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Una historia de la Diáspora en el Siglo XIX mexicano
Gorka Rosain Unda
Esta es la semblanza de una familia euskaldun con accidentada historia, una de las primeras de la Diáspora en América, en el turbulento Siglo XIX mexicano, que muestra el temple, la adaptabilidad a las circunstancias y el coraje para defender las causas con las que nos identificamos los vascos. Los hechos que sus miembros protagonizaron constan en documentos oficiales, en relatos históricos y en tradiciones familiares, por lo que decidimos aprovecharlos, pero lo mismo podría tratarse de la historia de esta familia que de la de otra de las muchas familias vascas que tras la consumación de la independencia de México decidieron quedarse a compartir la construcción del nuevo país con los naturales, sus glorias, sus alegrías, sus penas y sus derrotas, como antes habían participado en la pacificación y colonización de los nuevos territorios conquistados.
Fue piedra angular de esta familia en América Don Juan Antonio de Unda Aurtenechea, Labayen, Gamboa y Arragoeta, “Caballero Hijodalgo, Notorio de Sangre, Vizcaíno de Origen, con Casa Solar Infanzona y de Armería en la Anteiglesia de Ibarruri” según un documento de la Real Chancillería de Valladolid. Nació en la Anteiglesia de Muxika en 1750 y fue bautizado en la misma parroquia el 13 de diciembre de ese mismo año. Por sus cualidades de eficacia, rectitud y honradez fue enviado a la Nueva España por disposición real con el delicado nombramiento de Administrador de Alcabalas y Rentas Reales de la Villa de San Juan Bautista de Llerena y Minas de Sombrerete, en Zacatecas (Nueva Vizcaya).
Casó con la distinguida dama donostiarra Leonarda Ricardos e Iberri, hija de Carlos Antonio Ricardos y de Estefanía de Iberri y fueron sus hijos Pablo Víctor, Francisco de Paula, Leonor y María de Unda e Iberri. Los dos varones marcharon a estudiar en el Seminario de Nobles de Vergara y las mujeres se casaron y regresaron a vivir a Euskadi. Posteriormente, Pablo Víctor y Francisco de Paula llegaron a México acompañando al último virrey, don Juan O’Donojú, luego de haber participado en importantes acciones de la guerra de independencia de España contra Napoleón, como el sitio de Pamplona, el de Cádiz, la batalla de Sorausen, la de los Pirineos y otras más.
Al ser reconocida la independencia de México, ambos permanecieron en el nuevo país y se incorporaron a su naciente ejército. Es importante señalar que en 1810, la familia había pasado por un acontecimiento trágico cuando el caudillo insurgente Miguel Hidalgo fusiló en Guanajuato a Juan Antonio y a su esposa por haberse negado a entregarle las rentas reales que estaban bajo su custodia. Continuando con la genealogía, Ana Apolinaria Ricardos e Iberri, hermana de Leonarda, se desposó en 1780 con José de Herrera y Campo, y procrearon a José Joaquín de Herrera, destacado General y luego Presidente de México, personaje decisivo en la guerra contra Estados Unidos en 1847, y quien casó con Ana de Alsugaray; Ana Apolinaria fue hermana de Ignacia Ricardos e Iberri, casada con el Coronel Jerónimo Narciso de Echegaray, con quien tuvo a Miguel María, Narciso y Manuel Echegaray.
El primero alcanzó el grado de General y ocupó importante posición en el Ejército, con el que participó en la guerra de Texas, la guerra contra Estados Unidos en 1847, la guerra de Reforma, contra la Intervención Francesa y contra el Imperio de Maximiliano de Habsburgo, entre otras campañas. Sus dos hermanos sólo alcanzaron hasta el grado de Coronel pero también participaron en esos y otros acontecimientos históricos, como veremos más adelante. Cuando Pablo Víctor vino a México llegó acompañado de su esposa, la distinguida dama Carolina de Eguía y González de Arana y de sus hijas Carlota y María Aurora y ya aquí nacieron Eduardo, Adolfo y Guillermo Unda y Eguía. Carlota casó en México con el Teniente Coronel Joaquín Fuero Palau, uno de los fundadores del Colegio Militar, y fueron padres del General Carlos Fuero Unda, famoso por su valor y sentido del honor y de Elisa Fuero Unda, en tanto que Aurora se desposó con el General Miguel María Echegaray y no tuvieron sucesión. Eduardo casó, ya siendo Coronel, con Rosa Riba Eizaguirre, familiar del Capitán de Navío Manuel Eizaguirre, primer Director de la Escuela Naval Militar, de Veracruz; Adolfo con Soledad Fernández de Jáuregui y Guillermo, ya siendo General, con Dolores de Uranga, bizkaitarra de segunda generación.
Los hechos extraordinarios que sin sacarles la vuelta protagonizó esta familia fueron algo cotidiano, según lo exigían las circunstancias históricas, como la participación simultánea de sus miembros, cuando el asalto a la ciudad de México en septiembre de 1847 por parte de las fuerzas estadounidenses, en que el General Herrera fungía como comandante de las fuerzas defensivas, el General Echegaray mandaba en jefe en la batalla de Molino del Rey, el Teniente Eduardo Unda participaba en esta misma batalla en el Tercer Regimiento de Caballería, su hermano Adolfo caía prisionero con la Segunda Compañía de Alumnos del Colegio Militar y el Teniente Coronel Joaquín Fuero, Subdirector de este plantel y tío de los Unda, caía gravemente herido en la batalla de Padierna.
