seguir a los sublevados contra Londres. Por el contrario, el hijo apuntaba en la dirección contraria, mantendría su lealtad a la corona de Eduardo I. ¿Y eso?, se preguntaron algunos de los linajes. La respuesta del hijo fue reveladora. Gane quien gane, la familia permanecerá unida y nos podremos unir al bando vencedor.
La cinta, ficcionada y con sus anacronismos, me han transportado a otras situaciones pretéritas y al presente. No repetimos estereotipos históricos, pero somos cansinos en las reiteraciones. En el pasado, a veces no tan cercano, los ejemplos son bien numerosos. Desde el siglo XVI, los principales textos de las instituciones vascas prohibían la esclavitud, pero en la práctica, jauntxos y adinerados poseían esclavos, evitando con artimañas fueros y decretos de juntas. En el Estado español, simultáneamente, se prohibía esclavizar pero no así la trata y venta de personas, a fin de cuentas esclavos. La abolición legislativa en Spain llegó en 1837, pero no así para sus colonias (Cuba, Filipinas, Puerto Rico). Ni siquiera la Constitución de 1812, leída hoy por los constitucionalistas actuales como el origen democrático de la hispanidad actual, fue capaz de abolir la esclavitud. El Estado francés no la derogó hasta 1848, a pesar del intento de la Revolución de la Guillotina de 1794.
Con el sufragio para las mujeres, algo parecido. Indalecio Prieto y Julián Besteiro, dirigentes del PSOE, se abstuvieron cuando en 1931 las Cortes españolas decidieron apoyar por mayoría el otorgar el voto a las mujeres: 161 votos a favor, 121 en contra y 188 abstenciones. Temas como el aborto, las libertades civiles, los matrimonios homosexuales… han tenido un recorrido similar. Durante años, incluso siglos, algunos se opusieron a los avances sociales, a la igualdad entre semejantes, uniéndose a última hora a la ola mayoritaria, transmutando y normalizando su aurea retrograda. Ejemplos recientes los tenemos a patadas, con guetos que irán cayendo. Los alardes en la Gipuzkoa fronteriza son modelos que explican que la intransigencia no se da únicamente en parajes lejanos, como Afganistán o Arabia Saudita, sino también en casa.
Entre todas estas anotaciones, la ascensión del nazismo en Europa y la expansión imperial de Japón en Asia fueron el paradigma. La mayoría de estados llegaron tarde a censurarlo. En Berlín, participaron en las Olimpiadas preparadas para exaltar a Hitler, lavándole la cara al dictador. Minimizaron las alternativas organizadas en Barcelona por comunistas y anarquistas y únicamente reaccionaron cuando fueron atacados en su territorio, después de abandonar a la República Española con el vergonzante Comité de No Intervención.
En estas semanas, se han producido diversos hechos que nos explican visualmente esa doble jugada para competir en ambos bandos, como en la escena citada de Braveheart, a la espera de quién resulte vencedor. A los “betikos” (en su significado más amplio), el cuerpo les pide mantener su postura hasta la eternidad. Llegará el momento que caerán, que se sumarán a la avalancha reformadora e igualitaria, pero mientras tanto seguirán firmes en su postura como lo hicieron sus refrentes históricos. Aquellos que se negaron a aceptar el matrimonio homosexual fueron los primeros en llegar a los juzgados o notarios para sellar el propio. Los que enviaban a sus hijas a abortar a Baiona o Londres, mientras encarcelaban a las pioneras de Basauri, se arrimaron a las clínicas de Bilbao o Madrid, al aprobarse la nueva ley que habían votado en contra.
Con motivo de las protestas a la llegada de la Vuelta Ciclista de España a Bilbo, los portavoces jeltzales (ETB, Aburto, Mediavilla, Zupiria…) han clamado al cielo. La marca Basque Country ha sido maltratada internacionalmente, como si ya no lo estuviera con otros motivos de igual o mayor envergadura (muerte por un disparo de la Policía Autónoma de Iñigo Cabacas en el Atheltic-Schalke 04, muerte del ertzaina Inocencio Alonso en el Atheltic-Spartak, apaleamiento de Amaia Zabarte en el Real Sociedad-PSG…). Al parecer, estos últimos son temas invisibles y el genocidio de Palestina un tema menor. Lo acaba de repetir Joseba Diez Antxustegi, vocero del PNV en la Cámara de Gasteiz: hay que sacar el genocidio palestino de la agenda vasca. ¿Por qué? Porque los jeltzales, nadan, como es habitual, a dos aguas. Sus militantes de base en las concentraciones contra el genocidio y su elite a favor de Israel. CAF, SAPA, Ertzaintza, Tecnalia, Iberdrola… haciendo bueno aquel informe del Gobierno de la CAV de hace cinco años: “Israel constituye un socio preferente”. Hace unos días, el mismo Gobierno dirigido por Imanol Pradales acaba de ampliar un año más el contrato con la israelí Attenti Electronic Monitoring para el control telemático de los encarcelados en prisiones de la Comunidad Autónoma, incluidos los presos políticos que hasta hace poco estaban dispersados por las cárceles españolas y salen regularmente con permisos de trabajo. Cuando la tortilla de la vuelta, la dirigencia jeltzale, como es habitual, se recolocará en la parte superior de la misma.
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