Jaime Ignacio del Burgo es un macarra a sueldo, un mercenario de la pluma dispuesto a escribir lo que sea con tal de quedar bien con sus amos de la meseta castellana. Su hijo es, a todas luces, igual que él.
Ya se le corrigió la plana con respecto a lo que significa para la autodeterminación del pueblo vasco la Batalla de Noain, ahora, es el turno de hacerle ver lo que representa la Batalla de Amaiur en esa intensa resistencia por parte de un pueblo que se resistió a la ocupación imperialista de su territorio.
Establecido lo anterior, les invitamos a la lectura de este texto en el Diario de Navarra:
Amaiur 1522: ¿héroes o villanos?
El autor da la réplica a Jaime Ignacio del Burgo con un relato de la toma del castillo de Maya basada en “documentos nuevos, análisis críticos de otros ya conocidos y excavaciones arqueológicas”
Peio J. Monteano Sorbet"A los hombres que en el castillo de Maya pelearon en pro de la independencia de Navarra, luz perpetua” se lee en el monumento que señala el último castillo navarro en ser conquistado. En él, un centenar de legitimistas navarros resistió durante una semana el asedio de 5.000 soldados españoles y navarros beamonteses. Finalmente, el 19 de julio de 1522 se rindió. Toda una hazaña militar que muy pronto recogieron las crónicas navarras con un tono de admiración y orgullo.
Sin embargo, como tantos otros hechos de nuestra historia, las valoraciones de este icono de la resistencia a la conquista española son muy distintas. Así, coincidiendo con la inauguración del monumento en 1922, Pradera -representante del nacionalismo español en Navarra- tachaba a los defensores de Amaiur de “traidores a su patria”. Y ahora mismo, cuando Navarra se dispone a conmemorar el 500 aniversario del acontecimiento, otro político, el señor Del Burgo, los califica de “villanos” que no ofrecieron ninguna resistencia heroica y que, por tanto, “no son merecedores de ningún reconocimiento”. En mi opinión, aunque separadas por un siglo, esas valoraciones tan negativas son fruto de su ideología política, siempre respetable, pero -he aquí mi crítica- se basan en un gran desconocimiento del hecho histórico.
Las cartas de Amaiur
Hoy conocemos mucho mejor que los cronistas e historiadores del pasado lo que ocurrió hace cinco siglos en aquel remoto castillo baztanés. El hallazgo de nuevos documentos, el análisis crítico de los ya conocidos y las excavaciones arqueológicas han sacado Amaiur de la leyenda y puesto en el campo de la Historia.
Casi todo lo que sabemos sobre la conquista de Amaiur es a través de la documentación de los vencedores: crónicas, cartas y contabilidad castellana. Con una excepción llamativa: las Cartas de Amaiur o, lo que es lo mismo, la correspondencia personal del capitán que lideró la resistencia, Jaime Vélaz de Medrano. La editorial Mintzoa ha tenido el acierto y el valor de afrontar el reto, no sólo su reproducción facsímil, sino también la transcripción de su complicada escritura, la traducción sus no menos complicadas lenguas, la difícil datación de las que no tienen fecha y la necesaria contextualización de su contenido para acercarlas al lector no especializado. Porque, redescubiertas hace más de un siglo, las publicaciones anteriores contienen errores, son difíciles de encontrar y, además, omiten una tercera parte de las cartas.
Historia: hechos y contexto
Nada de doscientos caballeros. Los defensores de Amaiur fueron un centenar de navarros legitimistas encabezados por siete jóvenes nobles y liderados por el cuarentón capitán Vélaz. Este era un activo veterano de la resistencia a la conquista. Crecido al servicio de los reyes de Navarra, en 1513, tras vender sus propiedades, dejó su familia y marchó al exilio. Condenado a muerte en rebeldía, participó en los levantamientos de 1516 y 1521, año en que destacó en la defensa de Estella-Lizarra y Pamplona. Cuando el ejército franco-navarro recuperó Amaiur, se le encomendó la defensa de la fortaleza. Su mano derecha fue el señor de Xabier y la izquierda, el de Aginaga. Pero, la mayoría de los defensores de Amaiur no fueron caballeros, sino artesanos, campesinos e hidalgos de pueblo.
En el verano de 1522, el castillo símbolo de la resistencia navarra tenía los días contados. En el marco de una ofensiva para recuperar Hondarribia, el 12 de julio el virrey de Navarra y el conde de Lerín pusieron sitio a la fortaleza. Por entonces ninguno de los castillos navarros podía resistir a la artillería de asedio. Había quedado claro el año anterior: todas las guarniciones españolas sitiadas por el ejército franco-navarro se habían rendido con sólo ver aparecer los cañones. Y los únicos castillos trataron de resistir, los de Pamplona, Amaiur y Behobia, no duraron ni veinticuatro horas.
