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miércoles, 26 de diciembre de 2007

S.O.S.

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S.O.S. desde Euskal Herria

El fascismo quiere hacer desaparecer a los vascos y vascas

Carlos Aznárez | Director de Resumen Latinoamericano

Escribo esta nota desde Euskal Herria, la Nación Vasca de mi padre, de mi compañera, de mis hijos y la que yo mismo llevo en la sangre. Lo hago en primera persona, porque son épocas de sentar testimonio, con todo el dolor y la rabia de sentir a esta tierra, atropellada por una dictadura similar a las que vivimos y sufrimos en Latinoamérica en los años 60 y 70. Aunque cueste creerlo a quienes están lejos de aquí, lo que se siente en el día a día de Euskal Herria es ni más ni menos que una ofensiva fascista en toda la extensión de la palabra. No exagero ni un ápice: no hay otra denominación para aplicar al comportamiento de un poder (en este caso el que aplican los Estados Español y Francés) que descarga toda su furia contra el independentismo vasco y lo hace a través de las más diversas atrocidades, que van desde la tortura, el encarcelamiento injustificado y hasta la muerte para acallar el grito rebelde de quienes no queremos ser españoles ni franceses y lo hemos expresado de mil maneras a lo largo de los tiempos.

Quieren hacer desaparecer a los vascos y vascas, como los Pinochet, los Videla o los Ríos Montt intentaban desaparecer a miles de luchadores latinoamericanos. Allá mediante métodos extraídos de las escuelas de terror que Francia aplicara en Argelia o que EEUU diseñara en Corea y Vietnam. Aquí, enviando a cientos de jóvenes a la prisión y enterrándolos en la misma durante decenas de años.

Una sola semana vivida en esta geografía, sirve para graficar lo que aquí ocurre más que miles de artículos que se puedan garabatear sobre la represión, la falta de libertad de opinión, o términos aún más fuertes como limpieza étnica o apartheid.

Después de una larga y desgastante farsa judicial a la que se denominó Macrosumario 18/98 y mediante el cual se criminalizó de la peor manera a un grupo de destacadas ciudadanas y ciudadanos vascos que expresaban desde sus distintas profesiones y actividades sus ideas independentistas, 47 de los 52 encausados fueron condenados a 525 años de prisión. Sólo por ejercer la batalla de ideas frente al discurso autoritario e inquisitorial del gobierno de Madrid, periodistas, editores de periódicos, escritores, empresarios, bancarios, publicistas y hasta un cocinero han terminado con sus huesos en las cárceles-tumbas administradas actualmente por quienes todavía tienen la desfachatez de llamarse “socialistas”. Detrás de esta barbaridad jurídica, que fue condenada incluso por importantes personalidades y juristas europeos y latinoamericanos, se halla el puñal envenenado del juez Baltasar Garzón, quien, como lo denunciara en su momento el fallecido juez Joaquín Navarro, “sólo es capaz de armar sumarios a pedido del poder político de turno, y lo peor es que lo hace con total impunidad”.

A ninguno de los acusados en el citado macrosumario se le atribuye ningún acto de violencia, pero a pesar de ello las penas que le ha impuesto ese tribunal de excepción franquista que es la Audiencia Nacional superan con creces a las dispuestas por los tribunales españoles a quienes, en otras circunstancias, son acusados de homicidios, violaciones, estafas multimillonarias u otras maniobras delincuenciales tan comunes a ciertos estamentos oficiales.

Cuando a cada uno de los imputados en el farsesco 18/98 se los considera colaboradores o integrados “a banda armada” (refiriéndose a la organización independentista ETA), en realidad lo que se está aplicando es la típica prepotencia española con la que hace 500 años se acusaba (sin las mismas pruebas que ahora y similar violencia) a los pueblos originarios de Latinoamérica de ser “salvajes” e “imposibles de asimilar” y se los masacraba por millones mediante el pacto siniestro entre la cruz y la espada. Aquí y ahora, lo que se está condenando es la rebeldía frente al discurso único, pero también la idea de libertad expresada en términos de contestación pacífica frente a la voracidad imperial que siempre han sabido ejercer España y Francia hacia sus colonias.

