Un blog desde la diáspora y para la diáspora

sábado, 11 de enero de 2020

Bowling for Torreón

"Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos".

Lo anterior resume en gran medida todos los males que aquejan a la sociedad mexicana por haber tenido la mala fortuna de que su territorio nacional colinde con un imperio que como un cáncer ha terminado por hacer metástasis al sur de su ahora fortificada frontera.

En su angustia por la escala móvil social, amplios sectores poblacionales en México han dado por imitar en todo lo posible a los estadounidenses, más para mal que para bien.

Ahora, el país ha vivido su segundo episodio de violencia escolar generada por un alumno y llevada hasta sus últimas consecuencias. En una nación en la que quienes practican o son seguidores del football (se le conoce como futbol americano y se le llama así para distinguirlo y distanciarlo del futbol original, denominado soccer en Estados Unidos y pambol en forma discriminatoria en México, denominación que ya en sí demuestra sumisión ante la idea colonialista de que América es solo Estados Unidos) se sienten superiores al resto de los mexicanos ya se podrá uno imaginar como son las cosas en los centros educativos para las élites que son moldeados en base a los centros educativos estadounidenses.

Y si encima a eso le agregamos el supremacismo eurocentrista tan presente desde la colonia, pues podemos entender por ejemplo, porque el centro educativo en cuestión se llama Instituto Cervantes, solo para agregar al revoltijo de ideas y dogmas.

Pronto han surgido las voces que como en Estados Unidos buscan culpar a alguien sin detenerse a considerar ni por un momento las dinámicas sociales sujetas al neoliberalismo. Las redes sociales se han decantando entonces por dos vertientes, la que dice que la culpa la tienen los videojuegos... y la que responsabiliza a la "cultura de narco", esa que normaliza la violencia generada por los grupos delictivos mediante series de televisión, películas, moda de vestir y canciones.

Claro, inmediatamente los sectores más reaccionarios han aprovechado para volver a poner sobre la mesa lo que ellos piensan es la panacea: operativo mochila segura, o sea, la revisión diaria de las mochilas de niños, adolescentes y jóvenes, medida que para la ONU es lesiva de la intimidad de los menores de edad, intimidad que por cierto, ya es violada de muchas otras maneras en la sociedad globalizada actual.

Así que mientras son peras o son manzanas, aquí les dejamos con este texto publicado por Tercera Vía:


Juan Orol

En abril de 1999, Eric y Dylan asesinaron a doce compañeros y a un profesor en una secundaria de Colorado. Hirieron, además, a una veintena de jóvenes. Después se suicidaron. Dejaron tras de sí una estela de dolor e incomprensión. ¿Por qué unos chicos normales pueden hacer tanto daño, sin previo aviso? ¿La masacre pudo evitarse? ¿Quién es responsable, más allá de la escena del crimen.  ¿Cómo hacer para que no se repita?

En el documental Bowling for Columbine, Michael Moore busca una respuesta a todas estas preguntas. En el camino se ve arrastrado por múltiples desvíos: acaba haciendo activismo para que se limite la venta de municiones en los supermercados, se enfrenta con un miembro prominente de la Asociación del Rifle, viaja a Canadá, se encuentra en descampados con milicias civiles, entrevista a Marilyn Manson y a uno de los creadores de South Park…un largo rodeo para entender lo que ocurrió en la mente de dos chicos atrapados en un pequeño condado americano.

Hoy conocemos la tragedia por sus efectos: se desataron numerosos debates sobre la contracultura, el heavy metal, las películas y sus contenidos, los videojuegos, los antidepresivos, el bullying, la expansión norteamericana hacia el oeste, la opresión de los grupos subalternos y la facilidad con que se compra o adquiere un arma en USA. Lo que está claro es que la masacre produjo un clima doloroso y desconcertante, donde mayorías confundidas buscaron sus propias respuestas: como siempre, las más fáciles, que son las vinculadas a nuestros prejuicios, acabaron ganando terreno en el debate público, y sobre todo, en los medios de comunicación.

Moore no se conformó con las respuestas fáciles. Su documental es un proceso desordenado para encontrar responsables más allá de los lugares comunes. ¿La masacre fue causada por el Heavy Metal o las películas de Hollywood? Bueno, pero eso no ocurre en el resto del mundo, donde otros chicos escuchan y ven exactamente los mismos contenidos. ¿Es un problema de alta disposición de armas en el mercado americano? Puede ser, pero en Canadá también existen facilidades para adquirirlas, y ahí no pasó Columbine. ¿El problema son los paranoicos y desalmados americanos que veneran las armas y crean milicias civiles? Cuando conocemos a un grupo lo que nos encontramos son familias desconfiadas, pero no violentas, que tratan de protegerse a sí mismas. ¿Son los idiotas de la NRA? Resulta que Michael Moore es un miembro antiguo de la organización. ¿Es todo lo anterior, combinado en las frágiles mentes de dos adolescentes perturbados? Otra respuesta tentadora, pero: ¿No hay otros chicos en la misma o en una peor situación que nunca perpetrarían una masacre?

No, aquí no hay respuestas fáciles. Lo que tenemos es un fondo de misterio, detrás del cual intuimos algo mecánico, pero que no termina por revelarse. Lo que tenemos es incertidumbre. Y hay que acostumbrarnos a vivir con ella. Por lo menos si queremos ir más allá, lo que hoy supone vivir la incomodidad de no poder sentarnos a descansar en un lugar común, en una media verdad instalada, y tener que seguir andando por un largo, sinuoso, poco prometedor camino.

Hoy nos enteramos de lo que pasó en el colegio Cervantes, en Torreón. Como en el caso de USA, no existe ninguna base que permita establecer una correlación entre jugar videojuegos y perpetrar masacres, o escuchar un tipo de música y cometer masacres, o venir de un tipo de (des)organización familiar y cometer masacres. Esos son prejuicios ingenuos, por decir lo menos, porque en occidente los jóvenes juegan, escuchan y ven los mismos productos culturales, y en muchos países no ocurren ataques armados en escuelas. ¿Entonces cómo leer este problema? Bueno, lo que si hay es correlación entre masacres, disposición de armas y muerte por arma de fuego. Consideremos que en acuerdo con Small Arms Survey, México es el séptimo país en el mundo con más armas de fuego en manos de civiles, con 16.8 millones de unidades, aproximadamente una por cada siete habitantes. Eso en términos legales, porque ilegalmente cada año son traficadas a México más de 200.000 armas de fuego, lo que ha provocado que el 70% de los homicidios dolosos cometidos en el país se lleven a cabo con una pistola.

La pregunta es cómo un niño mexicano tuvo acceso a un arma -aquí hay algunas pistas-, no cómo se divertía, o si no fue al catecismo, o si su familia pasaba por una crisis. Vivimos una guerra, y ya es tiempo de poner de nuestra parte para entender los problemas que nos laceran, en lugar de recurrir al grito histérico de “¿Alguien quiere pensar en los niños?”.






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