El tema de la diáspora vasca da para mucho, estudiarla a fondo proporcionaría material para muchos tomos. Mientras que en países como Estados Unidos, Argentina y Chile se facilita su identificación en otros, como México, se dificulta.
En los países primeramente mencionados, el llamarse con el gentilicio (aún el equivocado "americano" en los Estados Unidos) de tu país y a continuación denominarte vasco no despierta ni la más mínima suspicacia. Pero no se haga esto en México, país donde la integración ha sido una constante, por que entonces la persona se tendrá que meter a desmenuzar al asunto, hasta que sabiamente se zanja la cuestión cuando se le pregunta al interlocutor si los mayas son mexicanos y por qué ellos no tienen que renunciar a su identidad maya para ser mexicanos.
Eso por el lado amable, por que existe un lado más oscuro, que es la inclinación etnicista que han adoptado muchos miembros de la diáspora vasca en México, etnicismo que muchas veces es racismo puro y duro, dirigido a propios y a extraños. Así, si uno visita un centro vasco en cualquiera en Argentina, Uruguay o los Estados Unidos, el color de la piel es lo de menos, mientras que en la Ciudad de México se debe ser de tez clara, europea pues. Aún más, en los demás países la cultura vasca es presentada en la calle a toda la comunidad, mientras que en México se ha convertido a los lugares donde se reúnen vascos en auténticos castillos de la pureza y cualquier iniciativa para tender lazos de conocimiento y entendimiento son rechazados categóricamente, y quien la proponga es condenado al ostracismo, que puede ir desde el simple trato frío hasta la más abierta hostilidad.
Y ya ni nos meteremos a hablar del férreo control que el PNV ha mantenido sobre las eusko etxeas, ni de como el hilo no tan invisible (sigan el trazo del dinero) que las une con Lakua terminó por convertirse en elemento de escenas kafkianas, cuando muchas de ellas recibieron con manteles largos a Francisco López, españolito que odia a todo lo que representa Euskal Herria y el pueblo vasco.
Pero basta de preámbulos, les presentamos esta nota publicada en el Diario Vasco:
Seis vascos del exterior hablan de cómo sentirse vasco a miles de kilómetros de Euskadi. Todos son conscientes de lo complicado que resulta mantener el vínculo con lo vasco a medida que se suceden las generaciones
Nerea Azurmendi
En el programa de mano del V Congreso Mundial de Colectividades Vascas en el exterior que ha tenido lugar esta semana una única palabra ocupa el espacio correspondiente al día de hoy: salidas. Finalizados los tres primeros días de actividades culturales y gastronómicas que se desarrollaron en Navarra, Iparralde, Araba y Bizkaia y las tres jornadas de trabajo de San Sebastián, los 150 congresistas regresan a sus países de origen y se llevan consigo otras 150 maneras de sentirse vasco a miles de kilómetros de Euskadi.
Una vivencia muy particular, personal e intransferible, que seis de los delegados han accedido a compartir antes de volver a sus euskal etxeak con una preocupación común: conseguir que los jóvenes mantengan el vínculo con lo vasco, tarea que se complica a medida que se suceden las generaciones.
Muchas formas de relación
Vascos de tercera y cuarta generación son los paraguayos Arturo Sasiain, Héctor Izaguirre y Galo Egües, de la Euskal Etxea Jasone de Asunción, y el argentino César A. Arrondo. El bisabuelo de Egües emigró primero del navarro valle de Egüés a San Sebastián, y de aquí partió a Panamá, donde ostentó el cargo de gobernador militar, de donde se trasladó a Ecuador. «Yo soy el primer Egües que ha formado su familia en Paraguay», dice Galo, economista y empresario. También los Izaguirre llegaron a Paraguay en más de un paso: el bisabuelo de Héctor emigró de Busturia a Argentina, y fue el abuelo quien dio el salto a Paraguay.
Arturo Sasiain, por su parte, está en plena fase de indagación acerca de la aventura americana de su familia. Sabía que tenía un tatarabuelo navarro y que quien emigró a Paraguay fue su abuelo, y poco más, pero acaba de reencontrarse con sus parientes y está empezando a reconstruir el puzzle. Este comerciante y ganadero que no se desprende de la txapela inició el viaje con un número de teléfono y el deseo de saber algo más sobre su familia: «El culmen de un sentimiento que tenía hace tiempo era llegar a la casa de donde salió mi raíz, y es lo que logré ahora». La llamada dio su fruto, y ha encontrado su origen y una familia de la que apenas tenía noticia en Leintz Gatzaga, muy cerca del santuario de Dorleta. Contiene a duras penas la emoción cuando recuerda vivencias de hace solo unos días, «muy fuertes, muy fuertes». Por fin, dice, ha encajado «la pieza que sentía que me faltaba».
También en el caso de César A. Arrondo fue su abuelo quien inició la saga: «Se exilió a Argentina a finales del siglo XIX para no ir a la guerra con Cuba». En el caso de Arrondo, profesor de Historia que, desde 2002, ha dado cerca de 300 conferencias en innumerables centros vascos y ha tenido importantes responsabilidades en la federación que aúna a las 106 euskal etxeak argentinas -es socio de seis de ellas- las vivencias personales conviven con la perspectiva profesional y académica del historiador y con el conocimiento de la diáspora vasca en Sudamérica que le proporciona su compromiso con los centros vascos.
