Nos han hecho llegar este texto del buen amigo Iñaki Egaña por correo electrónico:
La batalla del relato
Iñaki Egaña
Nuevamente nos encontramos en un escenario envenenado por su parcelación. Como si la historia empezara desde el preciso momento en que ETA anunció el cese definitivo de la violencia (la suya). No hay olor a pólvora, dicen. Por tanto ahora toca ganar la «batalla del relato», eufemismo que esconde una vieja crónica, la manipulación de la historia.
No somos necios. La batalla del relato ha estado en el parte de operaciones de siempre. El aragonés Fernando convenció a la cristiandad del apoyo papal para conquistar Nafarroa, ahora hace medio milenio, con documentos falsos. La verdad es que los diseños pueden ser diferentes, los nombres adecuados a cada época, pero el meollo es el mismo. No hay objetividad, sino objetivos. La cuestión permanente es la de la defensa del estatus. Los que apuestan por la unidad de España, por ejemplo, se permiten el lujo de manipular con mucho descaro. Porque la mayoría de los resortes que utilizan les son adictos.
Conocemos la verdad y el relato que, en muchas ocasiones, es realmente burdo. Se sustenta en opiniones, no en hechos contrastados. Por eso no le concedemos demasiada importancia. Pero el relato necesita efectivamente de una confrontación y una atención permanente. No hay que infravalorarlo por muy tosco que sea. Bush invadió Iraq con una mentira histórica, la de las armas de destrucción masiva.
Franco bombardeó Gernika por su simbolismo, añadiendo primero que los vascos guardaban arsenales bélicos bajo las cestas que contenían berzas y lechugas. Como nadie le creyó, entonces negó la mayor, el bombardeo. Así durante medio siglo. Aznar convenció al Consejo de Seguridad de la ONU de que ETA estaba detrás de la masacre de Madrid, el 11 de marzo de 2004, con una cinta de la Orquesta Mondragón olvidada en un coche. Los guardaespaldas atrapados por las hipotecas de sus mansiones burguesas lanzan la primicia: tregua y cese de ETA son una trampa para el rearme.
La Guardia Civil coopera como nadie: «Euskal Herria» es una invención de ETA. ¿Quién es Johanes de Leizarraga? ¿Otro terrorista? ¿El confesor de la reina navarra? Las ikastolas son «escuelas del separatismo». ¿Se ha detenido algún supuesto experto de esos a leer esos textos tan españoles y franceses que aprenden en euskara nuestros nietos? Me da la impresión de que, sin menospreciar a nadie, son textos que valen para un infante en Cuenca, Mahón o Laudio. Pero nos hemos tragado lo de la extranjeridad.
Ya sabemos que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Aunque sea la más estrambótica del mundo. Iglesia, reyes, instituciones... viven de repetir mil veces la misma mentira. Son capaces de mantenerlas durante siglos. Los vascos, por lo que parece, jamás hemos tenido una autonomía mayor a la actual. ¿Dónde está el Estado de Nafarroa? ¿Los fueros? ¿La acuñación de moneda y el Ejército propio del lehendakari Agirre? El Estatuto alabado por López-Basagoiti ha sido la causa de la desaparición de ETA. La lógica más simple señala justo lo contrario. ¿No tienen vergüenza? Parece que no.
La línea hispana ha sido espectacular. Recuerdo aquellos tiempos en los que Manuel Fraga, presidente del partido que va a administrar el próximo Gobierno de Madrid, dirigía un llamado Ministerio de Información (o de desinformación). Goebels, Himmler y Heydrich componían la noticia, igual que Fraga. Acomodando lo que hiciera falta, en función de un objetivo: no dejes que la realidad te estropee un buen titular. El titular no ha variado en los últimos siglos. Supongo que lo adivinan.
Fraga pasó de ser ministro de (des)Información de Franco a ser el primer ministro del Interior de la monarquía democrática. Y en ese tránsito, la escritura del relato que acompañó a su generación franquista fue hecha al detalle. Es paradigmático que Información e Interior se encontraran en la misma senda. Desaparecieron toneladas de documentación represiva y convirtieron a fascistas en demócratas. De la noche a la mañana. Fraga fabricó su relato de la masacre de Gasteiz, de Montejurra, etc... dejando el listón muy alto. Ni siquiera Franco hoy es un dictador sanguinario sino el «anterior jefe del Estado». (¿Cómo lo llamarán después de la muerte de Juan Carlos I? ¿El anterior jefe de Estado del jefe de Estado anterior?).