Cuando se habla de fascismo, la palabra siempre se asocia a terror. Y eso es lo que el Partido Popular (de Fraga, Aznar y Rajoy) o el PSOE (de Felipe González, Rubalcaba y Rodríguez Zapatero) tan bien saben aplicar a manera de correctivo contra los jóvenes y veteranos vascos y vascas. Pruebas al canto, las recientes torturas ejercidas contra el último joven detenido en esta escalada represiva. Gorka Lupiañez es uno más en la lista de los masacrados físicamente por la Guardia Civil española. Después de describir (a su abogado) una lista interminable de vesanías cometidas en las primeras 36 horas de incomunicada detención, Lupiañez señaló que tras aplicarle el “aguapark” (una tortura que le enseñaron a los uniformados españoles los agentes sionistas del siniestro Mosad, y que consiste en meterle al detenido una manguera en la boca e inyectarle líquido a presión hasta casi ahogarlo), lo pusieron en el suelo y lo violaron con un palo introducido por el ano. No satisfechos en su sadismo, los policías ataron una cuerda a los testículos y el pene de Lupiañez y tiraron de la misma hasta casi arrancárselos y hacerlo sangrar.

Esto, recuerdo, sucede en “democracia”, pero insisto, que se trata de dictadura militar de la peor especie. Una dictadura con fachada civil, donde Zapatero (o el que le siga en el mandato) se parece mucho al peruano Fujimori o al uruguayo Bordaberri de los años 70; donde las policías apalean, torturan o humillan, con la impunidad que les otorga la clase política que con matices de derecha o de izquierda ejercen el poder en Madrid. Los primeros porque defienden sus intereses de clase, los segundos –esa mal llamada izquierda española, que incluye desde el PSOE a Izquierda Unida-, porque respecta a rajatabla lo resuelto en el tristemente célebre Pacto de la Moncloa, una “izquierda” que se llena la boca hablando de revoluciones y represaliados que se dan muy lejos de sus poltronas de funcionarios y no abren la boca sobre torturados o asesinados cuando se trata del pueblo vasco. También amparan este estado de cosas que sufre Euskal Herria la casta militar española que se mantiene entre bambalinas desde la época de Franco, el empresariado que con sus negocios millonarios chupa la sangre de los pueblos de Latinoamérica, los curas que recuerdan a aquellos de la “evangelización” en épocas de la invasión a las naciones originarias de Indoamérica. Y por último, el Borbón, ése mismo que quiso hacer callar a Hugo Chávez y recibió el más gigantesco abucheo de repudio por parte de nuestros pueblos y la respuesta revolucionariamente digna del presidente bolivariano.

Detrás de esta política contra Euskal Herria sobrevuela, por último, la idea fascista de sojuzgar, por rendición, a los vascos y vascas, de aplicarles, como ya lo hicieron los nazis en su momento, la fórmula de limpieza étnica, y se desarrolla –como les ocurre a los luchadores palestinos- frente al más lacerante silencio de la comunidad mundial.

El capitalismo sabe como cuidar sus intereses y es por ello que aplica de esta manera su medicina autoritaria, sin embargo, emociona ver cómo y cuánto resiste este pueblo vasco a tantas tropelías.

Conmueve ver, en la misma semana de la que les hablo -mientras muchos desbordaban las calles de Bilbao atiborrándose de consumo navideño-, una movilización de miles de independentistas que marcharon gritando sus consignas. exigiendo amnistía para los casi 800 prisioneros de guerra, o que aplaudieron a un grupo de chicos y chicas –acusados de acciones de lucha callejera- que se encadenaron frente al local de otro de los partidos cómplices de esta ofensiva reaccionaria. Los jóvenes fueron finalmente detenidos y enviados a prisión para cumplir varios años de cárcel. A esa misma hora, una multitud recibió en la localidad de Algorta a otros dos muchachos que venían de cumplir meses de prisión acusados de ser simplemente rebeldes. Txomin y Josu (estos son sus nombres pero podría ser cualquier otro) se abrazaron con cientos de jóvenes que los aguardaron durante horas y las primeras palabras que pronunciaron fueron en solidaridad con los que aún siguen entre rejas.

Irrita, enfurece, horroriza y genera repudio el avance imperial de los herederos de la Santa Inquisición española sobre este pueblo originario que les planta cara en medio de la Europa del Capital. Emociona, conmueve y da fuerza a los rebeldes del mundo la resistencia de este pueblo. De estas últimas tres sensaciones positivas es que tiene que surgir la solidaridad fraterna que impida que quienes quieren hacer desaparecer a los vascos y vascas, logren su objetivo.

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