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miércoles, 29 de enero de 2020

María Anatol Aristegi

En estos días en los que se conmemora el 75 aniversario de la liberación del campo de exterminio nazi conocido como Auschwitz-Birkenau es bueno recordar de que lado estuvieron los vascos en la gran contienda, sobre todo ahora que son repetidos los intentos por distorsionar quien fue quien durante el levantamiento fascista en contra de la Segunda República Española y también durante la Segunda Guerra Mundial.

Lean por favor este semblante biográfico dado a conocer por el portal Mugalari:


El viernes 24 de enero hubiera cumplido 111 años. De talante especial y sin afiliación ni simpatía a siglas políticas o sindicales, María Anatol Aristegi murió a los 72 años, “vieja, ciega, reumática”, como ella se autocalificaba, “pero con las botas puestas y la cabeza bien alta”. Todo ello, después de que pasara la muga de Iparralde a Hegoalde a “113 aviadores y 39 judíos”, según declaró a Vicente Escudero en 1978 en Deia. Falleció tres años después: “Mi testamento ya está escrito. No quiero funeral ni entierro. Tampoco que escriban epitafio alguno en mi tumba”, manifestó quien nunca tuvo ni sintió “miedo por nada”.

Tan desentendida en su último aliento como generosa en su vida de aventura diaria, aquella bronca mugalari de Irun formó parte de la histórica Red o Línea Comète, organización franco-belga que germinó en Bruselas en 1940 con el fin de evacuar a combatientes aliados perseguidos por los nazis, y que podría traducirse libremente como Camino a la Libertad.

El objetivo -defiende Juan Carlos Jiménez de Aberasturi- era poner a salvo a estas personas con  ayuda de embajadas y servicios aliados en España, hasta Gibraltar. La meta final, tras atravesar la Europa ocupada, era Euskadi, para el paso, generalmente a través del Bidasoa. Allí, “un grupo de vascos de ambos lados de la muga, colaboró en esta etapa final del peligroso viaje”, resume.

Doble nacionalidad

Anatol poseía doble nacionalidad. Era hija de un hombre de Behobia (Lapurdi) y una mujer de Irun (Gipuzkoa). Poseían una agencia de aduanas. Tal como aporta Iñaki Rodríguez, en la enciclopedia Auñamendi, aquella joven tuvo un hermano ingeniero, otro cura y un tercero galardonado por sus investigaciones químicas. Inventó el medicamento defatigante Ergadyl. Tras ser preso de los nazis acabó siendo profesor en la Universidad de Reims.

Al menos cuatro vascos se unieron o fueron captados para la Red Comète. Jiménez de Aberasturi cita en un principio a tres: al bilbaino Martín Hurtado de Saracho, a Ambrosio San Vicente, natural de Gasteiz, nacionalista y miembro del Araba Buru Batzar y a Alejandro Elizalde, gudari de Elizondo. Maritxu también inlucía a Alejandro Iribarren y Florentino Goicoechea.

Fue Elizalde quien captó a Anatol, personaje que este investigador califica de “audaz y pintoresco que colabora activamente con el grupo en los contactos, desplazamientos y labores de abastecimiento. Todo el grupo, excepto la irunesa, será detenido en 1943 y deportado a los campos de concentración nazis en Alemania de donde volverán, maltrechos y enfermos, al final de la guerra”.

En el momento de sumarse a la organización de la resistencia antinazi, la guipuzcoana se mostró cómoda en las actividades clandestinas. Llegó a convivir con los nazis en su casa confiscada, al tiempo que se jugaba la vida como último eslabón de la organización. “Éramos un grupo de aventureros, de personas decididas”, enfatizaba, según detalla  Rodríguez Álvarez. Los recogía en París, viajaba con ellos en el tren nocturno con documentación falsa hasta la casa de Ambrosio San Vicente, de Donibane Lohizune, y luego, desde el caserío Sarobe de Oiartzun, pasaba a la España franquista, rumbo a Portugal-Londres. Ella era la salvación final.

Pistola Star, made in Eibar

Quienes han estudiado su figura, estiman que en la Red Comète desconfiaban de sus métodos personales, de hecho los británicos no la quisieron porque pasaban muchas horas con los nazis. Por si acaso, “portaba una inseparable pequeña pistola Star”. El historiador Txato Etxaniz de Gernikazarra confirma la venta en aquellos tiempos de estos revólveres que eran de Eibar.

La resistencia acabó prescindiendo de Anatol y su equipo. Pasaron a encargarle únicamente el cambio de moneda en pesetas para el trayecto a través de España”, escribía Rodríguez.

El 13 de julio de 1943 el grupo vasco de la Red Comète fue detenido por la Gestapo. Tres miembros fueron deportados a Alemania, pero sobrevivieron. Maritxu logró salvarse. Ella pasó por la comisaria de la Gestapo en Baiona y por la prisión de Biarritz, se mantuvo firme en los interrogatorios y celebró su libertad.

En 1945, volvió a Irun donde se casó con el comerciante y deportista Eugenio Angoso. Dirigió su propia agencia de aduanas. Su labor no pasó inadvertida tras la liberación de Francia. Los mismos Marshall y Eisenhower lo hicieron. Y es que durante aquellos seis años, Anatol cruzó, entre otros, a André Mattei, que llegó á ministro francés plenipotencia­rio, o el príncipe Alberto de Ligne.

Un collar agradecido

“En una ocasión”, aporta el investigador Aitor Miñambres, “un hombre le preguntó a ver qué número era él de cuantos llevaba Maritxu pasados de frontera. Le dijo que el 69. Pues bien, tiempo después le llegó una notificación para que fuera a recoger un collar con 69 perlas”. Ella anotaba todo en un cuaderno y “les pedía una dedicatoria al despedirme”, según relataba en un libro de José Miguel Romaña.

El Estado francés también reconoció su entrega. “Podemos afirmar que ha contri­buido con su coraje y riesgo de su vida al salvamento de un gran nú­mero de aviadores aliados caídos en nuestro país”, difundieron. Y todo ello con una curiosidad más: la mugalari amaba el peligro sobre las ideologías. Se sumó a la Resistencia por humanidad. “A mí me daban pena esos chicos, los pilotos, y vi que podía ayudarlos. Por eso empecé a trabajar en la Red Comète”, agregaba y concluía: “Si naciera otra vez haría lo mismo. Me volvería a meter en la Resistencia. Me gusta el riesgo, la aven­tura y me fastidia la vida cómoda, la vida muelle”.

El jeltzale Iñaki Anasagasti es una de las personas que más ha reivindicado su figura. “Los nombres de las calles casi solo son de hombres ilustres. Cuando uno pregunta si no ha habido mujeres ilustres te dicen que no se sabe. Sí las hay y es obligatorio ponerlas en valor. Maritxu fue una de ellas y debiera tener reconocimiento público porque cuando no había más que un futuro incierto arriesgó su vida por los demás. Debe ser reconocida por esta sociedad materialista”.

Al respecto, Maritxu vivió en los años 60 en una calle de Irun que desde el 26 de febrero del año 2014 lleva su nombre.






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