A quienes ahora hacen una diferencia entre las respuestas a ETA y en general al separatismo vasco en los años de la dictadura con las de la monarquía parlamentaria, les invitaría a pasarse por la biblioteca más cercana y pedir unos cuantos diarios de ambas épocas. Obviamente y a ser posible de Madrid, o de esas picas que los madrileños han insertado en nuestra tierra (para que la metáfora no sea demasiado difusa, del grupo Vocento, entre otros). Los argumentos son idénticos. No tenemos derecho los vascos a ser estado por razones obvias: España es una unidad de destino en lo universal. ¿Corresponde la frase a Franco, Fraga, Rubalcaba, Rajoy o Cayo Lara? Adivínenlo.
El listón de Franco lo superaron gentes que, teóricamente, no eran franquistas. La sensación sobre la Transición, el Golpe de Estado de febrero de 1981 y de tantas y tantas otras crónicas es lamentable. Hoy presentan al rey Borbón como el héroe de la democracia, el salvador de la occidentalización española y el marginador de las políticas africanistas. Falso pero funcional. El relato permanente.
En esa línea, el GAL ha sido una creación propiciada por un sector marginal y desconocido del Estado, y no una fase de esa guerra sucia (parapolicial) que ha pasado por distintas etapas, entre las que se encuentran las torturas sistemáticas. El Estado es quien tiene realmente un registro verdaderamente «político-militar» del escenario (el resto somos/son aficionados).
La construcción de un Estado como el español ofrece muchas complicaciones a quienes quieran hacerlo desde parámetros democráticos. Por eso sabemos lo que van a construir. Lo harán por inercia, que es como conocer de antemano la atmósfera del futuro. Y eso es precisamente lo que va a suceder en los próximos años. No soy adivino, ni creo en las profecías. Llevo sin embargo unos cuantos años en mis espaldas, que me dan experiencia.
Por eso, porque el relato de la guerra civil, del franquismo y de la Transición ha sido único y matizado por la salvaguarda de los mismos valores que hoy en día cohesionan a la sociedad española, no tengo muchas dudas en el nuevo (viejo) relato que nos van a mostrar, en esta historia nuevamente de «vencedores y vencidos», esa patria de ilustres padres, los Habsburgo y los Borbones.
Va a ser nuevamente tosca, burda, manipulada hasta la saciedad, lindando con la intolerancia del otro en todos sus matices... falto de credibilidad. Pero eso no es lo que importa. Lo importante es que será repetida mil veces, dos mil si hace falta hasta convencer a quienes tienen que convencer, que sus instituciones siempre han sido democráticas, aunque las bañeras de los cuarteles hayan estado revestidas en sangre. Que su historia es la más florida de Europa, si hace falta salpicada con unas dosis de lucha de clases. Y que los que alientan la leyenda negra son malos españoles, merecedores del castigo eterno.
El relato que nos viene ofrecerá, en síntesis, la descalificación política. Jamás habrá tenido ETA voluntad política. Jamás la sociedad vasca que fue su colchón y su cantera tuvo derecho a la expresión, como así fue, porque sus métodos estaban contaminados. Jamás el derecho de autodeterminación podrá ser ejercitado por otro pueblo distinto al español. Porque el único sujeto con derechos históricos es el español.
Y en ese relato de buenos y malos, los buenos serán las víctimas de ETA elevadas, como ya lo han sido hoy en día, a la categoría de héroes, igual que en su día lo fueron los «mártires de la cruzada». Independientemente de su condición. Y para ello harán lo que mandan los cánones, los manuales de contrainsurgencia: demonizar al enemigo, deshumanizarlo. Y nos volveremos a encontrar como en los últimos 100 años, que la disidencia siempre tiene cuernos y rabo, no sabe amar y ser amado, pensar y ser pensado. Y que sus (nuestras) razones sólo pueden estar entre rejas o, en el mejor de los casos, en un manicomio.
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