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Adolfo de Larrañaga
EL POETA DE LAS REGATAS
Adolfo de Larrañaga nace en Portugalete en 1876 en la Calle del Medio, hoy Víctor Chávarri.
Su amor por los versos marcó su vida.
Estudió abogacía, aunque su primer trabajo fue de administrador en unas explotaciones mineras de Almería. Durante su estancia en Almería traba amistad con el poeta Francisco Villaespesa a quien siguió a Madrid en su vida poética. Regresa a Portugalete pues sus versos no le dan para vivir en la bohemia madrileña.
Solicita el puesto de Juez Municipal, el cual consiguió al no presentarse ningún vecino, con el titulo de Licenciado en Derecho.
Colabora en las revistas "Hermes" y "Euskal Erria" como experto en poesía y poetas. Escribe también en "La Tarde", "Ateneo", "Excelsior", "El Nervión Especial".
Es un nacionalista a machamartillo, lo cual le crea problemas con la censura.
Pretende crear una poesía humana que trata de las costumbres del pueblo; el caserio, los remeros, los aizkolaris, etc. Consigue que su poesía sea clara y artística.
Trabajó, además, en la "Juventud Vasca" de Bilbao. Conoció a Sabino Arana al cual apoyó, fue secretario de "Solidaridad de Trabajadores Vascos".
Dirigió los periódicos "El Obrero Vasco", "Eusko Languille" y "Lan Deya".
Se exilió a Francia residiendo en San Juan de Luz. Vivió de la ayuda que le prestaban sus amigos. Colaboraba en Francia con periódicos y revistas nacionalista: Eusko Enda y Guernika.
Obras:
Unai Ona o El buen pastor.
Arraulari o Las regatas.
El tejo.
Canto a Sabino.
La guitarra.
Su obra comprende tanto poemas líricos como poemas bucólicos y poemas épicos.
Era un buen conversador , educado, amigo de sus amigos, pulcro en el vestir y querido por todos.
A su villa Portugalete la quiso y la llevó en su alma, añoró volver, pero no pudo.
Murió en San Juan de Luz en 1961.
En 1980, su amigo portugalujo Miguel Saenz editó una importantísima parte de sus versos en el libro "POESIAS".
Bibliografía:
De mi vida. Indalecio Prieto (1965).
Euzkadi. Vascos que escribieron en castellano. Elias Amézaga (1977).
Poesías (Adolfo de Larrañaga) recopilación de Miguel Saez (1980).
Euzkadi. Al cruce de tres culturas. Elias Amezaga (1989).
Portugalete y su gente (1991) Juan de Pagoeta.Arraulari o Las regatas.
Por Adolfo de Larrañaga
Extraído de la, hasta el momento, única edición de 1960
I
Quiero cantar la épica marinera
la noble exultación de las regatas
de la grácil y rápida trainera,
dejando la mar libre las fragatas,
catedrales del alma marinera.
Canto a los euskaldunes balleneros,
ancestrales de los bravos marineros
de pupilas azules y amatistas;
no aludo ni a piratas ni negreros
que de leyendas son protagonistas.
Que su origen refiera el erudito,
que el poeta pretende la expresión
de la belleza de la creación,
eterno sacerdote del gran rito
del canto, la armonía y la oración.
II
Nuestra trainera es atlética,
nuestra trainera es estética
cuando en el puerto se halla descansando;
pero en la mar, si va regateando,
es netamente patética.
La trainera es la barca de una ondina
cuando va como la hoja de un cuchillo
cortando el agua azul y cristalina.
Con aletas, sería golondrina,
y cargada de rosas, canastillo.
Tiene un aire felino su silueta,
más que correr, bogando, se desliza;
parece que mira la coqueta
en el espejo azul de su gaveta
como una bayadera de la liza.
Se construyó para cortar el viento,
superando la ley de la resistencia
en su alado y gentil deslizamiento,
toda llena de gracia a barlovento
como un tritón en plena adolescencia.
De noche, el arraunlari la visita,
ungiéndola de sebo y de manteca;
siente celos porque es la favorita
digna de ser la cuna de Afrodita
modelada en el torso de un esteta.
