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domingo, 2 de diciembre de 2007

La Progenie Maldita del Cid

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La espada del Cid

Daniel C. Bilbao

«¿Que le queda, pues, a la España? Su fe, la espada del Cid y con ellas la esperanza de renacer»
Lamennais


La Inquisición española acaba de producir uno de sus autos de fe más contundentes. «¿Pensaban que no nos íbamos a atrever?». Puede ser que algún despistado lo creyera, pero los más avisados, supieron tener en cuenta los antecedentes de la España Eterna. Resurge desde el pozo más oscuro. Los atavíos de la modernidad son lo que las armaduras de metal a los ojos de los pueblos originarios en América.

Escribió en 1864 el chileno Francisco Bilbao, considerado uno de los precursores americanos de las ideas socialistas, en su libro «El evangelio americano»:

«Cae sobre ese país (España), sobre esa raza, la religión católica, eminentemente conservadora, inmovilizadora, enemiga del pensamiento libre, del trabajo de la investigación, y soberanamente supersticiosa; y la raza española la recibe como la expresión de su genio, como la fórmula de sus aspiraciones. El catolicismo es la religión para la España. La España es la tierra predilecta para el catolicismo. Ambos genios, el de la religión y el de la raza, se comprenden, se estrechan, se abrazan. El catolicismo es eminentemente español. La España es eminentemente católica. La tenacidad del carácter nacional recibe el sello de la fe. La fe recibe la energía que le da el carácter. No pienses, le dice la iglesia. No pensaremos, dicen los pueblos. Obedece, manda la religión. Obedeceremos y obedeceremos por los siglos de los siglos. El pacto ha sido terrible, pero ha sido y es popular. La España baja al abismo; ha pasado por la tribulación de la historia más cruenta; y no ve el abismo, porque la fe le prohíbe examinarlo. La historia de sus desgracias, en vez de corregirlas, es un timbre que ofrece a la "mayor gloria de Dios". Entretanto es el país más atrasado y esclavizado de Europa.»

«¿Por qué se prohíbe al disidente, y se prohíbe la libertad de propaganda? Porque tiemblan ante la libertad de la palabra.», escribió Francisco Bilbao, refiriéndose a España.

De esta oscuridad es hijo el estado español de nuestros días. De la Inquisición, de la prepotencia de los señores del dinero, de la brutalidad arrogante de sus monarcas, de la insuperable estupidez e inescrupulosidad de sus burócratas, de la dictadura franquista.

Los inquisidores celebran su hazaña. La festejan sus babeantes escribas. Ya sacan cuentas los inescrupulosos traficantes. «Les tapamos la boca. En marzo los votos serán nuestros. Llegamos mucho más lejos que ellos». Y blanden en alto la espada del Cid. Ellos heredaron el espíritu de los días imperiales.

En las previsiones está la sangre. ¿Qué les importa? Han hecho correr tanta desde 1512. Los inquisidores tienen carne de cañón para ofertar. Ya mismo hay uno que se cuadró ante Franco y Carrero, y otro no tardará demasiado. Sus hijos no van a la guerra. Ellos mandan a otros. Los amaestran y los lanzan como mastines, tal cual lo hicieron durante la conquista de América, redivivos alanos.

¿Cómo se puede pretender "seducir" a estos brutos? ¿Cómo se puede aspirar a convivir con ellos? ¿Cómo dignificar la vida sin arrasar el tribunal de excepción, a los jueces esperpénticos, a los torturadores, a la monarquía engangrenada, a los esbirros del terrorismo de estado?

El cacique Hatuey, que enfrentó heroicamente a los españoles en Haití pero fue derrotado y condenado, enfrentaba el momento de su suplicio. Un piadoso cura franciscano antes de quemarlo le pregunta si quiere hacerse cristiano y le ofrece el cielo.

– ¿Hay allí españoles?, le pregunta Hatuey.

El cura le responde:

– Sí, pero sólo los dignos y buenos.

– Los mejores de ellos no son ni dignos, ni buenos. No quiero ir a un lugar donde pueda encontrar alguno de esa execrable raza.

Amén.
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