Les compartimos este excelente editorial que Naiz ha publicado en memoria de las víctimas del terrorismo español Jon Paredes 'Txiki' y Ánjel Otaegi:
Txiki y Otaegi, dos siluetas que revelan los senderos de la lucha colectiva por la libertadHay momentos en la historia de las naciones en los que sobre los hombros de unas pocas personas recae todo el peso de las ambiciones colectivas. En contextos de opresión, tanto por lo que hicieron ellos y ellas como por lo que les hicieron, esas personas se convierten en símbolos que concentran valores, deseos y tragedias muy por encima de los que una persona puede sobrellevar.
En ese sentido, Txiki y Otaegi condensan el signo de los tiempos que les tocó vivir. En 1975 confluyen, por un lado, la decadencia adaptativa del régimen franquista y, por otro, la efervescente lucha por la independencia y el socialismo de Euskal Herria. Los militantes vascos son hijos e hijas de esa confrontación, igual que los gudaris del 36 lo fueron del bombardeo de Gernika. Negar ese legado común y reescribir la historia en pedazos adaptados a relatos de parte o a intereses partidistas es un error histórico y político. Y una terrible injusticia para con aquellos jóvenes.
El testamento de Txiki, que GARA ha recuperado estos días, refleja una serenidad, una convicción y una madurez impresionantes para alguien de su edad, y para cualquier persona condenada a muerte. Ese testimonio lo vincula con los militantes de las luchas por la liberación nacional de la época, desde los rebeldes del Moncada hasta Patrice Lumumba. También con la recientemente fallecida Assata Shakur.
Por sus orígenes extremeños y por su militancia en ETA, Jon Paredes Manot encarnaba como nadie la definición de pueblo trabajador y de ciudadanía vasca que sintetizó José Miguel Beñarán Argala. Dinamitaba el dogma sobre el racismo intrínseco del proyecto nacional vasco. Eso, junto a la épica desplegada cuando él y Anjel Otaegi fueron fusilados, en medio de una fuerte represión y de grandes protestas en todo el mundo, los convirtió en el símbolo que son.
Siguiendo con el testamento, no se puede saber qué pensarían aquellos jóvenes de la situación política actual, pero no hay duda sobre lo que demandaban entonces: Estado vasco y socialismo. Los que estaban contra ese pensamiento entonces, también los que renegaron de él después, menosprecian el compromiso de aquellos jóvenes contra la dictadura. Renunciar a esa genealogía de lucha tiene un coste, lo asuman o no. Lo que no pueden pretender es que el resto del país le dé la espalda a quienes más hicieron contra la opresión y en la defensa de Euskal Herria.
El colmo de la desfachatez es comparar a los militantes de ETA con Melitón Manzanas y Carrero Blanco. En la sociedad vasca, nadie que no tenga un interés particular, una herida personal o que no sea un fascista y un cínico, compra semejante patraña.
Perderán la batalla del relato; su guerra es otra
El intento por imponer ese relato falaz se ha topado con una respuesta popular implacable. Se han reactivado con éxito los mecanismos de autodefensa intelectual y política de la nación vasca. Se ha impulsado la transmisión, el legado de aquella lucha y el orgullo comunitario. Ayer se comprobó en Iruñea.
Ahora bien, esta estrategia tiene otro efecto: se utiliza para bloquear las opciones de cambio político. Por eso representantes de PSOE y PNV se empecinan en distorsionar y negar la legitimidad de la lucha antifranquista, para justificar su interés en que los herederos políticos de aquella lucha, el independentismo de izquierdas, no alcance democráticamente el poder. Claro que ni PNV ni PSOE han tenido empacho en pactar con los herederos de Franco.
Pueden retrasar ese cambio, pero solo a costa de hipotecar el país. La memoria justa y rigurosa no solo sirve para entender el pasado, sino para proyectar un futuro mejor. En Euskal Herria ese cambio sigue el sendero que marcaron Txiki, Otaegi y el resto de luchadores y luchadoras por la libertad y la justicia.
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