Aromada de marisco,
al arrullo del puerto en un lugar
que es para ella confortador aprisco,
se oculta para ver el obelisco
-la pupila del cíclope lunar-.
Se llama Izarra, nombre de bautismo
como la novia del proel amado;
cuando salió a alta mar, su dinamismo
se derramó con un anacronismo
sobre yerba del florido prado.
Las noches misteriosas del ensayo,
recelando de todas las miradas
se recata en las sombras; las celadas
del adversario en las encrucijadas
puedan captar sus formas al soslayo.
La princesa del pueblo es la trainera
que ha adoptado la gente marinera
objeto de vitrina y de marfil;
en el retrato de una pescadera
he visto dibujado su perfil.
Es coqueta, es audaz, es temblorosa,
piafadora, impaciente, núbil, bella.
Lleva en la proa la nupcial estrella
de la esperanza abierta como rosa
ofrendada a ingrávida doncella.
Mar azul, claro cielo, viento blando,
la trainera ha salido de paseo,
y las gaviotas, cuando van volando,
retornan la cabeza recordando
que en la proa iniciaron su aleteo.
III
Torso formón tallado y a maceta,
brazos vibrantes, músculos de acero,
velludo el tórax, ojo de torrero
que al otear el tiempo lo asaeta
como el arco sutil de sabio arquero.
Al pecho lleva un pardo escapulario
y medallas que siempre ha de besar
con la emoción del niño o del corsario
que deletrea el alto abecedario
del véspero azulado a la polar.
Este alegre arraunlari, bueno y fuerte,
ama a la libertad cual la gaviota,
es fetichista de la mar ignota,
su esperanza se ríe de la muerte
y sueña en retornar, como el patriota.
Desde el pretil del puerto otea,
un patriarca absorto en una idea,
la vasta superficie movediza;
sueña que es el patrón que regatea
y al detener el tiempo lo eterniza.
Ojo redondo y claro, de aguilucho
que el horizonte ha taladrado mucho,
curvada la nariz a sotavento,
prógmata vigoroso en movimiento,
ironía en los labios de hombre ducho.
Es el símbolo vasco del marino,
huele a honradez, a dignidad y audacia,
más que al pan y al tabaco, quiere al vino,
que ahuyenta de su mente la desgracia
y le enseña a sonreír frente al destino.
Antes que sorprendiese el gran Colón
de América la atónita existencia,
el arraunlari euskeldun el arpón
de su aventura hundió el corazón
de Terranova sin la real licencia.
Porque él era señor independiente
por la insignia que ostenta su bandera;
pues llevaba en la popa su trainera
un diploma foral, una patente
superior y anterior a otra cualquiera.
Primate insigne de los balleneros,
en Terranova aún se ve su tumba
con la data de viejos marineros
y restos de perdidos astilleros
en cuya fama el temporal retumba.
A remo crudo persigue a la ballena,
la reduce, la acosa y le dispara
el rectilíneo arpón con su cadena,
que se clava en el lomo como antena,
y el monstruo al fin sus coletazos para.
Por la lucha tenaz ensangrentadas
las manos que sujetan el chicote,
vibrante del dolor del cachalote,
del monstruo al esquivar las coleadas,
un cascarón de nuez parece el bote.
Y al tornar a la patria la mirada
humedecida del secreto llanto
de aquel que piensa en la mujer amada,
el arraunlari sueña en la arribada
y convierte sus lágrimas en canto.
Muy pronto volverás, amigo mío,
a recordar los días de tu infancia,
a la sombra natal del caserío
impregnado de mágica fragancia
y de las risas y besos de tu río.
Este abolengo goza de raigambre
de los bravos hijos de la mar.
¿Qué tendrá ésta para que el enjambre
de las abejas, aunque pasen hambre,
quieran todas volver al colmenar?
IV
Puerto clásico de nuestra costa,
de poco fondo y con entrada angosta
allá en la bajamar, se satura
al penetrar del aire la frescura
de salitre, alquitrán y hasta de bosta.
Al subir lentamente la marea,
el roce de cadenas y chicotes
chirría entre las anclas y los botes;
y, al fin, la pleamar, como azotea,
al puerto entero lo levanta a flote.