Mucho más cercanos en el tiempo son los vínculos que tienen con Euskadi -«Euskal Herria», matiza el australiano-navarro Rubén Álvaro- él mismo, presidente de la euskal Etxea Gure Txoko de Sidney y de Maite Alaba, la benjamina del grupo, una estudiante de Ciencias Sociales de 22 años nacida en Sao Paulo cuyo padre, también, emigró a Brasil con 18 años y fue uno de fundadores de la euskal etxea de la mayor metrópoli de Sudamérica.
En este sexteto, al que para dibujar un retrato más completo de la actual diáspora tal vez le falte un vasco de la ultimísima emigración, un perfil que ha tenido su espacio en el congreso, Rubén Álvaro es el único vasco 'nativo'. Este corredor de seguros de 45 años nació en Pamplona, de padre navarro y madre australiana. Siguiendo la huella de su hermano mayor, se fue a Australia a los 17 años para librarse de hacer la mili y «porque a esa edad te apetece cambiar y tener un poquito de libertad», sin mayores expectativas. Lo que sucedió es que «llegué a Australia y el primer sábado conocí a mi mujer». Se casó, allí han nacido sus hijos, allí ha hecho finalmente su vida.
Más o menos cercana en el tiempo su vinculación con Euskadi, más o menos intensa su relación con lo vasco, cada uno de ellos ha recibido de distinta manera lo que Galo Egües llama «el legado».
«El flujo de la sangre»
En su familia, «bisabuelo vasco español y bisabuela vasco francesa», es algo que se ha vivido intensamente: «Hemos mamado en la familia un sentimiento que nuestros padres recibieron también de sus antepasados y que yo transmito a mis hijos; es el flujo de la sangre». Un flujo que, en su caso, transporta un mensaje «que marca»; a saber «que nada se consigue en la vida si no es trabajando, esforzándose, y que el hombre debe ser íntegro. No debe ser de palabras para fuera, sino de palabras para dentro. Esa ética del trabajo y de la integridad personal el legado vasco que hemos recibido, es lo que llevamos en la sangre y lo que, además del apellido, debemos transmitir a nuestros hijos».
El caso de Héctor Izaguirre, abogado, es bastante peculiar, en la medida en que es él mismo quien, ya adulto, ha sentido la necesidad de construir la parte vasca de su identidad. «Mi papá murió cuando yo tenía cuatro años. Como mi mamá no era de origen vasco, apenas quedaron en casa algunas costumbres, sobre todo relacionadas con la comida, como el bacalao...». En 1981 visitó el País Vasco como turista y «ahí es donde empecé a interesarme Euskadi».
La aproximación de Izaguirre a la experiencia de sentirse vasco en la lejanía geográfica y temporal podría calificarse de realista y muy documentada. A diferencia de lo que, todos lo reconocen, ocurre muy a menudo, procura no tener una visión idealizada o folclórica de Euskadi, que a menudo se refleja en las actividades gastronómico/folcóricas que predominan en los centros vascos. A la hora de trasladar a sus hijos lo que él encontró y va construyendo, ha empezado por lo más básico: el fútbol. Más concretamente, por el Athletic.
Inquietud por el futuro
En sus respectivas casas, cada uno transmite 'el legado' a su manera. Maite asegura que «desde pequeña en casa hemos tenido muy presente la cultura vasca» y ahora, dentro del programa Gaztemundu, está completando lo recibido con sus propias percepciones. «Cuando por fin he podido venir a Euskadi, asegura, todo ha empezado a cobrar sentido». Rubén, cuya mujer es australiana, remarca las dificultades añadidas que tiene la tarea cuando el progenitor vasco es el padre y cuando, como en su caso y el de los demás, no puede transmitir a sus hijos lo que a su juicio, «es lo que más identifica al vasco: el euskera». Una lengua, por cierto, que se afanan por aprender Arturo, Galo y Héctor.
En el aspecto colectivo, todos comparten la misma preocupación: garantizar la continuidad de lo que uno de ellos define como «un hilo casi invisible, pero muy fuerte, que nos une con nuestro origen». Lo formulan de distintas maneras. «Los jóvenes no van a la euskal etxea de Sao Paulo porque en una ciudad tan inmensa y es difícil llegar y, además, la comida es cara». «Dentro de diez años, los que forman el grupo de base de la euskal etxea de Sidney estarán muertos, y no llega gente joven. ¿Qué pasará entonces? Tenemos que empezar a cambiar de orientación y de actividades». «En Asunción, necesitamos un profesor de euskera que esté en la onda de los jóvenes». César lo resume a la perfección: «En unos pocos años desaparecerán los emigrantes de primera generación, el reto es cómo mantenemos y transmitimos nuestra cultura. ¿Que los jóvenes no vienen? Pues hay que ir a buscarlos. Nosotros lo hemos hecho en Priya, y ha funcionado». La cuestión, sin duda, puede dar para muchos congresos y reflexiones.
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