Es interesante mencionar otros hechos, como la hazaña de Manuel Echegaray en el sitio de Querétaro, en 1867, cuando siendo capitán del Ejército imperial de Maximiliano defendía una posición dentro de la ciudad: cierto día en que notó que el armamento de la tropa a su mando estaba a punto de caducar definitivamente por el intenso uso que se le daba y la imposibilidad de reponerlo por ser un ejército sitiado y que, en cambio, los republicanos contaban con armamento estadounidense nuevo y de mejor calidad y efectividad, organizó un asalto nocturno relámpago a una posición enemiga sólo para capturar armamento suficiente y, de paso, también municiones para sus soldados, acción que llevó a cabo con éxito.
Más adelante, cuando los republicanos penetraron a la ciudad y los sitiados tuvieron que rendirse, en vez de entregar su espada, Echegaray la partió en dos y se la arrojó a su aprehensor, al no estar de acuerdo con la forma en la que tomaron la ciudad los republicanos, y con esto firmó su sentencia de muerte y le pusieron centinela de vista para ser pasado por las armas al amanecer. Durante la madrugada le pidió un cigarro al centinela y luego lo lanzó contra la pólvora que tenía en un rincón de la trinchera. Milagrosamente, la pólvora no explotó pero de todas maneras la intención fue muy clara.
De todas maneras, Echegaray finalmente se les escapó y sólo volvió a saberse de él tiempo después, cuando ya reincorporado al Ejército como Coronel participó en una rebelión del General Porfirio Díaz con parte del Ejército contra el gobierno establecido y se encerró en una fortificación urbana conocida como La Ciudadela, en donde se defendió bravamente sin rendirse; finalmente fue hecho prisionero y fusilado ahí mismo al día siguiente, según orden que sus mismos captores se resistían a cumplir.
Volviendo al sitio de Querétaro, otro hecho singular fue protagonizado en ese lugar por el entonces Coronel Carlos Fuero Unda, a la sazón Comandante del 5º. Batallón de Infantería, Rifleros de San Luis Potosí, republicano, en cuyo cuartel le fue entregado el General imperialista Severo del Castillo con la orden de fusilarlo al amanecer. Sólo que este militar había sido su maestro en el Colegio Militar y era amigo de la familia. Estando en capilla, el prisionero le pidió a Fuero que se le llevara a un sacerdote y a un escribano para dejar arreglados sus asuntos con Dios y con la humanidad, pero como por las condiciones imperantes esto era difícil y además Fuero sabía que el General tenía a su familia en Querétaro, le dijo que le permitiría salir a arreglar todo lo que tuviese pendiente y a despedirse de los suyos, confiando en que, de acuerdo con el concepto del honor que él mismo le había enseñado, regresaría a tiempo para cumplir su sentencia, lo que efectivamente sucedió y antes de la llamada de banda para el toque de diana, en la guardia se oyó el clásico grito del centinela “¡Quién vive!” y la voz del prisionero respondiendo: “¡Severo del Castillo, prisionero de guerra!”, acción que a la postre le valió ser indultado.
Terminada la lucha con el Imperio, sólo se dieron revueltas internas, hasta quedar triunfante el General Porfirio Díaz, quien gobernó el país durante 33 años y en este tiempo lo pacificó con mano férrea y los Unda se dedicaron a actividades menos violentas, de acuerdo con las nuevas circunstancias, sin dejar de reforzar sus genes y cromosomas vascos enlazando con familias como Uranga, Mendoza, Mauleón, Aranguren, Arreola, Arriola, Butrón, Arzate, Lejarza, Asúa, Manterota, Arsuaga Zubiría y otras más, cuyos nombres escapan de momento a nuestra memoria. No sabemos exactamente cuántas familias vascas más vivieron con tanta intensidad en el agitado Siglo XIX mexicano pero seguramente fueron la gran mayoría, como puede comprobarse al leer la lista de próceres y héroes históricos como Iturbide, Allende, Aldama, Abasolo, Michelena, Anaya, Escutia, Múzquiz, Urrea, Cortazar, Berriozábal. Zuloaga, Arizpe y muchos otros que sería prolijo enumerar o no conocidos quizá por haber actuado en las infanterías pero cuya participación fue no menos valiosa.
Fuentes: - Recopilación histórica, genealógica y heráldica de la familia De Unda. - Certificación del Cronista y Rey de Armas Don Juan Félix de Rújula. Febrero 19, 1796. - Real Provisión de Nobleza y Vizcaína. Real Chancillería de Valladolid, 1796. - Archivo Militar de Segovia, España. - Archivo de Cancelados, Secretaría de la Defensa Nacional, México. Expedientes relativos a los militares aquí citados. - Memoria de la Academia Nacional de Historia y Geografía México. Año XI - Revista “El Soldado”. México, Abril 1946 - Revista del Ejército. Abril 1944 - Las Glorias de México, por Juan de Dios Peza, 1893. - Presidente sin Mancha por Alfonso Trueba, Ed. Jus, 3ª. Edición, 1959.
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