El puerto es una sinfonía azul:
la flota piafadora toda azul,
las marineras de pupila azul,
los marineros de mahón azul
y hasta el pescado es de color azul.
Por ver del puerto la calcomanía
nostálgica de gris melancolía,
cambian algunas casas del lugar;
bajan de noche a mirarse a la ría
y en silencio se vuelven a su hogar.
En otras, pende desde la fachada,
a los besos de un sol ya macilento,
toda la ropa limpia, remendada,
de una policromía tan variada
como peleles que se lleva el viento.
Remedan otros nidos de gaviotas
que entre las rocas viven solitarias,
libres, hurañas, longevas, visionarias,
que se levantan sobre sus picotas
como grises sorguiñas centenarias.
A algunas el tiempo las ha humanizado,
las ha encanecido, las ha poetizado
de no sé qué leyenda del amor
de una marquesa con un pescador
bello como un Antinoo, el bronceado.
Subsiste aún el palacio silente,
de un noble etxeco-jaun descendiente,
que la noche de sus bodas quedó muerto;
una semana continuó yacente
en su lecho de lis, mirando al puerto.
Y cuando la galerna o la tormenta
ululan, el palacio de lamenta
con el blanco fantasma en la ventana,
y el chirrido febril de una roldana
el terror de las brujas acrecienta.
Luego, las redes de los pescadores,
a modo de guirnaldas victoriosas,
penden del muro, mientras las esposas
de los inmensos ojos soñadores
tejen, cantando, mallas misteriosas.
¡No ha muerto Pan, ni huído las sirenas!
Alegre coro de los pescadores,
al volver de la pesca los vapores,
a la taberna van como falenas
a la luz de los báquicos fulgores.
En la taberna hay gran algarabía,
charla y beben en la sidrería
lo mismo que marinos de Marsella,
y cantan al tin-tin de una botella
que a breves intervalos se vacía.
En ella olvidan la miseria humana
de la lucha tenaz y cotidiana,
esclavos del deber de la existencia
que, domando al dolor con su experiencia,
dicen a la esperanza: "Hasta mañana".
Al dulce balanceo de la cuna
que mece maternal la abuela luna,
al arrullo de eresias en euskera,
se va formando el alma marinera
bajo la inspiración de la fortuna.
Se aproxima la larga teoría
de innúmeros motores
hasta ganar la plácida bahía,
y a la luz de los faros de la ría
muestra el camino real a los vapores.
Brilla a proa la luz amarillenta,
a babor y a estribor la roja y verde
para que al marinero le recuerde
la situación del barco en la tormenta,
pues la mar se enfurece y mata y muerde.
Todos los barcos duermen en hileras
disciplinados como en un cuartel;
y en el silencio de la noche artera,
rozándose la amura y el carel,
dialogan el vapor y la trainera.
-¡Qué bonita estás con tu cabellera
recogida en la nuca, cual si fuera
un gran manojo de algas perfumado
de reinetas plantadas en el prado
del heno fragante de la primavera!
-No manches mi costado ni el codaste
ni te me acerques en la pleamar,
que tus besos me rozan el engaste
de las conchas que forman el contraste
con las gemas brillantes del collar.
-Ponte en el branque un clásico amuleto,
una estrella de mar, cualquier objeto
que sea como adorno en tu figura,
que el triunfo te ha de dar en la aventura
el talismán que guarda mi secreto.
-Talla en mi proa una blanca medusa,
un hipocampo, la estrella polar,
las fases de la reina de la mar,
la sirena que escuchamos al pasar
tañer la fúnebre arpa de la Intrusa.
-¡Qué clara está la luna, amigo mío!
¡No sé qué tiene que me escalofrío!
¡Donde quiera que estoy de allí me mira!
¿Qué me presagiará? ¡Dulce mentira!
¡Con el sol de la noche, desvarío!
-Los albatros, gaviotas y fragatas
-lebreles de la mar-, y los tritones
con sus saltos mortales de bufones,
te escoltarán durante las regatas,
en medio de las grandes ovaciones.
-¡Agur, Izarra! Duerme hasta mañana,
jaca de pura sangre, que ya es hora;
la oración de cristal de mi campana
te despabilará tocando a diana
como el txistu al rosario de la aurora.