Las convenciones militares de la época dictaban que si una fortaleza se rendía antes de ser batida por la artillería, los defensores podían abandonarla “bagues sauves”, es decir, libres, con sus armas y bagajes, y sus banderas al viento. En caso contrario, quedaban a merced del enemigo. Los navarros de Amaiur lo sabían bien. Apenas un año antes, tras la batalla de Noáin, el castillo de Saint-Jean-Pied-de-Port había sido tomado al asalto por el ejército hispano-beamontés. La mayoría de los supevivientes de la guarnición navarra que lo había defendido fueron inmediatamente ejecutados.
Asaltos, bombardeo y mina
Siguiendo el ritual, aquel 12 de julio un heraldo intimó a Vélaz a rendir Amaiur. Dedicidos a resistir, los navarros se negaron. “Todos moriremos con él por defender aquél castillo”, se lee en una de las cartas. Abandonados a su suerte por el aliado francés, sin posibilidad de auxilio de las tropas navarras y con los muros mal reparados, el centenar de legitimistas se aprestó a defender su posición.
Como dejan claro las listas de bajas, el virrey de Navarra confiaba en tomar el castillo con el asalto de sus tropas castellanas. Sus aliados beamonteses solo tenían que impedir la llegada de socorro a los sitiados. Durante varios días, se luchó cuerpo a cuerpo en brechas y fosos, pero los ataques fueron una y otra vez rechazados por los navarros, que causaron muchas bajas entre los atacantes. Muchos jóvenes caballeros castellanos que habían acudido deseosos de gloria resultaron heridos.
Ante la enconada resistencia, se cambió de estrategia. La fortaleza sería batida por la docena de cañones traídos desde Pamplona. Durante dos días se bombardeó el flanco más vulnerable de la fortaleza tan intensamente que varias piezas reventaron. Pero el castillo seguía resistiendo.
Se vio entonces que la única forma de tomar el castillo era minando su cubo mayor, una especie de búnker clave en la defensa de la fortaleza. Aunque Vélaz y los suyos trataron de evitar la excavación, no lo consiguieron. El sábado 19 de julio, una explosión hacía saltar por los aires gran parte de la fortaleza. La brecha era enorme y el castillo indefendible. Vélaz se vió forzado a negociar la rendición. A cambio, por admiración o por evitar más bajas, se les perdonó la vida.
Los defensores muertos fueron sepultados en la parroquia de Amaiur y medio centenar de prisioneros encarcelados en Pamplona. Un mes más tarde, tras un intento de fuga fallido, apareció muerto el capitán Vélaz. De su hijo, también prisionero, no volveremos a saber más. El señor de Xabier consiguió fugarse, el de Aginaga pagaría su rescate y otros fueron conducidos al castillo de Atienza donde se “morían de hambre” tres años después. Del castillo de Amaiur no quedó piedra sobre piedra.
¿Generosidad o necesidad?
En 1523, el descontento se extendió también a los beamonteses. Las Cortes de Navarra, controladas por ellos, denunciaban que los agravios que sufría el reino eran “tantos y tan grandes que el clamor del pueblo sube al cielo” y se negaban a concecer su ayuda económica. Carlos V, irritado, ordenó disolver la asamblea poco antes de que el 16 de octubre llegara a Pamplona para dirigir su ejército contra Francia y Bearne. Pese a lo que asegura el señor Del Burgo, no consta que durante su estancia jurara los fueros que estaba vulnerando. El ánimo de los navarros lo describía el embajador veneciano allí presente. Navarra -informaba a su república- está dividida entre agramonteses profranceses y pamploneses procastellanos, pero “unánimemente todos los de este reino odian a los españoles y desean a su rey natural, que es el señor de Labrit”.
Meses después, la incapacidad para recuperar Hondarribia y la intercesión del proagramontés condestable de Castilla iba a obligar a Carlos V a perdonar vida y hacienda a los agramonteses que le juraran como rey de Navarra. Lo dice él mismo en carta a su hermano. A cambio, estos le entregarían la villa guipuzcoana que defendían a las órdenes de Francia. Hoy día conocemos bien las negociaciones que culminaron con la salida, “bagues sauves”, de las tropas francesas del capitán Franget y navarras de Pedro de Navarra a las seis de la mañana del 27 de febrero de 1524. Aquella amnistía no supondría el final de la guerra porque quedaba la pugna por Baja Navarra. Algunos ni siquiera la aceptaron. A los que sí, su disidencia pasada sería perdonada, nunca olvidada. Cuando se presentaron en Burgos para jurarle, Carlos V se negó a recibirles.
Termino. El historiador Le Goff aseguraba que “el contacto con el documento crea la distincion fundamental entre el verdadero historiador y el historiador de segunda mano”. Las cartas de Amaiur nos traen el eco directo de aquellos navarros ante la encrucijada histórica que les tocó vivir. Es curioso, pero Navarra no recuerda hoy a los vencedores, sino a los derrotados. Estos fueron hombres de su tiempo. No fueron superhéroes legendarios, sino personas de carne y hueso, con sus debilidades y contradicciones, que pagaron un precio muy alto por defender hasta sus últimas consecuencias la Navarra que querían. Y esa coherencia y valor serán siempre dignos de admiración o, cuando menos, respeto.
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