Han callado los dos; Izarra sueña.
De un potinandi surto en la bahía,
el patrón de la lancha los espía
con la inquietud celosa de la dueña
que teme una nocturna alevosía.
Noche de sirimiri impertinente,
el muelle está desierto y sin turistas;
con los suestes la marina gente,
descargando la pesca iridiscente,
nos evocan gnomos surrealistas.
Todo es silencio, soledad, misterio;
nada en el exterior la paz altera;
las luces de San Telmo en la ribera
fingen lejos del puerto un cementerio
con un verde fanal: la calavera.
V
La mar, esa mujer desconocida
que un enigma profundo guarda fiel
con una esfinge oculta en su guarida;
la mar, que tiene el cielo por dosel,
es la creadora de la vida.
La mar sublime y libre como el alma,
fiera en la tempestad, bella en la calma,
al acecho le agrada sorprender,
y si de noche suele acometer
es por besar los pies de rosa al alba.
Toda la mar es una sinfonía
de líneas, de sonidos y colores,
que según es la luz así varía;
y hasta en los huracanes, los livores
de los relámpagos son melodía.
La mar entera está en la caracola
como la música de un sí bemol,
nota fundamental es de la ola
la vaga majestuosa que aureola
el arco iris de la luz del sol.
Hombre libre que adoras a la mar,
acuérdate de Shelley, el gran poeta
que un día de ciclón con su goleta
como un albatros se lanzó a alta mar
para morir soñando como esteta.
La luna plañidera,
proxeneta errabunda y hechicera,
a la mar la transforma en aguafuerte;
luz y sombra, vida y muerte,
misterio y claridad, sueño y quimera.
Pero si la galerna la enfurece,
es una madre que se vuelve loca,
destruye cuando besa y cuanto toca,
y el hijo que más ama, aquél perece
oyendo a la sirena de la roca.
Todos los ríos no van a la mar:
hay uno hermético, sigiloso y sin un canto,
un río sibilante en su hontanar,
y es amarga su linfa al paladar;
el río del dolor se llama llanto.
Las lágrimas vertidas en la mar
endulzan de las olas la amargura;
pero aquellas que van a fondear
son las perlas más ricas del collar
que el corazón regala a la hermosura.
VI
Vasto paralelogramo es la ría
que extática contempla la hermosura
del estadio con la policromía
de bateles que adornan la bahía
flameando su alegre arboladura.
La multitud se apiña en los vapores,
loa árboles, los muelles, los tejados,
ávida de admirar a los mejores
con los prismáticos escrutadores
de los ístmicos vascos encantados.
El cromatismo de las campanillas
en los jubones llevan los remeros;
bogan de dos en dos como traíllas
que ensayan con el filo de sus quillas
la recta colisión de los carneros.
Blanca es Ondárroa, verde Donostía,
Orio de cuero, Pasajes violada,
Santurce añil, azul Fuenterrabía,
la esfinge de Sestao anaranjada,
Ciervana el rojo de la valentía.
El arco iris se diluye en ellas
lo mismo que en la lluvia el sol radiante;
nos evocan erráticas doncellas
que ostentan en su frente siete estrellas
con los siete colores del diamante.
Santurce y Ciervana, los fronterizos
pueblos en el deporte advenedizos,
de la antorcha sagrada los destellos
más olímpicos y bellos
conservan en su sangre de mestizos.
Son los hijos paridos de la mar,
que en las minas, las fábricas y vides,
los músculos aceran en estas lides
que poetizan al regatear
en la aventura de los adalides.
Se alinean igual que los corceles
en el famosos Derby de carreras,
en la diestra los frágiles cordeles
de las boyas, están los timoneles
herméticos mirando las banderas.
Hay en el aire lívida expectación;
la hora de la lucha se aproxima;
tiemblan la lancha y la tripulación
latiendo con un solo corazón
al compás del honor que los anima.
Y al retumbar el bronco cañonazo,
que es la señal impuesta de partida,
sueltan la amarra dando un latigazo
y unánimes doblando el espinazo
salen a una rauda acometida.
.... ... .
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